Querido Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Hermandad;
queridos hermanos y hermanas que os habéis dado cita en esta celebración del primer día del quinario al Nazareno:
¿Qué nos trae la Palabra de Dios que hemos escuchado? Que como baja la lluvia o la nieve desde el cielo, y no vuelve ya sino después de empapar la tierra, y de fecundarla y de hacerla germinar, y así es la Palabra de Dios. Dice: “No volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo”. Jesús nos pone un ejemplo y nos pone una parábola: la del sembrador. Y nos sirve siempre de examen. Ante la Palabra de Dios que tantas veces hemos escuchado en nuestra vida; ante este tiempo de Cuaresma en que se nos invita a escuchar la Palabra de Dios de manera especial, porque el Señor -nos decía el domingo en el Evangelio de las tentaciones-, se lo decía al Maligno que le estaba tentando, pero nos sirven, que tenemos que tener hambre no de alimento -“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Pero, realmente, Jesús nos viene a traer a la realidad cuando nos habla de la parábola del sembrador y, además, nos lo explica, ante la petición de los apóstoles: “Explícanos la parábola”. Y Jesús nos dice en esa parábola del sembrador que una semilla que cae en el camino y resbala está impermeabilizado, no cala. Nos dice también que hay una palabra, hay una semilla, que es la Palabra de Dios -dice Él- que cae entre piedras y tampoco, no tiene profundidad, sólo hay superficialidad, no da fruto. Y nos habla también que el Evangelio de que Jesús decía que había otra semilla que cae entre espinos de yerbas malas y la ahogan, y luego explica: son los placeres de este mundo que se dedica a hacer compatible a Dios con las exigencias de su Palabra.
¿Cómo es nuestra actitud hacia la Palabra de Dios? “Lámpara es Tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero”. El propio Simón Pedro le dice a Jesús, cuando habla del discurso del Pan de vida y que se marchan muchos, Jesús les pregunta: “¿Y vosotros también queréis iros?”. Simón Pedro le dice: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Queridos hermanos y hermanas, ¿es esa nuestra actitud?, ¿escuchamos la palabra Dios? Decía San Jerónimo que desconocer la Palabra de Dios, desconocer la Escritura es desconocer a Cristo. ¿Qué sabemos de Cristo?, ¿qué sabes tú de Cristo?, ¿cabe en las letras de un twitter o nos hemos quedado con el conocimiento de Cristo de la Primera Comunión? No damos más allá de un folio. Y esto es lo que está en el fondo de muchos cristianos: su desconocimiento de Cristo. Llevamos el nombre. Se lleva el nombre de Cristo, pero, luego, a la hora de la traslación a su vida, hay algo que está fallando. Está fallando una falta de formación. La catequesis se quedó muy atrás, la formación se quedó muy atrás, y ante los problemas, las dificultades, las contrariedades de la vida, ¿qué dice esa persona?, ¿que dice ese cristiano?, ¿cómo se ilumina? Y nuestro desconocimiento de la Palabra de Dios está muy generalizado.
Queridos hermanos, hay poco conocimiento en esto. En esto sí nos dan ejemplo nuestros hermanos protestantes. La Palabra de Dios se tiene en casa, pero se tiene muchas veces en la estantería. ¿Realmente, cala nuestra vida de cada día? ¿Escuchamos el Evangelio? Tenemos esas ediciones que traen el Evangelio de la Misa de cada domingo y hay esa escucha, esa lectura, que sólo son unos minutos, para que den el tono para nuestro día, para que nos dé ese mensaje que Jesús quiere para cada jornada, de tal manera que nosotros podamos iluminar nuestra existencia. Llega un momento en que sepamos de Cristo; en que Le conozcamos más para amarlo más y para vivir conforme a lo que nos pide. Qué haría Jesús en esta situación; qué haría Jesús o cómo respondería Jesús ante ese problema, ante esta dificultad, ante esta cuestión que tengo, ante esto que se me plantea; qué conozco del Nuevo Testamento o de las Cartas de San Pablo, de los Hechos de los Apóstoles, de la vida de la primitiva comunidad cristiana. Lo que escucho misa tras misa los domingos, pero que luego llega el martes y ya se me ha olvidado.
Queridos hermanos, yo quisiera al inicio de este quinario en honor de nuestro Padre Jesús Nazareno que tengamos esa escucha de la Palabra de Dios. Que no falte en la vida de cada cofrade, de cada hermano, un Nuevo Testamento. No vale nada, vale menos que un paquete de tabaco. Y eso sería un buen regalo, sería una buena adquisición. Y eso, teniéndolo ahí, teniéndolo en la mesilla de noche, teniendo en las casas, no para ponerlo en la estantería, sino para alimentarnos de la Palabra de Dios, para tener un conocimiento de Cristo. Lo podemos tener. Con que pongamos ese texto en Google nos va a salir el texto. ¿Por qué no acudimos a Jesús?, ¿que lees tu del Evangelio? Sabemos, pues, algo de historia sagrada, pero nos hemos quedado muy atrás en nuestra formación.
Cuando hablo de las cofradías y de las hermandades digo que tienen que tener esas cuatro “C”. Tienen que tener culto. Claro que sí. Ahí nuestro Jesús, Jesús que es el centro de nuestra vida y es el culto, el centro del culto cristiano y que tiene esa manifestación pública, el día de ese paso procesional. Recorre nuestras calles y llega al corazón de la gente y nos bendice desde esa imagen venerada por nuestros mayores, y que hemos recibido y veneramos y damos a conocer con devoción, con cariño, con verdadera fe. Pero, tiene que ser ese culto continuado en la Eucaristía como centro de nuestra vida. Tiene que tener ese culto luego en nuestra piedad personal, en esa oración a la que nos invita hoy el Señor en Su Palabra. Esa oración que es expresión de nuestra fe. Sólo reza quien tiene fe, esperanza y cariño. Fe porque ve a Dios detrás de los acontecimientos y quiere verlo. Esperanza, porque confía en su ayuda ante las dificultades, y por eso acude al Señor. Quien no tiene esperanza no reza. En cambio, la esperanza nos lleva a la oración, y la oración nos lleva en la esperanza, a esperar en el Señor que no nos defrauda, como vemos y como hemos escuchado: “Dios libra a los justos de sus angustias”.
