Queridos hermanos y hermanas, que os vais congregando en nuestra Catedral en este segundo domingo de Adviento:
El Señor nos invita hoy a la conversión especialmente. El tiempo de Adviento, que desgraciadamente ha ido perdiendo el fuste cristiano. Nos lo preparan la sociedad de consumo, llenan de luces nuestras calles sin apenas motivos cristianos, como si fueran unas fiestas de fin de invierno o unas fiestas de exaltación forestal. Pero, ¿cuál es el sentido? Porque no podemos perderlo de vista. Porque es lo que da razón de ser a este tiempo al que nos preparamos con estas celebraciones: la Venida del Señor en nuestra pobreza, nuestra carne; que Dios hecho hombre es la gran Noticia. Que Dios nos ha nacido.
Y esto que ocurrió hace ya más de 2000 años es lo nuclear del mensaje cristiano, junto con la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Esto es lo que tenemos que preparar y prepararlo con las celebraciones del tiempo litúrgico. En este caso, con el tiempo del Adviento. Las Lecturas de la Palabra de Dios serán el tono que cada domingo hemos de tomar especialmente para vivir esa semana en esa cuenta atrás y llegar a las fiestas de la Navidad, fiestas de alegría, fiestas de gozo y que damos gracias a Dios por el maravilloso Intercambio que nos salva. No nos demos con la Navidad de bruces. No dejemos sólo que se nos quede en el corazón esa imagen de la Navidad como algo, pues casi infantil o de un espíritu de la Navidad etéreo. O todo lo más, y no es poco, con un sentido solidario más acentuado, pero como si tuviera fecha de caducidad el día 6 de enero. Y vamos a ofrecer el espíritu de la Navidad, que es, ni más ni menos, que encontrarnos con Jesús, el Misterio: el Misterio de Cristo. Porque eso es lo que lo prepara el año litúrgico. Por eso, hemos pedido la oración colecta de este segundo domingo que los afanes de la tierra no distraigan nuestra atención de esta preparación, en este tiempo que nos ha de llevar a la Navidad y que es lo que hoy nos trae la Palabra de Dios.
Por una parte, el profeta, que es uno de los protagonistas del Adviento. El profeta Isaías anuncia al pueblo que vendrá descendiente de David. Vendrá alguien que instaurará los tiempos nuevos. Unos tiempos donde la paz será estable y universal. Unos tiempos porque el que viene, viene lleno del Espíritu de Dios y sobre Él está el Espíritu de sabiduría, espíritu de entendimiento. Y Él es el portador, en definitiva, de la salvación. Y esto lo dice un pueblo que vive en medio del destierro, en medio de las dificultades. Este también es un mensaje para nosotros, para prepararnos para la primera Venida de Cristo, que ya ha venido en la humildad de nuestra carne. Pero sí, para el año cristiano, lo que vamos recordando, haciendo memoria del Misterio de Cristo y hacemos nuestro, como nos invita San Pablo en la Carta a los Romanos en la Segunda Lectura, los sentimientos de Cristo. ¿Tengo yo los sentimientos de Cristo? ¿Cuáles son los sentimientos que dominan en mí? Unos sentimientos simplemente humanos. Unos sentimientos simplemente a ras de tierra, o realmente ese tiempo, que es un tiempo de Dios, me está sirviendo para hacer, poner a tono, poner orden en mi vida para que la Navidad sea un verdadero encuentro con Jesús, quitando lo que estorba, allanando los caminos que nos invitan al Bautismo, junto con la conversión, a preparar los caminos del Señor, y por eso vienen quizá a confesarse sus pecados y a ser bautizados como signo de purificación.
Pero eso exige de nosotros una coherencia de vida. Nuestra conversión no puede ser en su momento. Nuestra conversión no puede quedarse sólo en buenas intenciones. De hoy para mañana y si te he visto, no me acuerdo. Nuestra conversión en las cosas concretas que tenemos que ver. ¿Qué es lo que me aparta de Dios?, ¿qué es lo que impide que yo viva una vida cristiana plena? Qué es lo que en mí está obstaculizando vivir con una mayor entrega. Qué es lo que en mí me está obstaculizando, apartarme de Dios y de los demás; qué es lo que está haciendo que no haya clima de serenidad, de paz en mi familia, en mi entorno; qué es lo que está haciendo que viva en permanente tristeza, encerrados en nosotros mismos. Cada uno sabe cuáles son sus defectos dominantes. Cada uno sabe de qué pie cojea. Y que este tiempo de Adviento sea como el de Cuaresma: en un momento, un tiempo de puesta a punto de quitar lo que estorba, de enderezar lo que está torcido, de subir lo que está hundido en los otros, para que el Señor nos encuentre preparados.
Y qué bueno sería que llegamos a la Navidad con una buena confesión, con el corazón limpio, porque hemos hecho un camino en que hemos ido dejando el lastre de nuestras miserias, sabiendo que siempre necesitamos del Señor y Su perdón; que no somos perfectos. Luego, es invitación a la conversión, a tener los sentimientos propios de Cristo. Eso es de lo que se trata este camino, en este caminar. Y San Juan Bautista señala a Cristo porque sabía que aquél sobre que veas descender el Espíritu ése es. Y San Juan Bautista, cuando ve aparecer a Cristo, en otra escena del Evangelio, lo reconoce y se siente indigno de bautizar al Mesías. Y dice: “Soy yo el que tiene que ser bautizado por Ti”. Y Jesús le ordena que lo bautice como señal, como dar los ejemplos de esa vuelta de esa conversión: Él, que no tiene pecado.
Vamos a pedirLe al Señor que nos ayude a vivir este espíritu de conversión en nuestra propia vida. ¿Qué tengo yo que mejorar este Adviento? Lo notaré yo personalmente, lo notarán las personas en mi casa. No se trata sólo de hacer planes de adelgazamiento para después en la Navidad reponerse. Se trata de que hagamos un plan de reconversión de cada uno de nosotros y también nos invita, Juan el Bautista, a la autenticidad. Ve allí a los fariseos, a los saduceos, que venían a husmear, a ver qué hacía Juan el Bautista, porque muchos iban con él, y Juan el Bautista, con sus palabras duras, les recrimina. Nosotros no podemos ser sólo cristianos de cabeza, sólo de buenas intenciones. “Obras son amores y no buenas razones”. Como dice el Apóstol Santiago: se les conocerá que somos discípulos y que tenemos fe por nuestras buenas obras, no simplemente por nuestras palabras.
Vamos a pedirLe al Señor todo esto. En este segundo domingo de Adviento, de conversión, aceptación de Jesús como el Señor sobre el que está el Espíritu que nos lo ha dado a nosotros. Y también autenticidad.
Señor, yo quiero ser coherente. Yo quiero ser cristiano de verdad. Vamos a pedírselo a la Virgen. Cómo esperaría Ella, ahora que tenemos la fiesta de la Inmaculada ahí, el martes. Cómo esperaría Ella a Su Hijo que lo llevó en sus purísimas entrañas con una custodia. Como iría Ella haciendo esa cuenta a través especial. Cómo sería Su corona de Adviento. Con textos del Antiguo Testamento, preparando la Venida del Mesías a ser aquél sobre el que viene el Espíritu, aquél que nos trae el Espíritu de Dios.
Y vamos a pedir ese anhelo incumplido siempre de la humanidad. Que nuestros tiempos sean tiempos de paz: de paz en el corazón, de paz en nuestras familias, de paz en nuestra sociedad, de paz entre las naciones.
Así sea.
+ José María Gil Tamayo
Arzobispo coadjutor
4 de diciembre de 2022
S.I Catedral de Granada