Querido D. Mariano;
querido Moisés;
querido D. Francisco;
queridos profesores del Instituto Lumen Gentium;
queridos hermanos, seminaristas;
queridas hermanas:
Estamos en la fiesta de Santo Tomás, anticipada, pero ya celebrando. Y la fiesta de un patrón nos remite a un modelo. No sólo un patronazgo de protección, sino también a un modelo en el que fijarnos. Las mujeres dicen un patrón, una medida, una referencia. ¿Y qué puede enseñarnos este santo del medievo? A nosotros, muchas cosas. Entre otras cosas, porque es el doctor angélico, el gran maestro, el referente de la teología. Pero, ¿qué puede decirnos a nosotros? Pues, fundamentalmente, hemos dicho en la oración colecta que queremos comprender su doctrina, su enseñanza. Con lo cual se supone que es difícil y que es laborioso, porque es una mente privilegiada, única en la historia. Y Le pedimos al Señor entendederas. Y ahí está vuestro trabajo, porque se deriva para la Iglesia, a lo largo de los siglos, un cartel inmenso de la sabiduría cristiana y de esa síntesis maravillosa de una fe que ilumina la razón, y de una fe razonada, de una fe que ilumina la razón. En definitiva, que viene a restablecer de alguna manera y, sobre todo, de forma sobreabundante, por el don de la Gracia en cooperación humana, ese conocimiento de Dios, que es posible al ser humano, pero, sobre todo, con la acción del Espíritu Santo, nos va llevando por caminos insospechados que por nuestras solas fuerzas no podríamos, pero conjuntar en armonía, como lo hace la fe católica, esa conjunción del aporte humano, de la razón y, al mismo tiempo, de esa apertura al Espíritu y a la Gracia. En definitiva, por ese ponernos en la medida de Cristo. Y llegando y trabajando, para completar en nosotros esa imagen de Cristo, para llevarla a su plenitud, que será al final de los tiempos.
Queridos hermanos, santo Tomás tiene mucha actualidad. Mucha actualidad que nos hace recuperar su realismo, el realismo de la fe y el realismo de una razón iluminada por la fe y sanada. Yo no soy teólogo. Soy obispo. Pero, por eso estoy aquí hoy. Primero, para agradeceros vuestro trabajo, para agradecer vuestra labor. Para agradecer especialmente a quienes os dedicáis a las ciencias sagradas y a la filosofía también. Agradeceros vuestro esfuerzo, vuestro trabajo y, al mismo tiempo, a vosotros, queridos seminaristas y estudiantes de teología, aprender de Dios es lo que nos da, en definitiva, y cierra el círculo de esa verdadera sabiduría humana, que, como decía Elliot, hemos perdido por el conocimiento, pero por un conocimiento ilustrado, que, como decía tantas veces el recordado Joseph Ratzinger, se ha quedado reducido al conocimiento científico, a lo empírico, y con esa medida, estrecha, incompleta, quiere reducir toda experiencia cognoscitiva humana a la pura experimentación, a lo puro fáctico, rompiendo la dimensión de inteligencia, y de razón y de plenitud que Dios ha puesto como luz en el hombre.
Le hemos pedido ciertamente comprender su doctrina, su enseñanza. Pero le hemos pedido también realizar lo que él practicó, imitar lo que él practicó. ¿Y qué practicó santo Tomás? La santidad. Es un santo. Es Doctor de la Iglesia. Pero es un santo y un santo es alguien que sigue a Cristo. Un santo es alguien que refleja Cristo y que lo refleja en su vida. Y es lo que queda en definitiva. Los santos tienen un numerador muy distinto. Cada uno de ellos, de su época, de su edad, de su condición, de su estado. Pero tienen todos un denominador común: la secuela crística, el seguimiento de Cristo, la imitación de Cristo, el reflejar a Cristo, y son, al mismo tiempo, un regalo para la Iglesia, para la humanidad. Y no digamos Santo Tomás. Un regalo, en efecto, benéfico de la santidad. Daría para un estudio impresionante. Los santos han sido los grandes benefactores de la humanidad, porque son los que han expresado en su vida y en su tarea, en su pensamiento y en su quehacer, la imagen que Dios quiere del hombre y la imagen que Dios quiere del hombre para nosotros, redimidos por Cristo, como nos recuerda el Concilio, la “Gaudium Et Spes”, en el número 22: “Cristo le dice al hombre lo que debe ser al hombre”. Cristo, el verbo encarnado es la vocación suprema del ser humano. Recobrar esta centralidad de Cristo es recuperar el centro, en definitiva, en el que se armoniza todo lo que Dios quiere del hombre y se realiza lo que el hombre quiso ser desde el origen, pero por el camino equivocado de la soberbia, de querer ser divino, lo ha realizado Cristo siendo uno de nosotros.
Estos días, en la lectio continua, estamos trayendo la Carta a los Hebreos. Es una Carta preciosa. Es para una comunidad sufriente, para una comunidad perseguida. Tiene un lenguaje encriptado, pero sumamente teológico, profundamente cristológico, y sobre todo, es la novedad del sacerdocio de Cristo. Pero también es profundamente soteriológica la Carta a los Hebreos. Y al mismo tiempo, es un acervo de sabiduría sapiencial cristiana, para cristianos que viven en la intemperie de persecución y de incomprensión. Os pido que la sigáis con intensidad.
