En Québec, en Canadá, beata María de la Encarnación (María Guyart Martin en el mundo), la cual, siendo madre de familia, después de la muerte de su esposo confió a su hijo, aún pequeño, a los cuidados de su hermana e, ingresando en las Ursulinas, estableció la primera casa de este Instituto en Canadá, distinguiéndose por su actividad.

Nacida en 1599 Tours, Francia, María Guyart se casó a los 17 años con Claudio Martin. Esté se murió después de seis años de matrimonio. Para contestar al llamamiento del Señor, la joven viuda se despidió de su hijo Claudio, quien no tuvo ya doce años, para entrar con las Ursulinas.

En 1634, en un nuevo sueño, ve “un lugar muy difícil” que reconoce a su llegada a Quebec. Recibe del mismo Dios el don del “espíritu apostólico” que la hace viajar espiritualmente a distintos países. Mientras tanto, es nombrada asistente de la maestra de novicias y les ofrece conversaciones espirituales que se publicarán más tarde.

Descubre que la verdadera oración es más una cuestión de corazón que de cabeza. La religiosa recibe del padre Poncet la Relación de 1634 en la que las misioneras piden una “valiente maestra” para dirigir una escuela de niñas. Se siente llamada a esta misión. Pide a san José que la ayude, viéndolo como el guardián de este gran país: “Sentía en el alma que Jesús, María y José no debían ser separados”. La devoción a la Sagrada Familia será importante en Nueva Francia y san José será proclamado patrón de Canadá.

En París, los jesuitas confiaron al padre Poncet que escribiera a María de la Encarnación para anunciarle que la querían en Canadá, aunque fuera en clausura. El arzobispo de Tours autorizó que se ocupara de un seminario de niñas. Finalmente partió para Quebec, a los cuarenta años, con otras religiosas y una viuda rica de Alenzón, Madeleine de La Peltrie, que quiso consagrar su fortuna a la conversión de las jóvenes amerindias. Seis años antes, ella ya la había visto en un sueño sin conocerla.

Todo estaba por hacer: construir un monasterio, aprender las lenguas indias, acoger a las niñas para enseñarles la fe cristiana, recibir a visitantes amerindios y franceses, componer diccionarios, catecismos e historias de santos en las lenguas amerindias,…

La palabra que puede resumir mejor la vida de esta gran mística es el amor. Ya fuera María Guyart, la señora Martín, la madre de Claude o la hermana María de la Encarnación, siempre fue una gran enamorada de Dios y de las almas.
Y lo fue hasta su entrada en la vida eterna el 30 de abril de 1672 a los 72 años, unos meses después del fallecimiento de la señora de La Peltrie. Su hijo escribió una primera biografía: “Rindió su bella alma a los brazos de aquel por quien había suspirado toda su vida” (Claude Martin).

Juan Pablo II la proclamó beata el 22 de junio de 1980. Vio en ella una “alma profundamente contemplativa”, “maestra de vida espiritual” en quien “la mujer cristiana se realiza plenamente y con un extraordinario equilibrio”. El 3 de abril de 2014, el papa Francisco hizo un regalo a la Iglesia canadiense y a su población: inscribió en el catálogo de los santos a la hermana María de la Encarnación (1599-1672), fundadora del convento de las ursulinas en Quebec, y a Francisco de Laval (1623-1708), primer obispo canadiense y fundador del seminario de Quebec.

Estas canonizaciones, llamadas “equivalentes”, es decir, sin milagro y sin que tenga lugar una celebración formal, muestran que la vida de estos dos modelos de evangelizadores es una especie de milagro. En Quebec puede visitarse la tumba de santa María de la Encarnación, un centro de interpretación sobre ella y el Museo de las Ursulinas.