Queridos hermanos y hermanas de la vida consagrada;
Antes que nada, felicitaros en esta jornada. Como os decía al comienzo, vengo para daros las gracias. Qué sería de la Iglesia de Granada sin vosotros y vosotras. Cada una, y cada uno, dejando su propio carisma, como lo han hecho quienes os han antecedido y como lo harán quienes os sucedan, anunciando el Reino de Dios, intentando impactar, siguiendo ese despliegue forzoso, que nace de la consagración bautismal. Consagración que nos hace ser otros cristos del mismo Cristo. La consagración no es simplemente un apartarnos del mundo sin más; es un apartarnos de la lógica y es adquirir la lógica en Cristo, que es la lógica de las Bienaventuranzas. Y al mismo tiempo, la consagración, la vida consagrada, que la define; define la vida entera. No es solo un momento en el que se materializa una vocación, una llamada, sino que esa consagración es un reforzamiento de la realidad bautismal en su despliegue carismático. La consagración cristiana es una consagración internacional de nuestro Cristo. Estamos escuchando a lo largo de estos días la Carta a los Hebreos, que, ciertamente, es una carta a los cristianos procedentes del judaísmo, perseguidos, y que les invita a mantener la esperanza en medio de las dificultades, y sobre todo, propone el sacrificio de Cristo como centro de su oblación al Padre y de su conservación. “Aquí estoy para hacer Tu Voluntad”.
Vuestra vida no es otra que esa consagración continuada. Esas tareas, en las fronteras, en los servicios que prestáis a este Pueblo, a esta Iglesia particular de Granada, rica en presencia de la vida contemplativa. Por tanto, a mí, recién llegado, y poniéndome a caminar con vosotros me queda mas que deciros: “Ánimo y adelante”. Y al mismo tiempo, agradeceros. Y al mismo tiempo, pediros ayuda, porque todos estamos llamados a esa Iglesia en salida a la que nos invita el Papa en la Evangelii Gaudium. En definitiva, es actualizar el mandato misional de Cristo. La vocación y la consagración no son sólo y exclusivamente, viene la misión y la misión es permanente; la misión nace de esa consagración y de esa vocación, pero es la tarea permanente de toda la Iglesia, que es la de evangelizar. (…) la enseñanza, la educación, el servicio a los pobres, el servicio en las fronteras, el conocimiento, la investigación teológica, el servicio humanitario, todo eso evangeliza, porque lo hacemos desde la identidad cristiana, desde la confesión de la propia realidad y de lo que uno es.
La consagración, ciertamente, somos redimidos por Dios y somos propiedad de Dios. Pero es una propiedad, nuestra vida, de Dios, repartida, entregada. El cuerpo que vamos a tomar de Nuestro Señor Jesucristo es Su Cuerpo entregado y Sangre derramada. Y nuestra vida es eso. Y nuestra vida es un descubrirse, con sus facetas, con sus momentos de claroscuro, con sus momentos de gozo, pero en ese itinerario personal, de cada uno y de cada una de nosotros, no podemos tampoco olvidar que estamos realizando historia de salvación. El Señor va con nosotros. Y es una historia y es un camino personal de cada uno, pero, al mismo tiempo, comunitario. Es otro de los rasgos de la vida consagrada: una fraternidad, que ahora, por las circunstancias y por los signos de los tiempos, las comunidades religiosas de la vida contemplativa en general (…). Y es una fraternidad que adquiere la dimensión del cuidado. La dimensión del cuidar al otro no simplemente es un seguro de estabilidad y de comprensión. No es un aparcamiento. Es un ejercicio de la fraternidad. Yo he tenido la experiencia de contemplar comunidades religiosas en enfermerías, en casas de mayores. Por favor, cuidad; por favor, servid. Vivir esa fraternidad, no como una carga, sino como un servicio. Y el Señor sabrá premiar ese ejercicio de la caridad. Sabrá premiarlo y será el antídoto frente a la tristeza o a la desesperanza o el desánimo, cuando faltan vocaciones. No porque se acepte sin más, con una resignación pasiva, sino porque se está haciendo lo más valioso cristiano, en el que somos reconocidos como discípulos del Señor.
