El 20 de marzo se celebra la festividad de San Juan Nepomuceno, sacerdote y mártir de Praga.
Dos narraciones distintas que describen el martirio de un santo, pero que se concluyen con el mismo final: el martirio.
El joven sacerdote se llamaba Juan, un bohemio de Nepomuk o Nepomuceno, el lugar donde nació en 1330 (otras fuentes dicen que alrededor de 1345) y que conservará el nombre de “Nepomuceno” durante siglos. Juan, era un hombre muy bien instruido – se graduó en Derecho canónico en Padua en 1387 – pero también era una persona que no utilizaba su vocación para hacer carrera. Era un párroco que llevaba a cabo varias misiones eclesiásticas, fue nombrado canónigo de la catedral de San Vito pero sin los privilegios que de ello se derivaban. Sin embargo, una estrella brilló especialmente en la oscuridad y por eso en 1393 el Arzobispo de Praga quiso que ese sacerdote fuera su vicario general. Juan, se resistió pero al final de cuentas tuvo que salir a la luz y mostró que una de sus tantas cualidades era la de ser un brillante predicador, por la cual fue llamado a la corte por el Rey Wenceslao IV.
La primera version que narra el martirio de Juan, afirma que Wenceslao, como todos los reyes, tenía sus caprichos y sus reales ambiciones. Cuando en 1393 el monasterio de Kladruby quedó vacante por la muerte del abad, el monarca ordenó que se transformara en una sede episcopal para colocar allí a una persona de su agrado. Juan se airó contra tal abusiva pretensión. Experto en Derecho canónico, se daba cuenta que someterse a esa decisión habría implicado una grave violación a la libertad eclesiástica y se esforzó para que el nuevo abad fuera electo y confirmado según las leyes canónicas. El rey no aceptó tal elección canónica que lo ponía en aprietos e hizo arrestar a Juan junto con otras tres personalidades de la Iglesia. La tortura hizo que los otros cedieran, en cambio, Juan resistió pero Wenceslao ordenó su ejecución. En la noche del 20 de marzo de 1393, el sacerdote fue llevado encadenado al río Moldava, subido al parapeto y arrojado. Su idea era hacerlo desaparecer en secreto, pero al día siguiente el cuerpo de Juan fue encontrado sobre la orilla del río, rodeado de una luz extraordinaria. Y la sospecha sobre quién habría ordenado su vil asesinato corrió de boca en boca en un instante.
Según otra versión, la menos institucional, que salió a la luz unos 60 años después, narraba que el martirio de Juan fue debido a otra causa. Refería que la esposa de Wenceslao, la reina Juana de Baviera, había encontrado en Juan, un hombre de gran profundidad espiritual y lo había tomado por su confesor. Aunque si la reina tenía una fe transparente y pasaba largas horas rezando y, sobre todo, soportando con dignidad las constantes traiciones de su marido, que era dependiente del alcohol y de sus licencias con las cortesanas, el infiel Wenceslao, por una trágica paradoja, empezó a dudar de la fidelidad de su esposa. Primero sospechó una aventura amorosa con Juan, luego supuso la existencia de un amante del cual, según él, el confesor no podía dejar de saber. La historia dice que un día el rey ordenó al sacerdote que le revelara las confidencias de la reina, pero que Juan se opuso, pues por ningún motivo habría violado el secreto de la confesión. A ese punto se produjeron nuevas demandas e intimidaciones que no alteraron mínimamente la actitud del sacerdote. Cierto o no, incluso esta segunda historia terminaba como la primera, con Juan arrojado brutalmente al río Moldava. Todavía hoy una cruz entre el sexto y séptimo pilón del río recuerda el sacrificio de un humilde y valiente sacerdote, celebrado como un mártir del secreto de la confesion sacramental.