El 5 de marzo se celebra la festividad de San Juan José de la Cruz, sacerdote franciscano.
Nacer en una familia acomodada es a menudo una ventaja, pero lo es aún más nacer y crecer en una familia religiosa, donde la fe no es algo abstracto, sino una compañera de la vida diaria con la oración, el ayuno y la devoción. Los Calosirto también enviaron a su hijo Carlos Gaetano a estudiar con los Agustinos de Ischia, para que su formación religiosa fuera más completa. Y tenían razón. Fue allí donde el pequeño se enamoró de Jesús y donde Jesús le hizo escuchar su voz que lo llamaba a dedicarle toda su vida.
HUMILDE Y GRAN HIJO DE SAN FRANCISCO
A sólo 16 años el joven entró en el convento de Santa Lucía al Monte de Nápoles. El 24 de junio de 1671 hizo su profesión religiosa y cambió su nombre por el de Juan José de la Cruz. Vivió entre los Frailes Menores Descalzos de la Reforma de San Pedro de Alcántara, llamados Alcantarinos, cuya regla lo condujo hacia una severa austeridad, tan grande que incluso renunció para siempre a calzar un par de zapatos. Llamado a fundar un nuevo monasterio en Piedimonte, allí también mandó construir una pequeña ermita, que todavía hoy es un destino de peregrinación, llamada “La Soledad”. Durante su vida tuvo que ser testigo de la ruptura entre los alcantarinos de España y los de Italia, de los que llegó a ser Provincial, trabajando durante veinte años antes de ver la familia reunida y no sin sufrir críticas injustas e incluso calumnias, a las que respondió haciendo un voto de silencio. “Todo lo que Dios permite, lo permite para nuestro bien”, era su consuelo.
“FRAY CIEN PARCHES”
Pero Juan José se siente ante todo un sacerdote, y un sacerdote en misión. Por eso,como san Francisco, buscará vivir la perfección de la pobreza de Jesús y de la Hermana Pobreza, e irá al encuento de los pobres en las esquinas de las calles, en las chozas y en las azoteas para ayudarlos, confortarlos y asístirlos material y espiritualmente. Durante el resto de su vida vestirá un solo hábito todo desgarrado y recocido con muchos remiendos; harapos muy desagradables que Juan José no los verá como un indumento muy impropio, sino que dirá que sus harapos, en realidad, son un elegante uniforme similar al de los caballeros. Por eso le apodarán el “Fraile de los Cien Parches”. Además de una grande fe y caridad, se le atribuyen también otros dones carismáticos que manifestaban la potente capacidad de oración e intercesión que lo animaba: bilocaciones, profecías, lecturas de corazones, levitaciones, curaciones milagrosas e incluso una resurrección.
LA PREDILECCIÓN POR NUESTRA SEÑORA
De niño, el joven Calosirto aprendió en casa la gran devoción por María, que crecerá en él a lo largo de su vida, junto con su vocación y santidad. Siempre invocaba a Nuestra Señora, buscando su consejo y consuelo en las situaciones más difíciles, y ella, una madre cariñosa y fiel, lo rodeaba con afecto y a veces incluso con maravillas.