Clara nació en Rímini, hacia 1260, por mucho tiempo no hizo mucho honor a la Santa de Asís. El ambiente mundano y soberbio de su tiempo y de su familia la absorbió por largo tiempo. Su padre, al enviudar, casó con una viuda rica, y para afianzar la unión de las dos familias, casó a Clara con el hijo de dicha viuda. Pronto ella enviudó, y poco después murió su padre.
Estos dos lutos tampoco hicieron gran mella en Clara. Todavía era joven y bella, rica y admirada. Contrajo nuevas nupcias con un rico heredero de una de las principales familias de Rímini, no tuvo hijos, por lo cual se sintió enteramente libre y siguió su conducta disipada hasta los 34 años.
Luego tuvo un cambio inesperado. Se dice que un día, al entrar en una iglesia franciscana, oyó una voz que la invitaba a recitar con atención un Padre nuestro y un Avemaría. Clara obedeció, mientras recitaba devotamente estas oraciones después de tanto tiempo sin rezar. Entonces se sintió penetrada por un dolor vivísimo de los pecados cometidos y fue inundada de un gozo hasta entonces desconocido y de una serenidad interior que nunca había sentido. Quedó conmovida. Abandonó decididamente la vida disoluta y los placeres que idolatraba Habló a su esposo con una seriedad que nadie habría sospechado en ella. Pidió el permiso de retirarse del mundo, de dedicarse a una vida de penitencia y de soledad. El marido comprendió el fuego de amor divino que ardía en ella y le concedió el permiso solicitado. Nació entonces la nueva Clara. Fue penitente severísima y humildísima, sobre todo después de la muerte de su segundo marido, acaecida dos años más tarde.
Hizo grandes penitencias, alimentándose de la oración y la Eucaristía. Tuvo éxtasis y revelaciones. Las desgracias políticas siguieron persiguiéndola. Debió retirarse a Urbino, donde se había refugiado un hermano gravemente enfermo. En Urbino fue ángel de misericordia para los enfermos, los pobres y los encarcelados. Volvió a Rímini con doce compañeras y fundó un convento donde vistió el hábito y profesó la regla de las Clarisas.
Murió en el año 1306 a los 66 años de edad, después de innumerables pruebas, ciega y casi ausente, en 1326. Se extinguió serena como un niño, y de inmediato fue venerada como santa. Su culto fue confirmado por el Papa Pío VI el 22 de diciembre de 1784.