Fecha de publicación: 23 de abril de 2024

Homilía de D. José María Gil Tamayo, en la Eucaristía con motivo del 573 aniversario del nacimiento de la Sierva de Dios Isabel La Católica, celebrada el 22 de abril de 2024, en la Capilla Real.

Queridos Vicario General de la Archidiócesis de Granada;
querido Capellán Mayor, capellanes reales de esta real capilla;
queridos hermanos sacerdotes;
queridos hermanos y hermanas en el Señor;

Estamos celebrando dentro de la gran celebración cristiana que es la Eucaristía, que es el centro y el culmen de la vida cristiana, que es lo más grande que podemos hacer, porque nada más y nada menos que renovamos el sacrificio pascual de Cristo, Su pasión, muerte y resurrección, mientras esperamos Su venida gloriosa.

Luego, en cada celebración de la Eucaristía estamos abarcando todo el misterio cristiano, desde lo que antecede en la historia de la Salvación, al mismo tiempo, el momento central que se actualiza de manera incruenta en el sacrificio cruento de Cristo bajo las especies del pan y del vino, donde se nos hace presente. Escuchamos su Palabra y nos alimentamos de ella también en la mesa de la Palabra. Al mismo tiempo, cada Eucaristía es también el anticipo de la mesa celestial. Luego, la historia, en todo su devenir y en toda su expectativa, al mismo tiempo que en su presente, está en cada Eucaristía. Están los que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. Y al mismo tiempo, entonamos el Maranata, el Ven Señor Jesús.

Por eso, tiene sentido en esta celebración incardinar, meter este aniversario de la Reina Católica. Recordamos su nacimiento el 22 de abril de 1451 en el palacio anejo al monasterio hoy de agustinas, en Madrigal de las Altas Torres, donde más de una vez he celebrado como Obispo de Ávila. Y ahora me toca donde reposan sus reliquias, donde reposa su cuerpo.

Celebramos el cumpleaños y un día, si Dios quiere, confiamos que sí, su dies natali. Como se celebra el día de los santos, en que nos olvidamos de su nacimiento terreno y, al mismo tiempo, proclamamos su nacimiento para la vida eterna. Y hoy, la Palabra de Dios, ¿qué manjar nos sirve? Por una parte, vemos esa llegada de Pedro, del apóstol Pedro que hace cabeza en la Iglesia.

Y en este tiempo, el libro de los Hechos de los Apóstoles es referente para la Iglesia de siempre y más en el tiempo pascual. Vemos cómo Pedro va a casa de Cornelio. Se abre una puerta, en definitiva, como expresión de esa universalidad salvífica que Dios quiere. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, nos dice San Pablo. Bueno, pues, el apóstol Pedro da ese primer paso. Entra en casa de este gentil, ve aparecer el Espíritu y, al mismo tiempo, está proclamando que la salvación de Jesús no es para unos cuantos, no es para una raza, no es sólo para los judíos de origen, es para todos los hombres, para todos los pueblos. Este sentido de la misionariedad, de la universalidad salvífica, de la catolicidad -porque eso significa católico, cuando confesamos en el Credo como una de las notas distintivas de la Iglesia de Jesucristo, una Santa, católica y apostólica, pero católica universal-; esto es tan claro y forma parte de la entraña, que entra dentro de la misma confesión de fe del pueblo de Dios.

Y este rasgo es uno de los rasgos que vemos en la Reina Católica, que lleva este nombre, no como un signo de honor sin más, sino, precisamente, porque a través de su impulso, se produce la otra gesta evangelizadora de la Iglesia en la historia. Toda la evangelización de América, y con ella después la de Filipinas. Se abre un nuevo mundo, para llevar la fe de Jesucristo, que es una y, quizá (y sin quizás), la principal preocupación de la Reina Católica.

Este es un dato que nos viene servido hoy, precisamente iluminado por este texto de esa llegada de Pedro a la casa de Cornelio el gentil. Colón trae al monasterio de Guadalupe, donde estaba la Reina Isabel, los primeros indios para ser bautizados. Pero, la Reina no impone. Ofrece, al mismo tiempo, esa propuesta evangelizadora y liberadora que es el reconocimiento al mismo tiempo de la dignidad de la persona humana, como pone de relieve esa dignidad de la persona humana que hemos ido progresivamente tomando conciencia cada vez más, iluminados por el Evangelio hasta la cultura contemporánea. Cuando desgraciadamente se producen con la llegada de los derechos de tercera y cuarta generación, que así se llaman, derechos artificiales que contravienen el orden natural querido por Dios y la gramática de la naturaleza, que expresa la dignidad inviolable del ser humano, de todo ser humano. Iluminado por el cristianismo, la cultura occidental, la civilización occidental, la que hace posible la Reina que llegue al nuevo mundo; la civilización cristiana, en definitiva, empapada con los valores del Evangelio, con la tradición judeo cristiana es la que va a dar y conformar los derechos fundamentales de la persona humana.

