Queridos hermanos, sacerdotes concelebrantes;
querida Directora General del Hogar de Nazaret, y todos y todas las que estáis en esta gran familia nacida de María del Prado;
queridos hermanos y hermanas de Albololote:
Me da mucha alegría tener esta celebración para dar gracias a Dios y, al mismo tiempo, pedir, porque es un deber de justicia y es una obra de misericordia rezar por los difuntos. Un día quizá -y sin quizá, seguro-, veremos a María del Prado presentada por la Iglesia como modelo para el Pueblo de Dios. (…). Pero, hay un texto en la Sagrada Escritura, en la Carta a los Hebreos, en el capítulo 13, que dice: “Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida. Imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”.
Esas palabras de la Sagrada Escritura pueden servirnos en este, ya segundo domingo de Cuaresma, para hacer memoria de María del Prado. Fijaos, hacemos memoria: “Acordaos de aquellos que os expusieron la Palabra de Dios”. Claro que en la memoria de la Iglesia, que es la memoria del martirologio, en definitiva, que es la memoria de las intervenciones de Dios en nuestra vida y en la historia de la Salvación, ¿cómo no vamos a hacer memoria de quienes nos han propuesto y nos han acercado a Dios? Los que pertenecéis al Hogar de Nazaret, pues, ciertamente, esto lo tenéis grabado, porque Dios se ha servido de María del Prado, para abrir un camino en la Iglesia, con la propuesta de un carisma que tiene el sentido de familia del Hogar de Nazaret, como propuesta especialmente para los jóvenes y los jóvenes acogidos, pero también para los matrimonios, para la vida consagrada y para los sacerdotes. Ese espíritu de imitación, que primero se ha encarnado y se hace vida en una mujer sencilla, de Ciudad Real, de un pueblo de Ciudad Real; que hace también un itinerario en su vida, como Abraham, movido por la fe y por la inquietud por Dios. Esa mujer va dejándose llevar con el consejo oportuno, con el discernimiento, con la ayuda espiritual de sacerdotes santos y sabios, va discerniendo lo que el Señor espera en su vida. No ha dejado pasar su existencia como una más.
Y esto es importante, porque, en la vida, queridos hermanos y hermanas, no estamos arrojados a una existencia sin sentido. No somos, como decía un no creyente, “un personaje absurdo de una novela idiota”. La vida tiene sentido. Estamos en la vida no por casualidad, por “carambola”. No. Estamos porque Dios ha querido. Y estamos con una misión. Estamos con un porqué. Un porqué de amor en nuestros padres, pero, al mismo tiempo, con una tarea, con una misión para la que Dios nos ha dado talentos. Nos habla así el Evangelio. Incluso, esa moneda ha quedado como expresión de dones que hemos recibido y que, como nos dice Jesús en el Evangelio, no podemos esconderlos, guardarlos, meterlos bajo tierra, sino que tenemos que reconocerlos y ponerlos al servicio de los demás. Es lo que hizo esta mujer buena. Lo que de Dios habéis recibido, no lo acogió de manera posesiva, como si fuera sólo para su triunfo personal, sino para ponerlo al servicio de los demás, con esos dones que Dios suscitó en su corazón. Por tanto, hacemos memoria de María del Prado. Y ella hace, como os decía, ese itinerario también de fe, porque, al mismo tiempo, de un lugar a otro (a Valdepeñas, a Chiclana), a tantos sitios donde ha ido sembrando lo que Dios había suscitado en su corazón y ha suscitado también, con la intervención de Dios, el seguimiento de mujeres también entregadas al servicio de los demás, especialmente de las más jóvenes, haciendo, precisamente, de sus casas, hogar, y hogar de Nazaret, como lo nombra, porque toma pie de ese sentido del Evangelio profundo, de ese espíritu de familia, de esas virtudes domésticas que pide la Iglesia precisamente el día de la Sagrada Familia. Ese sentido de que ya san Pablo VI hablaba en la homilía, precisamente en Nazaret, en su visita, del silencio, de la escucha, de la precisión, del cariño, hechos juicio.
