El 24 de febrero se celebra la festividad de San Modesto de Tréveris, obispo.
El pastor de Tréveris trabajaba y se desvivía por los fieles de Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un obispo.
Modesto fue un buen obispo que se encontró con un pueblo invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su gente le pasaba lo que solía suceder como consecuencia del desastre de las guerras. Soportaron todas las consecuencias del desorden, del desaliento, del dolor de los muertos y de la indigencia. Estaban descaminados los usos y costumbres de los cristianos; abundaba el vicio, el desarreglo y libertinaje. Para colmo de males, si la comunidad cristiana estba deshecha, el estado en que se encontraba el clero era aún más deplorable. En su mayor parte, estaban desviados, sumidos en el error y algunos nadaban en la corrupción.
El obispo estaba al borde del desaliento; lleno de dolor y con el alma encogida por lo que veía y oía. Era muy difícil poner de nuevo en tal desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presentaba con dificultades que parecían insuperables.
Reaccionó haciendo cada día más suyo el camino que bien sabía habían tomado con éxito los santos. Se refugió en la oración; allí gimió en la presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplacase su ira. Apoyó el ruego con generosa penitencia; lloró los pecados de su pueblo y ayunó.
Comenzó a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los pobres se beneficiciaron primeramente de su generosidad. En esas conversaciones de hogar instruyó, animó, dio ejemplo y empujó en el caminar.
Lo que parecía imposible se realizó. Hubo un cambio entre los fieles que supo ganar con paciencia y amabilidad. Fue el pueblo quien a su obispo porque quería gustar más de los misterios de la fe.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba- el 24 de febrero del año 486.