El 23 de febrero se celebra la festividad de San Policarpo, obispo de Esmirna y mártir.
Policarpo se distingue por el celo en el conservar fielmente la doctrina de los Apóstoles, por la difusión del Evangelio entre los paganos y por combatir las herejías. Ireneo lo define predicador paciente y amable, debido a la gran atención hacia las viudas y los esclavos.
En el 107 Policarpo acoge en Esmirna a Ignacio de Antioquía, de paso, y con escolta, hacia Roma para ser juzgado. Célebres son las siete cartas que Ignacio dirige a las iglesias a lo largo de su camino; las primeras cuatro parten directamente de Esmirna. Desde Tróade, más tarde, escribe a los fieles de Esmirna y a su obispo Policarpo, encargándole de transmitir a la Iglesia de Antioquía el último recuerdo suyo y describiéndolo un buen pastor y luchador por la causa de Cristo. Y es a Policarpo a quien los filipenses piden recoger las cartas de Ignacio. El obispo de Esmirna les envía lo que le piden, junto a una misiva propia para exhortarlos a servir a Dios en el temor, a creer en Él, a esperar en la resurrección, a caminar en la vía de la justicia, teniendo siempre ante los ojos el ejemplo de los mártires y, principalmente, de Ignacio.
Hacia finales del 154, Policarpo parte hacia Roma como representante de los cristianos de Asia Menor, para tratar con Papa Aniceto diversas cuestiones y principalmente la fecha de la Pascua: en las iglesias orientales celebrada el día 14 del mes judío de Nisán, en la capital del Imperio el domingo siguiente. No se llega a ningún acuerdo, pero las relaciones entre las iglesias permanecen amistosas.
Bajo el emperador Antonino Pío, las persecuciones también estallan en Esmirna. Policarpo es arrestado. Se decide para él la hoguera, pero queda ileso y es asesinado por la espada.