Y todos estamos llamados a mantener esa luz encendida en el candelero, como lo hace santo Tomás, lumbrera de la Iglesia. Por tanto, miremos a este santo y tomemos de él lo que nos sirve para nosotros. El amor y la búsqueda de la verdad. Cuando el ámbito del pensamiento queda reducido a lo empírico y ha quedado todo en un subjetivismo, en lo interior del hombre, en la inmanencia del hombre y en lo exterior, en un empirismo que ha borrado todo rastro de trascendencia y toda aspiración a buscar los bienes de allá arriba; cuando ha limitado el hombre a la finitud y lo ha instalado en una sociedad como la nuestra, que se llama del bienestar, queda resquebrajado el bien ser, y en definitiva en la apoyatura moral. Sed, por favor, buscadores de la verdad, cooperadores de la verdad. Realiza, os decía, esa verdadera sabiduría en nuestro tiempo, con esa “universitas” de completar también con las ciencias humanas que vienen a completar el conocimiento. Pero, sobre todo, la Primacía de Dios. Sin caer en ningún fideísmo, ningún fundamentalismo; amor y búsqueda de la verdad, para dar respuestas, para decir que Dios no sólo tiene respuesta, sino que es la respuesta, porque es la Verdad que encaja en el ser humano.
Amor y búsqueda de la Verdad. Cooperadores humildes de la Verdad. El quehacer teológico es un quehacer humilde, porque la soberbia lo estropea y desfigura la óptica de la mirada sobre las ciencias sagradas. Es una miopía. La verdad que es Dios mismo. La verdad que es, al mismo tiempo, lo que da sentido. Porque el hombre es el ser que busca el sentido. No sólo busca medios de vida. Luego, vuestro quehacer tiene un gran sentido, valga la redundancia. Pero también quisiera pediros a los que os dedicáis a la formación de sacerdotes y de personas consagradas una dimensión pastoral de la formación. No son cenáculos. No caigamos en una especie de aislamiento de la realidad. La preocupación pastoral, esa síntesis que ha encarnado Benedicto XVI como pastor y teólogo, y que era la que encarnaba los Padres de la Iglesia, de ciertamente contemplar las cosas divinas para transmitirlas a otros, pero hacer una mirada y una lectura desde Dios y desde la nominación de la fe, de las realidades y de las pastorales que afligen o que ilusionan, que conforman la vida de los seres humanos. El Papa nos pide esto en los estudios teológicos y en las ciencias sagradas. Eso que no es una simple interdisciplinariedad entre gabinetes o entre departamentos para servirse unas teorías, sino estar abiertos a qué me dice la fe y sobre lo que está pasando. Ahora estoy recordando un trabajo de D. Eloy sobre la pandemia y sobre las consecuencias de la pandemia desde la reflexión teológica. ¿Qué le pasa al hombre de hoy? Está muy bien hacer teología histórica. Está muy bien coger alguna cuestión de la “Summa” y hacer una tesis doctoral. Pero también decirle al hombre de hoy y reflexionar para el hombre de hoy lo que dice la Tradición cristiana; lo que dice el acervo de la sabiduría cristiana. Es de aquel conocimiento, por desgracia contaminado, muchas veces, por el empirismo, ha hecho perder esa sabiduría, y ese conocimiento incluso ha hecho perder por la información y la saturación de una polución informativa que no se sabe discernir y todo se pone en cola.
Queridos hermanos, dimensión pastoral de la teología, de las ciencias sagradas, que sirvan para el hombre; que sirvan para la comunidad cristiana; que sirvan para pastores; que sirvan para vida consagrada, para la vida personal, ciertamente. Porque el creyente, el sacerdote de la vida consagrada, o un laico maduro, tiene que acercarse al Misterio de Dios también con su razón; con su razón iluminada, con su razón cultivada, que tiene, asimismo, una dimensión evangelizadora de primer orden, para dar respuesta a las inquietudes de los hombres y mujeres de hoy, proponiéndoles el Misterio de Dios, de manera accesible. Los maestros, como santo Tomás, sus catequesis. El maestro de la “Summa” se hace catequista. La dimensión pastoral, la dimensión eclesial, la teología es un servicio que se abre. La enseñanza, la investigación, la docencia teológica tiene una dimensión eclesial de comunión con la Iglesia, de comunión con la Tradición, con la Revelación divina manifestada en el Magisterio. La lectio bíblica, in cor de ecclesia. Ecclesia, decían los hombres de la Escuela de Salamanca. Recuperar el sentido eclesial. No es un ir por libre, no es un free lance el teólogo. Con la libertad responsable de un hombre de fe y un hombre de Iglesia, sabiendo que contribuye al progreso de la propia teología, en esa continuidad de la que hablaba san Vicente de Lerins y que recuerda tanto el Papa Francisco. Poniendo en lo esencial y jerarquizando el Misterio. Al mismo tiempo, no haciendo absolutos de cosas que no lo son. Y eso nos dará una paz eclesial también grande.
Por tanto, os invito al entusiasmo. El entusiasmo, en su sentido más genuino y etimológico, metido en Dios. El entusiasmo, que no sólo es que me gusta o no me gusta. Necesitamos. Y sobre todo, necesitamos poner amor, porque el Misterio esencial de Dios es que es Amor, como nos recuerda Benedicto XVI, precisamente, en su primera encíclica, “Deus caritas est”, tomando pie de la primera Carta de Juan: “Nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él”. En un Dios que es Amor, que es Misericordia.
Os acercáis a un Misterio. Que el conocimiento nos lleve al amor y que el amor nos lleve a la misión, nos lleve al anuncio. “Lo que contemplaron nuestros ojos, lo que palparon nuestras manos, lo que quieren nuestros oídos tocante al Verbo de la Vida. Eso os manifestamos, para que estéis en comunión”.
Queridos hermanos, pidámosLe a Santa María, que guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Ella, que acogió el Verbo, la Palabra de Dios, en sus purísimas entrañas, y Ella, en el sentido más pleno y genuino, nos dio a luz a Cristo, nos dio a luz a la Luz de las gentes.
Que así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
Capilla del Seminario Diocesano “San Cecilio” de Granada
26 de enero de 2023