Querido don Alfonso, obispo de Lugo y presidente de la Comisión Episcopal de Educación y Cultura;
querido señor Vicario General, de la Archidiócesis de Granada;
queridos hermanos y hermanas:
Quiero empezar dando las gracias por haber elegido Granada y daros las gracias, especialmente a quienes habéis preparado este Congreso. Gracias de verdad. Sé que esto lleva mucho “tinglado”, mucho trabajo, que se está deseando que empiece y también que acabe. Gracias, de verdad. Gracias. Pero nos hace falta visibilizar y poner física de este empeño y este trabajo común que hacéis para que no parezca a cada uno que está con sus luchas y con sus esfuerzos de manera aislada, en el “tajo” que Dios le ha dado.
Nosotros estamos celebrando hoy una fiesta importante: la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. Pero, nosotros también tenemos que aprender cómo mira esta realeza Cristo. El Reino de Dios es lo que viene a traer Jesús, es lo que viene a predicar. Nos lo dicen claramente los Evangelios y hoy hemos escuchado esa proclamación del Evangelio de San Lucas en un contexto especial en que insisten los evangelistas al presentar la realeza de Cristo. Y hemos visto también diversas actitudes con respecto a esa realeza de Cristo. Mejor dicho, ante Cristo sentado en el trono, en un trono especial, en el patíbulo, en la cruz, en un lugar de ignominia, de condena, de maldición. Y ésta es la contradicción del mensaje de Cristo. Ya lo anuncia Simeón cuando los recibe en el templo. Eso está puesto como signo de contradicción, para que muchos crean en él o tropiecen en esta piedra.
Ante Cristo, no podemos permanecer indiferentes. Por eso, queridos hermanos y hermanas, vosotros, en vuestra tarea como enviados y en la misión que os ha tocado haciéndola con competencia pero con un sentido de identidad y de pertenencia crucial. Porque no se puede separar a Cristo de la Iglesia. No cabe decir Cristo sí, Iglesia no, como estuvo de moda en ciertos sectores. Porque sólo llegamos al conocimiento de Cristo a través de la Iglesia, de la que San Pablo nos dice “vosotros sois el Cuerpo de Cristo”. Y hoy, en el Reino maravilloso con el que San Pablo comienza la Carta a los Colosenses, nos habla de que Cristo es cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia. Luego, no podemos separar. Si no, sólo tendríamos de Cristo conocimiento por Plinio el Joven o Flavio Josefo, pero se nos perdería en la noche de los tiempos como un personaje ilustre que dejó un mensaje. No, no, nosotros no seguimos a un personaje que se nos pierde en la noche de los tiempos. Nosotros también necesitamos ante el Crucificado que se levanta como el nuevo signo, como la nueva salvación, como la nueva serpiente de la que habla el Libro del Éxodo. Nosotros también tenemos que descubrir.
¿Y cómo es nuestra actitud? Ciertamente, todos cuantos escuchamos esta primera canonización de la historia en que Jesús canoniza a un ladrón, por cierto, sin ningún proceso de beatificación; este hombre, Dimas, le robó el corazón a Jesús, hizo una confesión de fe y también ante ese momento cumbre de la historia de la humanidad. “Acuérdate de mí cuando estés en Tu Reino”. Este hombre habla del Reino de Dios, y este hombre confiesa su fe en Jesús: “Acuérdate de mí”. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¿Cuál es nuestra actitud? La de los de aquellos que están contemplando como espectadores y reclaman unos signos al condenado: “Si Tú eres rey; si Tú eres el Mesías…”. O como Pilato también ante la proclamación de Jesús como Rey -porque esa es la causa de la condena civil: “Tú eres rey. Tú lo has dicho”. “Yo soy rey, para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad”. ¿Y qué es la verdad? Los escépticos. ¿Cuál es tu actitud ante Cristo? Porque estamos ante lo nuclear del mensaje que transmitís. Estamos hablando de lo nuclear, del mensaje cristiano. Todo el mensaje de la Iglesia, todo el mensaje del Evangelio, se centra en Cristo Jesús. Es nuestra confesión, que protagoniza Pedro, al que no se le ha revelado nadie de carne y hueso, “sino mi Padre que está en el Cielo”; la confesión de Cristo como Dios y Señor nuestro, como el Hijo de Dios hecho hombre. Cómo es tu actitud ante ese Jesús que se te presenta en la debilidad de nuestra condición humana, en la pobreza y en la pequeñez de Belén, en el anonimato y en el trabajo silencioso y escondido de Nazaret, en el exilio, antes a Egipto, como un exiliado más, huyendo de un “reyezuelo” que le ha entrado celos de un niño.