Bueno, pues si el afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. ¡Y cuánta experiencia tenemos de esto! Mucha. Ante las dificultades, ante ese asunto que se nos ha puesto cuesta arriba, ante esa enfermedad, ante ese contratiempo hemos rezado y el Señor nos ha echado una mano casi sin que nos demos cuenta. Y no sólo en los momentos de peligro, también hay que rezar dándoLe gracias al Señor. Gracias por esto, por lo otro, gracias por el don de la vida, por la familia, por el trabajo, por los amigos, por tantas cosas que el Señor va poniendo en nuestra vida. Y necesitamos caridad. La oración nos tiene que llevar al amor fraterno, al perdón, como hoy nos habla Jesús al enseñarnos el Padrenuestro, que, por cierto, Santa Teresa de Jesús, que sabía tanto de oración, y estamos en su casa, ella nos habla de que “la oración es tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. Eso es rezar. Y ahí, en la vida cofrade tiene que haber oración, pero no sólo la oración cuando llega la Semana Santa, sino la oración en su vida. No se pueda acostar una noche sin decirle Señor, gracias por el día, por lo bueno que me has dado, perdón por lo que haya podido ofenderte o se te ha ofendido en el mundo, ayúdame mejor para mañana, para que sepa vivir como un hijo o una hija tuya.
También, éste es un tiempo en que nos ha de llevar a la caridad. Y esa fe, esperanza y caridad que se centra en oración, es lo que hace fructificar en nosotros la Palabra de Dios en buenas obras. Como dice Jesús, hay otra semilla que cae entre piedras, la superficialidad. Vivimos en un mundo muy superficial. Hay como si hubiera de la vida dos dimensiones: lo largo y lo ancho. Falta profundidad. Lo que Unamuno llamaba el adentramiento. Falta interioridad, falta profundidad, falta reflexión, falta pensar. Estamos abocados a estar todos los días con pantallas delante de nuestros ojos. Estamos quietos e, inmediatamente, echamos mano del móvil a ver qué han dicho, cómo me ha llegado, qué no me ha llegado. Y nos falta esa profundidad. Y eso es lo que nos hace ver y pensar las cosas en la vida, no sólo en los momentos difíciles. Si no tenéis esa capacidad de reflexión, ese poso, esa sabiduría, esa amasar lo que hemos aprendido y la experiencia nos ha dado, para saber tomar las decisiones oportunas. Y ahí entra la oración también, la meditación, la consulta, el discernimiento en la Presencia de Dios.
Y Jesús nos dice también que hay una semilla que cae entre espinos. Cuántas veces en nuestra vida podemos tener espinos que ahogan la Palabra de Dios. Buenos propósitos, pero luego, por un lado, van nuestros buenos propósitos, y por otro lado, nuestra vida. Y quien no vive como piensa, como cree, acaba creyendo como vive, porque el hombre no puede estar dividido.
Queridos hermanos, como veis, estos textos que hoy la Palabra de Dios nos trae, nos pueden iluminar para nuestra vida si realmente hacemos que la Palabra de Dios no vaya de vacío y si realmente en nosotros hay esa oración. Por tanto, culto, catequesis, formación, caridad, compromiso; compromiso con los que están al lado, en primer lugar. Prójimo, amor al prójimo. Le quitáis la “j” y le ponéis la “x”, es el próximo. A quien está cerca. Cómo vamos a amar al prójimo si no amamos a las familias, a quienes estamos unidos por los lazos de la sangre, la amistad, la estima, el compañerismo en el trabajo. En la caridad hay un orden. Y ese orden sí tiene una prioridad. Son los más necesitados, los enfermos, los más pequeños, quienes más lo necesitan. Y te viene también esa otra “c”, que es la caridad, como os decía.
Pero viene una última “c”, la cultura. La vida cristiana no se puede quedar encerrada en los templos o una vez al año en el paso procesional. Tiene que manifestarse en un comportamiento y en un cambio cultural a nuestro alrededor. La Semana Santa no sólo es la Cuaresma, es una forma de vivir como hermano y como cofrade, y que lleva a plantearse la vida con esos criterios del Evangelio.
Como veis, son muchas cosas, pero sencillas. Vivir como Dios manda, vivir como Dios nos pide. Y es lo que han hecho nuestros mayores. Y es, en definitiva, lo que se llama santidad, que es vivir como cristianos, que es vivir como discípulos de Cristo. Eso que decíamos en el catecismo de pequeño: “¿Eres cristiano? Sí soy cristiano por la Gracia de Dios”. ¿Qué quiere decir cristiano? Cristiano quiere decir discípulo de Cristo. Pero queridos amigos, Cristo no admite alumnos oyentes. Quiere que seamos alumnos con matrícula total, de cuerpo y alma, en todas las edades de nuestra vida.
Que Santa María, que acompaña a Jesús en su Pasión hasta la cruz y nos la da como Madre, y a Ella que le decimos “haznos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo”, nos ayude a vivir como Jesús nos pide.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
28 de febrero de 2023
Iglesia de San José, en el convento de las carmelitas descalzas