Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes;
queridas identes;
queridos hermanos y hermanas, que os dais cita en esta celebración eucarística de nuestra querida Virgen de las Angustias:
Os decía que son varios los motivos que nos convocan en esta tarde, en esta celebración. Por una parte, la Semana de Unidad por los cristianos. Hemos escuchado en la Segunda Lectura que la unidad no tiene cabida, no debe tener cabida. Por desgracia, sí la está teniendo desde siglos, desde los comienzos. Vemos que ya San Pablo, en esta Primera Carta a los Corintios, hace esa pregunta: ¿Está dividido Cristo?, ¿fue crucificado por vosotros?, ¿fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? Y antes, nos invita a que estemos bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir, como nos relatan los Hechos de los Apóstoles, que era la vida de la primitiva comunidad cristiana, ese “consummati in unum”, formando una unidad. Y esta es una tarea que hemos de pedirLe, porque el Señor hace instalación precisamente: “Padre, que todos sean uno para que el mundo crea”. Si nos ven divididos a los cristianos, y no sólo en diferentes confesiones, sino también dentro de la Iglesia; si ven que hacemos partidos y cada uno tira por su lado y cada uno va a lo suyo, entonces no estamos viviendo, por una parte, el mandato de Jesús del amor, unidos en la unidad. Pero, por otra parte, estamos desgarrando el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: “Vosotros sois el Cuerpo de Cristo”, dice San Pablo.
Queridos hermanos, tenemos que pedir al Señor que nos haga estar unidos. Estar unidos primero en nuestra propia vida, en esa unidad de vida: que no vaya por un lado nuestra fe, por otro lado nuestras obras. Estar unidos en nuestras familias. Estar unidos en nuestra sociedad, en nuestra ciudad, en nuestra diócesis, para que no vayamos cada uno, separándonos, cada uno haciendo cuenta aparte, cada uno en su “tinglado”. No, no. No sólo porque la unión hace la fuerza, sino porque la Iglesia es imagen de la Trinidad, donde en la diversidad, en la Trinidad de Personas hay una unidad de naturaleza. Dios es uno, es único y esta unidad es la que estamos llamados a vivir. Y esta unidad es la que quiere Jesús también para su Iglesia. Vivimos en una sociedad enormemente fragmentada. Lo vemos en la polarización de las opciones políticas de unos y otros, cuando no unos contra otros. En los desgarros de las guerras, que por desgracia siguen siendo tan actuales y a veces tan próximas.
Vemos falta de unidad en nuestro país. Vemos falta de unidad en nuestro mundo. Y vemos falta de unidad en la Iglesia también. Vamos a pedirLe al Señor el don de la unidad. Y unidad con quienes confesamos a Cristo como nuestro Dios y Señor. Para que los cristianos seamos lo que Cristo ha querido que seamos: sal de la tierra y luz del mundo. Cristo no puede estar dividido. No hagamos un cristo cada uno a nuestro antojo, sino el Cristo real, el Cristo que vive por siempre, el Cristo que ha muerto y ha resucitado, el Cristo que sé que es el Dios bendito, el Hijo de Dios encarnado, y es el Cristo que da sentido a nuestra vida. Y este Cristo es el que da sentido y se nos muestra en la Escritura. Después de la Resurrección del Señor, nos encontramos con Él ciertamente en la Eucaristía. Como los discípulos de Emaús, nosotros también Le reconocemos al partir el pan. Se ha quedado real y verdaderamente presente con nosotros. Cada Eucaristía anunciamos Su muerte, proclamamos Su Resurrección mientras esperamos Su Venida al final de los tiempos. Y esa Venida personal al final de nuestra historia, de cada uno de nosotros en que seremos juzgados por Su misericordia.
Pero el encuentro con Cristo, el encuentro con el Señor, es también el encuentro con su Palabra. Por eso, la Palabra es esencial en la vida cristiana. Como decía el Concilio Vaticano II, la Palabra de Dios, cuando es proclamada en la liturgia, no es el recuerdo de un acontecimiento pasado, o la referencia a un relato que se nos pierde en la noche de los tiempos, o un conjunto de consejos que se nos da. Es la voz de Dios. Es Dios mismo quien nos habla: “Lámpara es Tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero”. La Palabra de Dios tiene que ser el alimento de nuestra vida cristiana. Orar con la Palabra, reflejarla en nuestra vida, en nuestro comportamiento. Acercarnos a ella, conocer la Palabra de Dios. Y en este Domingo de la Palabra, que hagamos ese propósito de conocer más, de acercarnos a la Biblia. Decía san Jerónimo que quien desconoce las Santas Escrituras, quien desconoce la Biblia, desconoce a Cristo.
Por lo tanto, acerquémonos, porque nos estamos perdiendo el caudal de la Revelación divina manifestada a través de la Sagrada Escritura. Y conociendo la Sagrada Escritura, conoceremos más el Misterio de Dios que se nos ha revelado plenamente en Su Hijo Jesucristo. Como dice la Carta a los Hebreos, Dios habló de muchas maneras antiguamente a nuestros padres, pero en esta etapa final nos ha hablado por Su Hijo Jesucristo. Nuestro san Juan de la Cruz decía que Cristo es la palabra definitiva de Dios. Él nos ha mostrado el Rostro de Dios. Él es Dios con nosotros, es Emmanuel. Por lo tanto, acudir a la Palabra de Dios, tened la Biblia en nuestra casa, meditad y rezad con el Evangelio. Hay tantas ediciones, y además baratísima, que puede uno leer el Evangelio de cada día y da como el tono de ese día. Y así nos vamos alimentando de la Palabra de Dios y vamos teniendo, como nos dice san Pablo, los sentimientos propios de Cristo. ¿Cómo vamos a amar a Cristo si no lo conocemos? Y cómo vamos a conocerlo, si no leemos el Evangelio, si no meditamos el Evangelio, si nos quedamos con la “dosis” del Evangelio del domingo que ya el lunes y el martes ni nos acordamos, seguramente. Vamos a hacer ese propósito: que la Biblia no esté en nuestras casas, en la estantería, como si fuese un libro de regalo que pasa de generación a generación, pero que nadie lo abre; que nosotros lo leamos, que sus páginas pasen a nuestra vida.