¿Cómo es tu confesión de Cristo? ¿Cómo es tu imagen de Cristo? ¿Cómo es tu conocimiento de Cristo? ¿Cómo es tu trato con Cristo? ¿Cómo es la centralidad de Cristo en tu vida? Algo vital, porque es lo esencial queridos hermanos. Ese Cristo que predica por los caminos de Palestina. Ese Cristo que tiene un mensaje que no se puede trocear, que quedemos de aceptarlo y acogerlo. Esas bienaventuranzas que no son una utopía para nunca o para unos pocos. ¿Cómo es tu aceptación de Cristo? Es una aceptación ideologizada por la corriente de moda o por la teología empapada de ideología en la que te has hecho un Cristo “pret-a-porter”, a tu medida, sin exigencia, incoloro, inodoro, insípido, que sólo se queda para usar en caso de emergencia. O es un Cristo vital, o es un Cristo que pone en tus actitudes, en tu pensamiento, en tu manera de entender la vida, en tu manera de entender la familia, en tu manera de entender la educación, en tu manera, en la transversalidad que tú buscas en la educación, pero que tiene que estar también en la transversalidad de la vida y no la parcialización de nuestros intereses o de nuestras competencias.
¿Cómo es el Cristo en el que crees? ¿Es un Cristo sólo humano? ¿Es un Cristo compa? ¿Es un Cristo colega? Es el Hijo de Dios hecho hombre. ¿Es el Cristo que descubre Dimas? ¿Es el Cristo que descubre el centurión en el Misterio de la cruz? Verdaderamente, este hombre es el Hijo de Dios. ¿Es el Cristo que descubre el ciego de nacimiento en Juan o la samaritana? ¿Es el Cristo que descubre Tomás el incrédulo? ¿Es el Cristo que descubre tantos y tantos personajes que se han encontrado con él pecadores y pobres, sencillos y otros que también, como Nicodemo, acuden de manera casi oculta a confesarlo? ¿Cómo es tu Cristo? ¿Cómo es el Cristo que tú trasmites y que no tenemos derecho a manipular, sino que ofrecerle en la integridad de la fe? Es la eclesialidad de la comunidad cristiana que recibe esa fe y la conserva, la proteja y la transmite. Y en la vivencia personal de aquellos -y como nos dice San Pablo- “hemos sido revestidos de Cristo”. Usa palabras muy plásticas el Apóstol: “Hemos sido injertados en Cristo, hemos sido revestidos de Cristo”. Él mismo dice de Sí: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, o “mi vivir es Cristo”.
¿Cómo es tu Cristo? ¿Como es el Cristo que hay en ti?, que sólo se puede entender desde la eclesialidad, que no entiende esa modalidad de cristiano, de creyente y no practicante, o de esa modalidad de cristiano sólo en caso de emergencia. ¿Cómo es tu Cristo? ¿Ven reflejados tus alumnos en la transmisión de tu mensaje, que tiene una implicación vital que no podemos sacudirnos y que da coherencia y da eficacia? Además de la preparación profesional, de la competencia, de la actualización, de la renovación pedagógica que exige el trabajo en igualdad de condiciones y sin privilegios con los docentes, profesores, los que profesan, ¿tu profesas realmente? Esto es porque estamos ante este Cristo que tiene como título de su condena “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”. ¿Has optado también por su mensaje? Por transmitir al mundo ese mensaje, con esa novedad: esa novedad de que los últimos son los primeros. Esa mirada de los bienaventurados. Esa novedad del mensaje de la cruz que es escándalo para los judíos, que es necedad para los sabios, pero, para nosotros, es la fuerza salvadora. Por eso, sólo podemos reconocer a Cristo en el Misterio de Su cruz y Su Resurrección; del Cordero degollado, del que ha vencido al pecado y a la muerte. De que Él es el Señor y cuya sangre, como nos ha cantado San Pablo en el himno de la Carta a los Colosenses, nosotros también necesitamos reconocer a Jesús y tratarlo en nuestra vida. ¿Tratas a Jesús? O como decía Santa Teresa de Jesús, ¿tienes a Jesús a tu lado, lo ves en tu vida ordinaria, en tu trabajo?, ¿formas parte del Amor de tus amores?
