Queridísima Iglesia del Señor, Esposa amada de Jesucristo, Pueblo Santo de Dios (en el que todos estamos incluidos, también yo);
mis queridos sacerdotes concelebrantes;
hermanos, amigos todos;
Yo creo que, por lo menos a los que sois de Granada, no puedo no hacer un comentario sobre el hecho que para nuestra diócesis es importante -sin duda muy importante-, que es que el Santo Padre ha querido concederme un arzobispo coadjutor en este tiempo un poco final de mi ministerio, lo cual me hace saltar de alegría y darle gracias. “Es bueno dar gracias al Señor. Es bueno cantar Tu nombre”. O como decimos en los prefacios, “es justo y necesario darte gracias siempre y en todo lugar”. Y yo se las doy muy profundamente y muy exteriormente también, por este este regalo que me hace el Santo Padre.
Yo hace años que le pedí esta ayuda, porque la diócesis de Granada, que es una diócesis metropolitana, que, además, debe cumplir las funciones de Arzobispo metropolitano de toda Andalucía Oriental, y además de Murcia, pues es imposible que llegue a todas sus obligaciones. Que hay obligaciones muy básicas del ministerio episcopal, que soy consciente de que no he llegado a ellas. Muy consciente. Y por lo tanto, le agradezco, desde que lo supe ya hace unos meses, le di las gracias al Santo Padre y se las doy ahora de todo corazón. Porque D. José María Gil Tamayo, a quien conozco desde hace muchos años y que tiene una experiencia no de obispo, porque lleva pocos años de obispo en Ávila, pero sí de trabajo en la Conferencia Episcopal como portavoz o como secretario general, por lo tanto, es un hombre profundamente imbuido de la realidad de la Iglesia y que ama la Iglesia profundamente, además con una experiencia que le permitirá, el día que tenga que sucederme, ser un excelente arzobispo para Granada.
Yo ya he hablado con él varias veces y le doy las gracias por su disponibilidad también a ofrecerse al Santo Padre. Un obispo que llega a una Iglesia se da a ella lleno de entusiasmo, lleno de ilusión. Y cuando apenas pasados tres años, tienes que dejarla, pues hay un desgarro en el corazón. Yo, que he dejado Madrid y que he dejado Córdoba, he vivido esos desgarros. Además, eran tiempos más largos los que había estado en las dos diócesis. Me hago cargo perfectamente de su desgarro y del desgarro de los fieles, de pensar es un obispo que estaba empezando su ministerio y se nos marcha ahora. Nosotros le vamos a acoger como al que viene en el nombre del Señor. Él tomará posesión, si Dios quiere y según mis noticias, el 1 de octubre. No es una toma de posesión en el sentido propio de la palabra. Simplemente se presenta a la diócesis y viene para acompañarme el tiempo que Dios quiera. Yo tengo que presentar mi renuncia cuando cumpla los 75 años, que los cumplo en este año a final de diciembre. La presentaré y el Santo Padre dispondrá de mi vida como dispone ya y como ha dispuesto siempre.
Cuando yo vine para Granada, la bula con la que el Santo Padre nombra a los obispos, siempre dice algunas cosas muy sabrosas, y él dice: “Rompo el vínculo
-como quien rompe el vínculo de un matrimonio- disuelvo el vínculo que te ha unido hasta ahora a mi querida hija la Iglesia de Córdoba y te pido que ames a la Iglesia de Granada como has amado a la de Córdoba”. De eso sí que os puedo dar testimonio. Muy pobremente, sin duda, porque los seres humanos somos todos pobres y yo soy muy consciente de que soy muy pobre. Hay cosas que sé hacer muy bien, hay cosas que se me dan bien y hay cosas que se me dan muy mal, y cosas que sencillamente no sé hacer, o cuando las hago, las hago mal. Pero en mi corazón, desde que el Señor me confió el ministerio a esta Iglesia de Granada no ha habido ni hay otro amor que el de la Iglesia de Granada y el querer contribuir con toda mi vida al bien de esta Iglesia tal como es y con un amor sin fisuras, de ninguna clase.
¿Cómo me siento? Iba a decir una palabra muy cursi, pero realizado, gozoso. Considero un privilegio el poder gastar la vida por esta Esposa que el Señor me ha confiado y la quiero con toda mi alma. Es un alma de un ser humano y, por lo tanto, un alma pobre y limitada, pero la quiero con toda mi alma y de eso ni me avergüenzo ni tengo por qué ocultarlo.
Doy gracias al Señor. Y José María, nuestro futuro arzobispo, nos ha dicho que él viene a ayudar y a servir, y yo le ayudaré con todas mis fuerzas a que lo pueda hacer, y a que podáis beneficiaros de todo el bien que su persona representa, ahora como arzobispo coadjutor y, cuando Dios quiera, como arzobispo pleno de la diócesis de Granada. Pedid por él, que sea un verdadero signo de que Cristo vive. Al final, lo que cuenta es que la vida es para Cristo, tanto la vuestra, como la mía. La vida vale porque Cristo es la meta, el contenido, la fuente y todo en nuestra vida. Nuestra esperanza, la esperanza de la Gloria, es la esperanza de Cristo, que ya nos ha unido a Él; que ya nos ha incorporado a todos a Su Cuerpo; que nos ha hecho miembros vivos de su Cuerpo; que nos comunica mediante los Sacramentos Su vida divina y que lo único que desea es que esa vida pueda crecer en nosotros en una mayor verdad y en una mayor unidad de todos en Cristo, de todos sus miembros.