Y el otro motivo que nos reúne este homenaje, esta acción de gracias a este hombre de Dios, a Fernando Rielo, que se cumple en este año, concretamente el 28 de agosto, el centenario de su nacimiento.
Nos dice la Carta a los Hebreos, “acordaos de aquellos superiores vuestros que os expusieron la Palabra de Dios. Fijaos en el desenlace de su vida. Imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre”. Eso es lo que yo quiero recordaros, queridas identes. Fijaos en este hombre. Fijaos en el desenlace de su vida, que tendréis este año ocasión de explicar. De este hombre, tocado por Dios, que hizo de su vida una búsqueda; una búsqueda de Dios, una búsqueda del querer de Dios, y antes de los 16 años. Que es un niño de la guerra. Es un niño y es un joven que sufre, los horrores y las dificultades, las contrariedades, la pobreza de la guerra y de la postguerra española. Pero en ese camino, y en medio de esas dificultades, Dios le va haciendo descubrir Su voluntad. Y el descubrimiento de Su voluntad sobre su propia vida, que es un tantear qué quiere el Señor de él, hasta que por fin este hombre laico, este seglar, este apóstol, este hombre destinado en Tenerife, descubre realmente cuál va siendo el querer de Dios para su vida, y funda el Instituto de Misioneros y Misioneras Identes. Y, ¿con qué finalidad? Cuál es la razón del ser de que el Señor quiere este carisma en Su Iglesia, que agradecemos, y yo como arzobispo coadjutor de Granada, agradezco en el nombre del Señor y su presencia entre nosotros. Ya las conocía. Está aquí Belén, que, además es granadina, y la he tenido trabajando conmigo en la Conferencia Episcopal. Es decir, ese colaborar con la Iglesia. Colaborar con la Iglesia con esos principios que, basándose en creer y esperar de Fernando Rielo, conforman su espíritu. Ese sentido de la filiación divina, de búsqueda de la santidad que el Concilio Vaticano II nos ha recordado y nos ha dicho que todos estamos llamados a la santidad. Eso nos lo dice el Evangelio, es evangélico, puramente. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Y ahí, queridos hermanos, tenemos mucho que andar. Y Fernando Rielo descubre esto de manera carismática iba a decir, para su vida, la búsqueda de la santidad. Segundo, la vida comunitaria, “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. La presencia de Jesús Resucitado es también una presencia comunitaria. Es una presencia en los hermanos. “Cualquier cosa que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a Mí me lo hacéis”, nos dice Jesús. Por tanto, el sentido comunitario, el sentido de esa dimensión de compromiso de la fe en el amor al prójimo, que empieza por los más próximos, que es nuestra familia, nuestra comunidad.
Y el tercer principio que es el principio, un mandato evangélico de Jesús que da nombre a este Instituto de Misioneros y Misioneras identes: “Id. Id y enseñad”. Id es un mandato de Cristo. Es una Iglesia en salida, nos dice el Papa Francisco. No podemos quedarnos los cristianos nosotros solitos, o cristianos para propio consumo, o cristianos de puertas cerradas por miedo, como al principio los apóstoles. No. Necesitamos reavivar el Pentecostés y la presencia del Espíritu para salir a los caminos. Y hoy el Evangelio nos presenta precisamente los inicios de la actividad misionera de Cristo, precisamente en Cafarnaún, en ese lugar que era un lugar de periferia; para los judíos, consideraban a Cafarnaún, consideraban todos los alrededores de los límites del lago de Genesaret como un lugar casi de paganos. Y allí va Jesús. Y allí va Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, después que conoce que han encerrado, que han hecho prisionero a Juan el Bautista, baja a Nazaret y allí no tiene una experiencia muy buena, sus paisanos casi le apedrean. Y después de las bodas de Caná Jesús se va y hace de Cafarnaún su casa. Y es allí donde predica gran parte del Evangelio, que nos recogen los evangelistas.
Pues, que estos hijos e hijas de Dios en este Instituto de Misioneros y Misioneras identes sepan recoger ese testimonio de Fernando Rielo, que es el testimonio y es el mandato de Jesús de ir a todos las encrucijadas, especialmente también y mucho en el ámbito cultural. Fernando Rielo era un gran poeta y es uno de los que titulan uno de los grandes premios de poesía en lengua española.
Pues, que este hombre apóstol en el siglo XX nos ayude a actualizar el mensaje de Jesús de “id y enseñad”. Que vivamos la comunión y vivamos la santidad. Y que pongamos la Palabra de Dios en el centro de nuestra vida.
Que María, la que acoge la Palabra de Dios y la medita en Su corazón, nos ayude también a nosotros a acoger la Palabra de Dios como Ella, que ha acogido en sus purísimas entrañas a la misma Palabra de Dios, que se hizo carne y nos lo dio.
Que nosotros también lo veamos y que la Palabra de Dios sea para nosotros “lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero”.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor
21 de enero de 2023
Basílica de Nuestra Señora de las Angustias (Granada)