Pues, que Cristo reine en nuestro corazón, que es donde quiere reinar. Y entonces, haremos en nuestro mundo, porque a ello estamos llamados y hemos de reconocer ese Cristo también en Su Palabra, en Su cuerpo y en Su sangre, en la contemporaneidad de la liturgia, que es la obra de Dios por antonomasia y hemos de reconocer a ese Cristo en quien sufre, porque Él mismo nos ha dicho que “cualquier cosa que hagáis con uno de estos humildes hermanos, conmigo lo haréis”. Y es en ese examen de amor en el que recapitula también nuestra vida y seremos reconocidos como discípulos suyos en que nos amamos unos a otros. Vivamos esta totalidad de Cristo, esa recapitulación en nuestra propia existencia, en una unidad de vida en la que vaya conjuntado lo que creemos, lo que enseñamos y lo que vivimos. Vivamos a Cristo. Mostremos a Cristo. Amemos a Cristo. Transformemos con esa confianza, siendo evangelizadores con espíritu, como nos pide el Papa Francisco, ese anuncio de Cristo a los demás. “Cristo ayer, hoy y siempre”. Cristo no ha pasado de moda. Cristo sigue atrayendo, y en la medida en que lo mostremos y seamos transparentes en la pobreza de nuestra pequeñez y del vaso de barro que somos cada uno, en esa medida, Cristo atrapará y Cristo actuará como instrumento a través de ese instrumento pobre que somos nosotros, como eran los primeros discípulos de Jesús.
Vamos a pedir esta fe. Vamos nosotros también, como Tomás de Aquino, que decía que había aprendido más de Cristo (es el doctor Angélico, es el gran maestro de la teología católica), de un crucifijo que de todos sus libros. Nosotros ante Cristo, ante ese Cristo crucificado, Rey de los judíos, vencedor del pecado y de la muerte, coronado de espinas, vestido con los andrajos de una púrpura, coronado en una burla, con una caña como cetro y ante el que el mundo siempre desconfiará y ante el que el mundo siempre pondrá obstáculos. Por eso, no os extrañe que en el camino del anuncio, en sus diversas modalidades, desde el sufrimiento de cristianos en países difíciles, perseguidos, hasta las dificultades en la selva legislativa, en un laicismo frío que descompone al hombre, encontréis dificultades. El maestro nos lo ha anunciado. Pero no olvidemos, él nos ha dicho: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Que acudamos a María, que el pueblo de Granada la invoca como Nuestra Señora, la Virgen de las Angustias. Recordemos a san Juan Pablo II, que precisamente aquí hace 40 años proclamó y animó el ejemplo de los grandes pedagogos, entre ellos el padre Manjón, san Enrique de Osos, tantos y tantos hombres y mujeres que anunciaron a Jesucristo, y nos invitó a ser anunciadores eficaces del Evangelio en las distintas modalidades del anuncio, desde la catequesis a la enseñanza, a la predicación.
Y pidamos ayuda a Santa María. Por tanto, a Ella la invoca el pueblo cristiano diciéndonos, diciéndole: “Muéstranos a Jesús, el fruto de tu vientre”. Y a ella la invoca también, pidiéndoLe que nos haga dignos de alcanzar sus promesas. Pues, hagamos lo que Ella pide en las bodas de Caná: “Haced lo que Él os diga”.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor
20 de noviembre de 2022, Granada