De la Pastoral Bíblica de la Archidiócesis de Granada, para el domingo 7 de abril de 2024.
Es tan grande y fuerte la Solemnidad de la Pascua que la Iglesia celebra durante ocho días consecutivos este hermoso misterio con la misma intensidad y alegría.
En la lectura de los Hechos de los Apóstoles que san Lucas nos ofrece hoy, podemos contemplar un hecho trascendental, algo que surge como fruto de la Pascua: la primera comunidad de cristianos. Muchas veces parece que la Resurrección del Jesús es un hecho puntual y personal, un evento histórico que solo repercute en Jesús, pero no es así, puesto que Jesús resucitado inaugura una nueva existencia para aquellos que somos su cuerpo, es decir, los cristianos. Los discípulos reunidos en el nombre del Señor testimonian que Jesús sigue vivo, y por eso mismo pueden vivir unidos, pueden tenerlo todo en común, dado que la comunión es real y concreta, y pueden sentirse colaboradores y misioneros, pues no pueden callar las maravillas que Dios ha hecho con ellos.
Precisamente el salmo recoge esta intención, la de proclamar la victoria de Dios sobre los enemigos del hombre y alabarle por su misericordia. A modo de letanía el pueblo repite “es eterna su misericordia”, un grito unánime que ahuyenta no solo a los enemigos, sino al Enemigo autentico, aquel que quiere destruir la historia de salvación que Dios quiere hacer con nosotros, aquel que no es ni de carne ni de sangre, aquel que viene acusar a los hermanos; éste ha sido vencido por Aquél que no acusa, sino que perdona: donde abundó el pecado ahora sobreabunda su misericordia.
La segunda lectura, de la carta del apóstol Juan, fue escrita en un momento clave de la vida de la Iglesia; estas primeras comunidades han tenido ya un recorrido y, por tanto, han experimentado también circunstancias duras y dolorosas; pero para el apóstol hay una certeza muy clara, que “todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo”. La fe en el Hijo de Dios se concreta en el mandamiento del Amor, en esa preferencia por Dios y por el prójimo. Por tanto, nuevamente aparece la comunidad como garante de la veracidad de ese amor, porque el Señor resucitado ha enviado su Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos, y es este Espíritu quien da testimonio de la Verdad, porque es la verdad.
Veamos ahora el evangelio de hoy, de una delicadeza innegable; si la noche de Pascua se proclamaba la Resurrección de Jesús, hoy asistimos, no solo a una aparición, sino a la Resurrección del Discípulo. Cristo se aparece a los suyos y les comunica los dones pascuales: la paz, el Espíritu Santo y el perdón. El Resucitado tiene como misión principal consolar y perdonar, no viene a reprochar a los discípulos su abandono. Pero hay uno que se siente confundido, que no comprende porque le falta fe aún; decide seguir un camino al margen de la comunidad de los apóstoles. Pero Jesús se aparece cuando están reunidos, ya que así les había dicho él mismo “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo”. Al enterarse también él quiere ver a su Señor, y regresa con sus hermanos; es entonces cuando Jesús, por su eterna misericordia, vuelve a aparecérseles y, con mucha ternura y delicadeza, acompaña a Tomás para que él dé ese último paso de la fe, para que pueda creer al tocar al Verbo de Dios. Lo que no sabía Tomás es que en realidad no era él quien tocaba las llagas del resucitado, sino que era el Resucitado quien tocó su corazón, sanó su incredulidad, lo devolvió a la vida de los hijos de Dios y la reintegró en la Comunidad donde Él había elegido quedarse, es decir, en su Iglesia.
Señor ayúdanos a no dejarnos seducir por nuestros egoísmos y pretensiones individualistas, abre nuestra mente para verte presente en las Escrituras, y permítenos amarte con todo nuestro ser de modo que podamos creer para ver, porque solo quien ama cree, quien cree ve, y quien ve puede contemplar al que Vive.
Moisés Fernández Martín, pbro.