Homilía de Mons. José María Gil Tamayo, arzobispo de Granada, en la Eucaristía celebrada en la S.I Catedral en la que los nuevos canónigos del Cabildo catedralicio han jurado sus cargos y profesado la fe, el 9 de septiembre de 2023.
Queridos hermanos sacerdotes;
queridos seminaristas;
queridos hermanos y hermanas, familiares y amigos de los nuevos canónigos sacerdotes:
Esto que estamos haciendo sí está permitido en sábado. Porque el sentido de esta celebración, de esta toma de posesión –si se puede decir así-, de inicio del oficio, es un “sentido de servicio”. Y es un referente siempre Jesucristo, nuestro Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Y porque la lógica que rige, la lógica que ha de regir cualquier ejercicio del ministerio sacerdotal, tiene que ser la lógica del servicio. Jesús se pone a lavarle los pies a sus discípulos. Y ésa es nuestra vida. Ése es el sentido genuino del servidor del ministerio. Hoy, cuando esta palabra la hemos reservado sólo para cosas de informática: el servidor. Hasta en el lenguaje común: antes decíamos, cuando se pasaba lista, “servidor”. Hoy, se consideraría por la mentalidad actual eso como algo humillante. Pero la palabra servicio: ministro significa servidor. Y sobre todo, nosotros hemos de tomar esa referencia: “Yo estoy con vosotros como el que sirve”, nos dice Jesús. Y ése es el sentido profundo de cualquier ministerio en la Iglesia. Es un ministerio de servicio.
Ciertamente está adornado por una dignidad, que en nosotros, sobre todo, es el Sacramento del Orden. Pero, ese Sacramento del Orden no es una referencia hacia nosotros mismos, sino una referencia hacia nuestro Maestro y al servicio del Pueblo de Dios. Eso es la lógica. Es verdad que, en el transcurso de la Historia, ha podido tener esas contaminaciones políticas o esas contaminaciones de honor, pero, en definitiva, aquí ha de lucirse sólo Jesucristo y para Gloria de Dios. Y todo lo que en nosotros supone de enaltecimiento no ha de hacer feliz a nuestras pobres personas; claro que son, como San Pablo, hoy, se refiere a los cristianos colosenses, todos tenemos conciencia de que no es por nuestros méritos, sino porque hemos sido reconciliados con Dios. Porque Cristo nos ha redimido, nos ha salvado, nos ha elegido, nos ha llamado. Y todo es para el bien del Pueblo de Dios.
Por tanto, esa lógica es la que ha de regir nuestra vida, queridos hermanos. Y el oficio peculiar de canónigo es el de servir al Pueblo de Dios, en este marco que no es un monumento sólo; que no es la posesión de un monumento magnífico como es nuestra Catedral, sino que tiene referencia en su sentido más profundo a tres lugares. Esta silla adornada que es la cátedra del obispo, de ahí viene el nombre de catedral y de ahí viene catedrático. Cátedra es silla y es el lugar de la enseñanza en la fe de quien, sin mérito propio y por ministerio y por servicio, no por sabiduría, sino por ser sucesor de los apóstoles, es el maestro en la fe. Y en este caso, este pobre obispo. Es el que enseña al Pueblo de Dios. Es el lugar de la enseñanza de la Doctrina cristina por excelencia. Esta es la cátedra que da nombre a la catedral. Y la referencia al altar, donde se celebra la Eucaristía. La celebración en el altar. En el altar, que actualiza el Misterio Pascual de Cristo.
Y otro lugar es el confesionario, el sitio de la reconciliación. Y hoy, de una manera especial, el penitenciario. El penitenciario, que es el que ejerce con la potestad ordinaria del obispo la reconciliación en nombre de Jesucristo, nuestro Señor, en el Sacramento de la penitencia.
Luego, esta casa tiene que ser fundamentalmente una casa de culto. Y ése es el sentido profundo que da el Concilio y que da la Doctrina actualizada de la Iglesia al ejercicio del ministerio, el servicio sacerdotal en el colegio de canónigos de una catedral. Ellos representan y son escogidos de entre el presbiterio de la diócesis, que, junto al obispo, apacienta al Pueblo de Dios encomendado en una diócesis, en una Iglesia particular. Y esta iglesia simboliza la Iglesia particular de Granada. La Iglesia gloriosa de Granada, que tiene también esa traslación a la belleza de este templo para Gloria de Dios, para magnificencia del Pueblo cristiano. Luego, no estamos en una lógica humana.
