El miércoles comienza para los cristianos la Cuaresma, tiempo que, según señaló el Concilio Vaticano ll, “prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia”. Tal es la finalidad de este tiempo sagrado que los católicos iniciamos este miércoles, llamado “de ceniza”, por exteriorizarse en él la condición frágil y pecadora del hombre mediante el sencillo y elocuente signo de la imposición de la ceniza en la cabeza de los fieles.
El texto evangélico de Mt. 6, 1-6.16-18 insiste sobre todo en la coherencia al comenzar la Cuaresma, haciendo una llamada a dejar toda hipocresía en nuestro culto a Dios, como puede ser: mostrarnos como practicantes sólo de cara a la galería, y, olvidándonos de aquello de “que no sepa nuestra izquierda lo que hace la derecha a la hora de dar limosna”, preferir, en cambio, salir en los papeles y en las lista de donativos con nuestra hinchada ofrenda y así, además del descuento o desgravación que ésta nos va a suponer a la hora de pagar los impuestos, de paso somos admirados y crece nuestra autoestima.
También nos aconseja el evangelio no poner cara trágica cada vez que hacemos un sacrificio por Dios y los demás, como si fuéramos víctimas protagonistas de los programas televisivos de sucesos hoy tan de moda. No es para tanto y tampoco hay por qué hacer saber que vamos de sufridores por la vida, ya que el que más y el que menos también pasa lo suyo, aunque, y hace bien, no se note.
La Cuaresma viene a ser como una “puesta a punto” anual de la vida cristiana, una especie de ITV del espíritu, en la que, mediante la conversión, se nos invita a quitar todo lo que lo impide, como son nuestras imperfecciones y debilidades, nuestros egoísmos y miserias, y a situarnos de nuevo en el empeño de ser buenos cristianos. ¡Qué oportuno sería para esto acudir al sacramento de la penitencia, a la confesión, donde Dios nos perdona nuestros pecados y nos da su gracias para ser mejores! No en vano la fórmula evangélica “Conviértete y cree en el Evangelio” (cf. Me 1, 14-20) es la otra optativa para la imposición de la ceniza.
No se trata de algo tétrico y negativo como pudiera ser una lista de cosas que no debemos hacer, sino de algo tan positivo como es la propuesta de practicar el bien, de imitar a Cristo, con todos los benéficos efectos colaterales que, si lo llevamos a cabo, o al menos lo intentamos, se derivan para los demás. Cuando somos buenos
-¡santos! nuestro ambiente familiar, profesional y social mejora con ello, no sólo nosotros.
El punto de partida de esta puesta a punto espiritual no es otro que un sencillo gesto que, a pesar de los siglos que lleva practicándose en este día, no deja de ser sorprendente y muy elocuente. Se trata de la imposición de la ceniza en nuestras cabezas mientras se nos recita la frase bíblica “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gn 3,19). Toda una llamada al realismo, a que se nos quiten los humos de la soberbia -el verdadero mal que nos estropea todo- y a poner verdaderos y sólidos fundamentos en nuestra vida, que no son otros que el amor a Dios y los demás. Es lo más rentable y la más sólida inversión para la eternidad, créanme.
No esperemos para caer en la cuenta de esta verdad al duro trance de contemplar en un bello envase lo que queda de un familiar o amigo difunto, después de ser incinerado. Lo más grande y valioso de nosotros es incombustible y está en la memoria de Dios y de los demás: es el bien que hacemos, la caridad que hemos vivido con Dios y los demás.
Con mi bendición, les deseo una feliz semana.
+ José María Gil Tamayo