Ese itinerario de fe culmina con su llamada a la eternidad, su llamada al Encuentro con Dios. Y por justicia y por caridad, rezamos por ella, porque participa de nuestra condición humana, que tiene debilidad también. Los santos tenían defectos. Los vemos en los propios apóstoles, con defectos innegables. Y el Evangelio no los calla, nos los muestra. Y nosotros tenemos defectos como ellos también. Pero no se nos ahorra el deseo de la santidad, esa llamada a la santidad que hoy el apóstol Pablo reclama a su discípulo Timoteo; le dice que tome parte en los trabajos del Evangelio según las fuerzas que Dios le dé. Es esa llamada a la santidad, que antes de la constitución del mundo, nos dirá también San Pablo, estamos llamados a parecernos a Jesús. Y eso es lo que hizo esta mujer. Y todos tenemos que recordarla. Hacemos memoria: “Acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida”. ¿Cuál ha sido el desenlace de la vida de esta mujer? Pues, su obra. Ha dejado tras de sí no tierras, no cartillas en el banco, no una herencia material, no sus hijos humanos, de descendencia. Ha dejado de su generosidad una fecundidad que se muestra en sus hogares y que ha llegado y se ha multiplicado a tantas personas, y de la que también es beneficiaria esta parroquia de Albolote.
Luego, queridos hermanos, fijaos en el desenlace de su vida. Es una vida que merece la pena, que es imitable y, sobre todo, es imitable para quienes siguen su carisma. “Fijaos en el desenlace de su vida -dice la Carta a los Hebreos-. Imitad su fe”. Tenemos que redoblar y pedirLe al Señor por nuestra fe: “Señor, auméntanos la fe”. En un mundo descreído como el nuestro, en un mundo secularizado, que sólo pone el corazón en las cosas, en estar mejor, en tener más (“tanto tienes, tanto vales) y que vemos que Dios se le queda en el olvido (Dios parece un “sin papeles” en la sociedad nuestra). La gente se avergüenza, incluso de nuestras cruces, que están en nuestras calles o en nuestros caminos, y parece como que molestamos o se molesta por ser cristiano. De tal manera que muchos se acomplejan y piensan que ser cristiano es una cosa privada, sólo para puertas adentro de su casa o de su conciencia. Y viven un cristianismo tan privado, tan privado, que no se atreven ni imponérsela a sí mismo. “Imitad su fe”. Si María del Prado se hubiese guardando su fe ella solita, no se hubiese complicado la vida y hubiese pensado sólo en sí, pues ahora no tendríamos hoy esta obra, que nace de la fe de una mujer que se fió de Dios.
Cuando nos fiamos de Dios, cuando tenemos confianza en Dios, Dios no se deja ganar en generosidad. Dios nunca llega tarde. Eso no nos ahorra los problemas y las dificultades de la vida. Esa fe que Jesús hoy reclama a sus apóstoles en el Monte Tabor. Esos apóstoles que contemplan a Jesús, cumpliendo en Su Persona las profecías del Antiguo Testamento. Ese encuentro con Moisés y con Elías. Pero, al mismo tiempo, a ellos, que van a ser testigos de su sufrimiento, les muestra de que el sufrimiento es un camino para la Gloria.
No se queda todo en el sufrir, queridos hermanos. Pasamos por el sufrir, que forma parte de la vida, pero por la cruz llegamos a la luz como Jesús. Y esa es la gran lección que nos da hoy, en este itinerario cuaresmal, que tiene un fuerte marchamo bautismal, después de las tentaciones, a las que se le muestra a los catecúmenos de Jesús, se les muestra también que el camino cristiano es un camino que no termina con la muerte, con la cruz, termina con la Resurrección, con la victoria de Cristo que se anticipa y que imitemos su fe. Y nos dice también la Carta a los Hebreos lo más importante. María del Prado no hace una imitación de un líder que se pierde en la noche de los tiempos, o de una idea o de una ideología. Imita a Alguien: a Cristo, que está vivo. Jesucristo no es un muerto ilustre. Jesucristo está vivo. “Jesucristo ayer, hoy y siempre”, nos dice la Carta a los Hebreos.
Pues, que nosotros también como ella, pongamos a Cristo en el centro, porque eso es lo que han hecho los santos. Los santos son muy distintos unos de otros, de época distinta, de edad, de condición social, de países, de culturas, pero todos tienen un numerador común: todos intentan parecerse a Jesús y en eso está la santidad, en parecerse a Jesús. Ojalá nosotros también, como esta mujer buena, nos parezcamos cada día un poquito a Jesús, porque, en definitiva, eso es ser cristiano: ser discípulos de Cristo. Pues, vamos a intentarlo. Y no son excusas, nuestra pequeñez, nuestras debilidades, porque si ellos pudieron, ¿por qué no nosotros con la ayuda de Dios?
Que Santa María, Madre de Dios, os bendiga a quienes seguís a esta mujer buena y nos bendiga a todos y bendecimos. Y yo, como arzobispo de Granada, doy gracias por vuestra presencia en nuestra diócesis, por vuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad de Granada. Que así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
4 de marzo de 2023
Parroquia en Albolote (Granada)