Los gentiles no sólo alcanzan su plenitud en el reconocimiento de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. “No se nos ha dado otro nombre por el que seamos salvados, sino por Jesucristo”, escuchábamos también en los discursos pascuales de San Pedro después de Pentecostés. Lo proclamábamos ayer. “Esta es la piedra desechada por los arquitectos, pero que se ha convertido en la piedra angular”. Es Cristo. No hay salvación fuera de Cristo. Y sólo por Cristo, de una manera o de otra, y a través de su Iglesia, de una manera o de otra.

Queridos hermanos, estas realidades profundamente católicas, que afectan a la catolicidad y nacen de la catolicidad, son las que han impregnado el valor inalienable de la dignidad de la persona humana, que, ahora, en el último documento, en la última declaración de la Congregación del Dicasterio para la doctrina de la fe, es puesto de relieve.

La Reina Católica vivió esto de una manera, en las coordenadas de su tiempo y de su espacio. No podemos pedir una revelación especial, pero sí esa sensibilidad, para que, en medio de una cultura, no ciertamente bélica, ciertamente que ha ido progresivamente tomando conciencia de los valores del Evangelio hasta la eliminación de toda lacra que vaya en detrimento de la persona, como también las tenemos hoy en la muerte de los inocentes, en el aborto, en la eutanasia, en los vientres de alquiler, en tantas y tantas realidades que usurpan la dignidad de la persona humana. En tantas violaciones a los derechos fundamentales de las mujeres, de los más pobres que tienen que hacer una caravana interminable, para buscar mejores condiciones de vida. La Reina Isabel se constituye en defensora del hombre. En defensora de los indígenas, sí. Ciertamente, después vendrá toda la reflexión de la escuela de Salamanca. Ciertamente, vendrá en la aparición del derecho de gentes hasta llegar a esa configuración del derecho internacional.

Pero, ¿de quién partía? Partía de Jesucristo, del Buen Pastor. Que proclama la Iglesia en el cuarto domingo de Pascua, recordando el capítulo diez del Evangelio de Juan. Hoy nos habla de la puerta. La Reina Isabel por sus convicciones religiosas, por orante. Una mujer de oración aplica a su gobierno, y a su gobierno personal de su propia vida, de la que ha de dar cuenta como cada uno de nosotros, los criterios del Evangelio rumiados en la contemplación, en la devoción moderna que ya en ella se anticipa. En ese trato con el Señor y, al mismo tiempo, en un profundo amor a la Iglesia, a través de sus pastores, de los buenos consejeros. Y ella no sólo contribuye a la promoción de la dignidad de la persona humana, sino también prepara a la Iglesia para ese renacer, para esa nueva vitalidad que llevará a nuestra patria a acompañar la evangelización con la figura de santos eximios. En nuestro propio terreno patrio y en la acción evangelizadora de tantos y tantos misioneros y órdenes religiosas, que anunciarán a Jesucristo.

Vayamos con rigor, ciertamente histórico, pero, sobre todo, despojándonos de prejuicios, de leyendas y de contagios políticos a rescatar la figura de Isabel la Católica, Isabel I de Castilla. Dejemos a un lado las contaminaciones políticas que barran para las ideologías particulares de cada uno y pensemos en esta mujer, hija de Dios, mujer fiel de la Iglesia, defensora del hombre. Pensemos en ella y agradezcamos a Dios su nacimiento, ciertamente. Su historia, su paso por la tierra. Y pidamos al Señor que también ella participe plenamente de la vida eterna de la Resurrección de Cristo.

Que los santos a los que ella tuvo especial devoción y que se reflejan en esta real Capilla, desde los Arcángeles hasta los Santos Juanes, hasta San Francisco, María Magdalena. Todos esos santos con los que ella vivió una comunión especial nos ayuden y ayuden a nuestra ciudad de Granada. Ayuden a esta tierra a ser fiel a Cristo como ella fue y quiso que lo fuéramos todos.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada

22 de abril de 2024
Capilla Real de Granada

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