Queridos sacerdotes concelebrantes;
queridos hermanos (reitero en nombre propio y el de D. Javier la felicitación del Año Nuevo):
Podemos invocar también sobre nosotros la bendición que hemos escuchado tomado del Libro de los Números: “Que el Señor nos bendiga, nos proteja, ilumine Su rostro sobre nosotros y nos conceda la paz”. Pero antes, permitidme, un recuerdo especial para el Papa Benedicto. Tendremos, como sabéis, el día 3, pasado mañana, en esta Iglesia Catedral, el funeral a las siete y media de la tarde, por el Papa Benedicto XVI.
La Carta a los Hebreos nos dice: “Acordaos de vuestros dirigentes que os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Pues, nosotros nos acordamos del Papa Benedicto en estos días, especialmente a pesar de su retiro como Papa emérito en los últimos casi diez años. Le recordamos su paso al servicio de la Iglesia, un paso fecundo, un paso poniendo al servicio del Pueblo de Dios su gran inteligencia como un maestro de la fe, como teólogo, con un magisterio extensísimo, fecundo y uno de los grandes intelectuales, y maestros y sabios. Hemos tenido un Papa sabio. Su magisterio, que ya en tiempos de Juan Pablo II, como Prefecto de la fe, servía al Papa y servía a la Iglesia. Y antes, como teólogo y como teólogo destacado en el Concilio Vaticano II y, después, su rico magisterio en sus tres encíclicas y, sobre todo, en sus homilías y en su libro “Jesús de Nazaret”, donde nos pone la centralidad de Cristo de nuevo ante nosotros. Seguro que ya el Señor le ha recibido y le ha dado el premio reservado a los pastores buenos y fieles, y pedimos por él en estos días, especialmente.
Y comenzamos, queridos hermanos, un nuevo año. Ese es otro motivo. Nuestra vida está en las manos de Dios. Le pedimos su bendición para todos nuestros asuntos. Nos deseamos unos a otros felicidad. Y podemos preguntarnos, ¿qué es la felicidad? Porque el hombre está hecho para ser feliz. Lo decíamos en el Catecismo, al menos los que somos más mayores. ¿Para qué ha creado Dios al hombre? Dios ha creado al hombre para que sea feliz. Dios no nos ha creado para machacarnos, para fastidiarnos la vida. Dios no es una broma. Dios quiere la felicidad de sus hijos. Dios nos ha creado para que seamos felices, pero somos felices en la medida en que hacemos el bien. En la medida, si queréis, que amamos y somos amados. Por lo tanto, este año nuevo que comienza vamos a pedirLe al Señor esa felicidad de amar y sentirse amado; esa felicidad que está en vivir como Dios nos pide; esa felicidad que nos hace, y también celebra la Iglesia cada primero de año instituido por el Papa San Pablo VI, la Jornada Mundial de la Paz. Y este año el Papa Francisco ha querido que reflexionemos sobre las consecuencias de la pandemia en nuestro mundo, en nosotros. Él dice que de una crisis uno no sale igual, o sale mejor o sale peor, pero no sale igual. Y esa pregunta en su Mensaje para este año: ¿cómo estamos?, ¿vuelven a ser las cosas igual? Que si tal número de visitantes, que si la economía alcanza los índices de antes de la pandemia, que si tenemos el mismo nivel de vida. Pero no, no es igual. Sobre todo los que lo hemos padecido de manera grave, porque nos hemos dado cuenta, y el Papa insiste en ello, en que somos dependientes de Dios y de los demás, en que no las tenemos todos consigo, en que por mucho que tengamos confianza en el progreso, en los avances, estamos en las manos de Dios y en las manos de los demás. Y en las manos de Dios, que es el Señor y dueño de la vida, Señor de la Historia, Jesucristo, ayer, hoy y siempre. Un Dios que es Misericordia, que es Perdón, que es Amor.
Estamos en Sus manos y Él nos dice, Jesús en el Evangelio, que nos fijemos desde los lirios del campo, que ni Salomón se vistió como ellos, y de los pájaros que ni siembran ni siegan. Y Dios los alimenta. “Y cuánto más valéis vosotros, hombres de poca fe”. Estamos en las manos de Dios. Y ese sentido de providencia tenemos que incorporarlo a nuestra vida. Ese sentido de providencia tenemos que incorporarlo al comenzar un año. Señor, ponemos este año en Tus manos. Y dependencia también de los demás. Y eso nos lleve, dice el Papa, a buscar una fraternidad humana de verdad, porque eso es el fundamento de la paz, que es la justicia, pero es sentirnos como hermanos, sentirnos como hermanos de verdad. No perdamos el sentido de fraternidad. Julián Marías, un filósofo español, escribió hace muchos años un artículo donde decía que cuando se limitan la natalidad, cuando en las familias sólo hay un hijo, ¿qué experiencia de fraternidad va a tener?, ¿qué experiencia de fraternidad va a tener si no tiene hermanos, si no hay horizontalidad en su vida y en su afectividad, en el sentido de una fraternidad?
Queridos hermanos, vivamos la fraternidad, sintamos a los demás. Es este mundo nuestro de competencias, en este mundo nuestro de guerras. Y el Papa se fija especialmente en la guerra de Ucrania. Ya casi un año, sin parar, ni en Navidad, ni en Año Nuevo. Y esto ocurre en nuestro mundo. No es una noticia de un país que está… y hay más guerras y más conflictos, y hay gente atravesando fronteras, perseguidos, y hay 400 millones de cristianos que viven en países donde hay persecución religiosa.