Por tanto, os invito a esto: a vivir. El lema de este año de la vida consagrada es: “Caminando en esperanza”. Caminando nos hace tomar conciencia de la “secular Christi”, el seguimiento de Cristo. Que es a lo que estamos llamados. Lo nuestro no es otra cosa. Cada uno desde la vocación a la que ha sido llamado. Seguir a Cristo y reflejar en nuestra vida lo que San Pablo llama los “sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús”, que tiene siempre su sentido de kénosis, de abajamiento, de Encarnación, de servicio, en todas las dimensiones y en todos los carismas. Y ese es el sentido, ciertamente, la glorificación de Dios. Ciertamente, somos parte, somos consagrados a Dios, destinados a Dios. Pero Dios no tiene un “uso” exclusivo, sino que el “uso” que Dios hace de nosotros, nuestra vida espaciada es de una consistencia en favor de los demás. Y la fidelidad está en ir actualizando este carisma, en el aquí y ahora. Caminando. No nos detengamos. No nos paremos. No le demos lugar a la desesperanza, al desánimo. Además, es enormemente contagioso, es muy contagioso. Y además, es lo que desestabiliza a una comunidad religiosa ante la vida consagrada; es lo que hace que quede estéril y se pierda el vigor apostólico cuando hay el desánimo. Otra cosa es estar enfermo. Pero el desánimo y la desesperanza es hoy una de las virtudes más necesarias, y sobre todo en Occidente. Pero, la esperanza sólo es posible cuando se fundamenta en frutos y en agradecimiento. No en nuestras fuerzas que son pocas. No en nuestros medios humanos que son limitados. Lo hemos contemplado con la lección de la pandemia. No somos el centro. No somos omnipotentes. Nuestra esperanza está en la ayuda del Señor, en poner los medios, ciertamente, pero no nos pueden poner ese rasgo de la vulgaridad, que es confiar sólo en los medios y hacer de los medios (…), o de las obras. Y al mismo tiempo, esa conservación se expande en las obras que llevamos (…), con un sentido de Encarnación, de amor a Dios, de amor al prójimo. Y cuando se pierde eso, el sentido de identidad cristiana, porque se ha perdido en el sentido de nuestra vida, o ha aflojado, perdemos la radicalidad del Evangelio.
Queridos hermanos y hermanas, estamos llamados, en el aquí y ahora de Granada, a testimoniar, de nuevo y con más fuerza, en un mundo secularizado. Incluso, en un mundo que tiene un baño de religioso, pero que sirve de camuflaje a una secularización real cuando no es auténtica (…). Estamos llamados a una mayor radicalidad evangélica. Estamos llamados a dar testimonio del Señor Jesús, a ser luz, a ser esperanza, ese caminar en la esperanza, en la confianza en el Señor, el saber que no nos va a dejar. Yo os animo a eso. Hay mucho por hacer. Hay mucho por trabajar. Hay mucho por rezar. Os necesitamos. La Iglesia de Granada os necesita. Este obispo os necesita. Y vivir esa comunión que es, al mismo tiempo, una comunión en nuestra diversidad de carismas, no incidiendo en las diferencias, sino buscando la unidad intraeclesial también, intercongregacional también, buscando esa unidad, el mundo creerá. Porque nos lo ha dicho Nuestro Señor, pidiendo al Padre la unidad: “Que todos sean uno para que el mundo crea”. Busquemos. Busquemos esa unidad, esa comunión, ese trabajo; que el Señor nos dará frutos (…).
Y miremos a Santa María. Ella contempla este Misterio de Cristo, que hoy celebramos en la Presentación del niño. Ella, con José, asiste a esos acontecimientos que le sorprenden, desde la racionalidad de unos esposos que se presentan en el templo para cumplir la Ley. La espiritualidad de Nazaret, de lo pequeño a lo grande (…). No tengamos añoranzas de romerías (…), tengamos la espiritualidad del grano de mostaza, que crece al paso de Dios, que no es el nuestro, pero que nunca llega tarde.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
2 de febrero de 2023
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)