Curiosamente, el Evangelio de hoy nos pone ante los ojos, y la Primera Lectura también, cómo Dios es acogido. Fue acogido por Abraham en el tiempo de su visita y fue acogido por Marta y María. Lo curioso es que en esa acogida siempre es al revés, es decir, pensamos que nosotros acogemos a Dios. Pensamos que nosotros somos los que recibimos a Dios como huésped en nuestra casa. Y es siempre Dios quien nos recibe. Abraham, la visita de Dios, le dio el hijo que Dios le había prometido, pero que él añoraba toda su vida y que no había podido tener. Y la visita de Cristo a Marta y María, pone de manifiesto que Cristo es lo único verdaderamente importante. A Marta le dice Jesús -y nos lo dice a todos a través de ella- que “sólo una cosa es necesaria”. Es importante comprender eso. Que no nos distraigan las cosas. Hubo un tiempo en el que se leía este Evangelio como si fuera una comparación entre la vida contemplativa y la vida activa. Se pensaba que Jesús decía que era mejor la vida contemplativa que la vida activa. Eso es falso. Eso es mentira. La Tradición cristiana no lo ha defendido nunca así. El mismo santo Tomás de Aquino, que es una referencia muy grande en la historia de la Iglesia, dice que siempre es mejor comunicar lo que uno ha contemplado que sólo contemplar (muy al principio, en uno de los primeros párrafos de la Suma Teológica). Siempre es mejor comunicar y transmitir lo contemplado que sólo contemplar.
Pero Jesús parece decir aquí otra cosa. Pero hay que entender el contexto. No es que sea mejor la forma de vida contemplativa que la activa, o al revés. Lo que Jesús dice es que “sólo una cosa es necesaria”. Lo que Jesús dice es que sólo una cosa es necesaria. Es parecido a lo que dice en otro lugar del Evangelio: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. Probablemente, si uno se sitúa en la escena, lo que Jesús quiere decir es que él prefiere que le escuchen a que le agasajen. Eso ya nos dice a nosotros muchas cosas. Es decir, que Jesús no quiere ser agasajado. Somos nosotros quienes necesitamos a Jesús y, por lo tanto, somos nosotros quienes tenemos que escuchar, quienes tenemos que aprender de Él. Dios no necesita nada de nosotros y nosotros necesitamos muchísimo de Él, de aprender de Su corazón, de dejar ensanchar nuestro corazón con el suyo, de dejar queel horizonte de nuestro amor sea el mismo horizonte que el suyo, es decir, la humanidad entera, todas las personas, las que nos caen bien y las que no nos caen bien, las que nos quieren y las que no nos quieren, las que consideramos nosotros buenas, o justas o dignas de afecto o de honor, y las que consideramos deleznables, miserables. Todos entramos en el corazón de Dios. Y nuestro corazón, hecho a imagen y semejanza suya, si acoge a Cristo, se va ensanchando hasta que todos quepan también en nuestro corazón, al menos como horizonte ideal. Luego somos limitados, somos pequeños. Nunca es así en nuestro caso, pero, al menos, como horizonte ideal.
Él viene a nuestra casa como vino a la casa de Marta y María. Viene más profundamente, porque viene a nosotros, se hace parte nuestra en la comunión. Y al hacerse parte nuestra, de nuevo se da la paradoja: nos hace a nosotros parte suya, de tal manera que nuestras alegrías son sus alegrías, nuestras tristezas son sus tristezas, nuestros dolores son sus dolores, nuestras heridas son sus heridas, son parte de su Pasión.
Vamos a recibir al Señor y acogerLe con ese corazón lo más parecido posible al suyo, como tenemos que acoger a todas las personas y a todas las circunstancias en la vida. Y en este momento, para mí, como acojo con toda sencillez al arzobispo que, si Dios quiere, me sucederá en su momento cuando el Santo Padre disponga. Y ya rezamos por él. Ayer se hizo público y hoy ya rezamos por él. Aunque sólo esté nombrado, pero ya es nuestro arzobispo.
Palabras antes de la bendición final
En el momento de la Comunión, una mujer muy querida para mí, haciendo un poco de Marta, me ha preguntado “¿pero se queda usted aquí en Granada?”. No me he explicado nada bien. Por supuesto, sigo siendo vuestro arzobispo. Ciertamente, hasta final de año y luego lo que el Santo Padre quiera. El arzobispo coadjutor viene -es una palabra derivada del latín- a ayudar. Ciertamente hasta diciembre. Luego mi vida está en manos del Santo Padre. He dado las gracias a Dios, pero no se las he dado a él. Y se las doy de todo corazón, porque es un gesto de ternura especial con la diócesis de Granada. Yo le agradezco al Papa Francisco este gesto de ternura y de cuidado a la diócesis de Granada. Se lo agradezco muchísimo. Pero que tenéis arzobispo (…).
Os doy la bendición. Y pedimos todos por todos, para que todos nos encontremos en el Reino de Cristo, en el Reino de los Cielos.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
17 de julio de 2022
S.I Catedral de Granada
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