Luego, queridos hermanos, necesitamos seguir pidiendo por el don de la paz. Pero no puede haber paz si no hay ese sentido de fraternidad. Y no puede haber paz sin justicia. Y no puede haber paz si no lo hay en el interior de nuestras conciencias, en nuestras familias, en nuestros hogares. Y estamos viendo esas noticias tristes, horrorosas, de la violencia contra la mujer, impropias de seres humanos, impropias de un país civilizado.
Tenemos que recuperar el sentido de la paz, de la concordia. Pero sólo podemos hacerlo cuando hay unas bases, cuando hay un sentido ético, cuando hay un sentido moral profundo. No cuando cada uno vamos a lo nuestro. Cuando hay un sentido de fraternidad que se ve en el otro, un semejante con igual dignidad, sobre todo un hijo y una hija de Dios, como hoy nos ha recordado la Carta a los Gálatas, que es el gran regalo que nos hace Jesús con Su Nacimiento. Nos ha dicho la Carta a los Gálatas que cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, de María Santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción como hijos. Ese maravilloso intercambio. Dios se hace uno de nosotros para hacernos a nosotros eternos. Y ese es el gran regalo de la Navidad. Ese es el gran regalo del Misterio cristiano. Nuestra dignidad ha quedado enaltecida por Jesucristo; por Dios, que se ha hecho uno de nosotros, ha quedado enaltecida. Luego, ¿qué más motivos para la paz, para la convivencia, para la fraternidad, para vivir esta paz con los demás?
Y empezar un Año Nuevo es darLe gracias a Dios por todo lo que nos ha concedido el año anterior. Seguro que hay muchas cosas maravillosas, entre otras, el don de la vida, que estrenamos cada mañana. Tantas cosas maravillosas: en la familia, en nuestros hogares, en nuestra sociedad, en poder vivir con una holgura. Tantas cosas. DarLe gracias a Dios. Acostumbrarnos a darLe gracias a Dios: “Gracias, Señor, por un año más”. Y al mismo tiempo, una petición de perdón: “Perdóname, Señor, por lo que ya Te haya ofendido este año, por lo que Te haya ofendido y haya ofendido a mis hermanos”. Y también, una petición al comenzar el año: “Ayúdame, ayúdame a vivir como Tú me pides. Ayúdame a vivir como Dios manda. A enderezar mi vida y el caminar en la historia de cada uno de nosotros, por los senderos que Dios espera y donde Dios nos espera”.
Queridos hermanos, vamos de paso, vamos caminantes, somos peregrinos, somos “viatoris” (parroquia viene de “parrochae”, que significa pueblo que camina). Nosotros somos caminantes, en nuestra hora en la historia. Los años con todo lo que echemos de fiesta, los años van pasando, o nosotros mejor por ellos. Pero que demos fruto. Que el Señor nos ha dado unos talentos. No nos escondamos. Pongámonos al servicio de Dios y de los demás. Nadie se ha quedado sin los talentos, sin las cosas buenas que Dios nos ha dado, sin las virtudes, sin las capacidades. Pongámoslas al servicio de Dios y de los demás, y haremos un mundo también más pacífico. Y en este día del comienzo del año, la Iglesia lo empieza con esta Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Es madre de la humanidad de Cristo. Pero la humanidad de Cristo está unida de forma inseparable a Su naturaleza divina, en la persona del Verbo de Dios, que se ha hecho hombre en las entrañas virginales de María. Por eso, María es invocada como Madre de Dios. El Concilio de Éfeso la proclama así. Y después sacaban a hombros a los Padres del Concilio del siglo V con esa oración que hemos incorporado al Avemaría: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Que Santa María nos proteja. Acudamos a la Virgen, que Ella nos acompañe en nuestro caminar. El Concilio nos dice, cuando habla de María, en el capítulo 8 de la Lumen Gentium, que María, que está en los cielos en cuerpo y alma, no se ha olvidado de sus hijos que todavía peregrinan, que somos tú y yo, que vamos por la historia, que vamos por los años que van sucediéndose.
Ella nos acompaña. Ella nos protege. Ella nos cuida. Ella hace de Madre nuestra, porque lo es. Porque la hemos recibido de Jesús en la cruz. En Juan Evangelista: “Mujer, ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”. Y la maternidad de María se extiende sobre nosotros. Por eso, acudimos con confianza. Por eso, la devoción a la Virgen forma parte de la entraña del pueblo cristiano; y qué decir de Granada, de su devoción a la Virgen de las Angustias, que tiene ante Sí a Cristo.
Ella es intercesora nuestra. Acudamos a la Virgen. Pidámosle ayuda. Recémosle a la Virgen. No pase ningún día sin que nuestra oración… fomentemos en nuestros hogares. Enseñemos a los pequeños el amor y el cariño a la Virgen. Vivamos las devociones marianas, entre ellos el Santo Rosario, que es el Evangelio de los sencillos, que va recorriendo los Misterios de la vida de Cristo, de manos de María, como nos decía el Papa san Juan XXIII.
Queridos amigos, que este año esté lleno de la protección de Dios, de sus bendiciones, del don de la paz.
Que el Señor nos conceda salud. Que el Señor proteja a nuestro pueblo, dé prosperidad a nuestra ciudad y a nuestra España.
Que el Señor nos ayude y nos proteja. Cure a los enfermos. Proteja a los niños y a todos nos ayude con la fuerza divina.
Que Santa María interceda por nosotros. Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor de Granada
1 de enero de 2023
S.I Catedral de Granada