En el siglo IX, los daneses empezaron a hacer incursiones cada vez más frecuentes en las costas de Inglaterra. El día de Navidad del año 855, los nobles y el clero de Norfolk, reunidos en Attleborough, coronaron por rey a Edmundo, quien tenía entonces catorce años. Al año siguiente, el pueblo de Suffolk reconoció también su soberanía. Se dice que fue un gobernante tan talentoso y hábil como virtuoso. Para emular al rey David y poder participar en los divinos oficios, aprendió todo el salterio de memoria.

Los bárbaros invadieron los dominios de san Edmundo, incendiaron la ciudad de Thetford (que habían tomado por sorpresa) y sembraron la desolación por donde pasaron. El rey reunió apresuradamente un ejército. En las cercanías de Thetford se enfrentó con un destacamento de daneses y estuvo a punto de ganar la batalla. Pero, poco después, llegaron refuerzos al enemigo. Viendo que no podía presentar batalla con un ejército tan reducido como el suyo, san Edmundo se retiró a su castillo de Framlingham de Suffolk.

El jefe de los bárbaros, Ingvar, le propuso la paz bajo condiciones que el monarca no podía aceptar, tanto por motivos religiosos como por la lealtad que debía a sus súbditos. No le quedó, pues, otro remedio que huír, pero fue rodeado por el enemigo en Hoxne, a orillas de Waveney. Permitió voluntariamente que le tomasen preso en la iglesia. Nuevamente se le hicieron proposiciones inadmisibles que el santo desechó, declarando que amaba más su religión que su propia vida y que jamás salvaría ésta al precio de aquélla. Entonces, Ingvar mandó que le atasen a un árbol y le azotasen. San Edmundo soportó el tormento con mansedumbre, invocando el nombre de Jesús. En seguida recibió los flechazos, pero sin darle muerte. Finalmente, Ingvar desató al santo, le arrancó del árbol al que le habían clavado las flechas y mandó que le decapitasen.

El cuerpo de san Edmundo fue sepultado en Hoxne. Hacia el año 903 sus reliquias fueron trasladadas a Beodricsworth, que se llama actualmente Bury St Edmund’s. El año de 1010, durante las invasiones de los daneses, las reliquias fueron depositadas en la iglesia de San Gregorio de Londres, cerca de la catedral de San Pablo y, tres años más tarde, volvieron nuevamente a Bury.

Durante el reinado de Canuto, se fundó la gran abadía benedictina de St Edmundsbury, que tuvo por reliquia principal los restos de san Edmundo que luego fueron trasladados una nueva iglesia, en 1198, contribuyeron a popularizar mucho los nombres de san Edmundo y su abadía.

Antiguamente, se profesaba gran devoción al mártir en Inglaterra, donde se construyeron numerosas iglesias en honor suyo. Su fiesta se celebra todavía en la diócesis de Westminster y Northampton, así como en las abadías benedictinas de Inglaterra.