Y entonces, me he acordado –al pensar en qué palabra decir a estos hermanos míos- de esa frase “Oh, Dios, restáuranos; que brille Tu Rostro y nos salve”. Ese ejercicio de restauración que hace Dios con nosotros con la reconciliación, devolviéndonos los colores originales y primitivos (en cualquier cuadro, que el paso del tiempo, las contingencias circunstanciales del ambiente, o el deterior consciente o inconsciente vaya perdiendo…). Pues, nosotros, no es que se restaure el esplendor con adherencias históricas sin más de un cabildo, sino que se restaure ese sentido original, primitivo, ese sentido de servicio al Pueblo de Dios, de hacer de la iglesia catedral un lugar privilegiado de culto, donde el Pueblo cristiano pueda venir a celebrar la fe, con una ejemplaridad, al mismo tiempo, modélica (valga la redundancia) para el Pueblo de Dios; por otra parte, pueda encontrar el perdón de los pecados. Incluso, la liberación de toda atadura que suponga una gravedad, o aminoramiento en la comunión de la Iglesia.
Pero, a la vez, también, para celebrar la Eucaristía. De ahí recuperar la misa diaria en la catedral. La catedral no es un parque temático. La catedral no es exposición de unos elementos muertos. Es el lugar que representa la Iglesia de manera especial en una diócesis. Y ésa la representa desde la pobreza de una catedral en un país de misión, hasta la grandeza y la belleza de nuestra catedral, que es nuestro orgullo. Y que, queridos hermanos, tenemos una celebración jubilar en vista recordando un acontecimiento pasado como es los inicios de las obras y el comienzo del ejercicio del ministerio de la catedral en su servicio a la diócesis: los 500 años. Y no simplemente, un motivo para que haya exposiciones, que ésa es también una dimensión cultural que tiene la catedral, porque la belleza lleva a Dios. Y hay que aplicarla con un sentido y con una identidad cristiana, no simplemente con los rasgos de un manual de un libro de Historia del arte. No simplemente lo anecdótico de una historia, sino de una Historia de Salvación que se produce en un pueblo, que es el nuestro, que recupera de manera fuerte y visible el sentido cristiano después de siglos postergado, pero que nos hace y nos enlaza con la primitiva historia cristiana del inicio de la evangelización en nuestra tierra con san Cecilio.
Queridos hermanos, la responsabilidad es mucha. La responsabilidad que tenéis, queridos hermanos sacerdotes canónigos. Este culto. Y es también de caridad. La catedral es un lugar de la caridad. Es un lugar donde el Pueblo cristiano trae su ofrenda. Para el mantenimiento, ciertamente, de este templo. Pero, también, para el ejercicio de la caridad. Y es un lugar también, ciertamente, de la enseñanza de la catequesis, del ejercicio del ministerio de la Palabra y del Anuncio. Especialmente, en los momentos del tiempo fuerte litúrgico, porque, a lo largo del año, la catedral tiene que ser esa guía en la diócesis donde se ejercite, de manera especial, ese avanzar en el conocimiento en el Misterio de Cristo, para vivirlo en plenitud, como nos dice la oración colecta del primer domingo de Cuaresma.
La catedral, también, ciertamente, es un ámbito de exposición de la cultura cristiana. Pero, la cultura cristiana, lógicamente, no siempre es la exposición; es también la explicitación, sobre todo en una sociedad secularizada que ha perdido los códigos para descodificar y entender el sentido de la manifestación de la fe en la belleza.
Luego, todos estos elementos son los que, de manera armónica y conjuntado, tienen que estar en el ejercicio de vuestro ministerio, que es el ministerio del obispo, en definitiva; que es la iglesia del obispo, donde viene a celebrar, donde viene a compartir y a explicar la Doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, y donde todos –desde el obispo a cualquier ministro que ejerce su servicio en la catedral- estamos para servir al Pueblo de Dios. Luego, recuperar esto: Dios, restáuranos, que brille el Rostro de Cristo en nuestro servicio, en nuestro ministerio.
Y como os decía, estamos en este mes especialmente mariano en Granada y miramos a la Virgen. San Juan Pablo II decía en “Redemptoris Mater” que la Virgen María Santísima es lo que debe ser la Iglesia. Ella reúne en torno a Sí, no sólo por sus privilegios marianos que celebramos, especialmente su inmaculada concepción, sino porque su tono de vida, de creyente bienaventurada, de Aquélla en quien Dios ha hecho maravillas porque ha mirado su humillación; de Aquélla que se hace voz de los pobres y reclama la primacía de los valores del Evangelio –que los últimos son los primeros, porque “el Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”- nos muestra el camino ejemplar del seguimiento de Cristo.
Que Ella también, como los apóstoles, -dice también san Juan Pablo II– que en Pentecostés se une la fe del pueblo de Israel representado en María a la fe apostólica, para dar ese inicio a la evangelización, al Anuncio de Jesucristo como el Salvador, a la centralidad del mensaje cristiano, de lo esencial cristiano; que Ella os ayude y os acompañe en este itinerario y en este servicio al Pueblo de Dios.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
9 de septiembre de 2023
S. I Catedral