Fecha de publicación: 6 de mayo de 2021

Muy queridos hijos:

Es un gozo el poder confirmaros esta tarde y confirmaros aquí, en la Catedral, en esta Iglesia que es madre –por así decir- de todas las iglesias y parroquias, capillas y oratorios de Granada. Yo sé que habéis sido preparados bien para este momento y, por lo tanto, no os voy a decir nada nuevo. Sí que quiero ayudaros a que viváis el momento de la Confirmación como un momento grande de la historia del Señor con vosotros. Especialmente grande y, por lo tanto, capaz de generar en el corazón una alegría muy pura, muy verdadera, muy sencilla también, pero muy verdadera.

Fijaros, desde que el hombre existe sobre la tierra, el hombre busca un sentido a su vida, en definitiva busca a Dios. Siempre que el ser humano busca ser feliz, lo sepa o no lo sepa, y aunque lo busque por caminos –a veces- muy equivocados y muy destructivos (todos conocemos algunos de esos caminos y los vemos en compañeros nuestros, amigos, en películas), y conocemos que hay caminos que, aunque uno busque ser feliz con ellos, lo que producen es autodestrucción y amargura, y frustración en la vida, muchos; pero siempre que el hombre busca ser feliz, busca a Dios, aunque no lo sepa. Y aunque lo busque por caminos muy equivocados. Porque nuestro corazón tiene como una querencia, una tendencia a Dios y a la plenitud. La plenitud de la verdad, del bien, del amor (que es el bien supremo), plenitud de la belleza, de una belleza que no canse, que no se gaste tampoco. Y esa plenitud es Dios.

Nuestro corazón -decía san Agustín, en una frase muy célebre que resume muy bien toda la visión del hombre propia del cristianismo- está hecho para Dios y vivirá siempre inquieto hasta que descanse en Dios. Me diréis, “bueno, conozco a muchos amigos así, que no buscan a Dios y que buscan otras cosas y da la impresión de que se lo pasan bastante bien”. Puede ser. De hecho, buscar la felicidad con una cierta tenacidad, con una cierta honestidad de corazón, con un cierto… sin miedo a la verdad, es algo bastante arriesgado. A muchas personas no les gusta correr riesgos. Corren otro riesgo peor que es el de dejar de buscar, el no pensar, el vivir distraídos. Uno no vive la propia viva, sino que te la vivan las películas de Netflix, vidas falsas que no son la tuya. Y de otras maneras. No hacen falta las plataformas para vivir distraído de la tarea de la vida, para vivir en el fondo “derramado” en las cosas y vacío. Pero ahí se vive mal. Uno necesita. En el fondo, se da cuenta de que se vive mal. En el fondo, todo el mundo quisiéramos poder afrontar qué significado tiene mi vida, qué quiero hacer con ella, para qué estoy aquí, qué hago en el mundo, quién soy yo. Y al final, ¿qué es lo que puede hacer que mi vida sea una vida plena y feliz, o no lo sea? Esa pregunta, a la que el hombre ha ido dando respuesta lo mejor que ha sabido a lo largo de la historia, es el sentido religioso del hombre que acompaña siempre al hombre. También lo acompaña cuando huye de plantearse esas preguntas. Y quiere decir que no, que como eso no tiene respuesta mejor no planteárselo, vivir distraído. Eso da testimonio también porque uno lo sabe por dentro, cada uno sabe por dentro que eso es una manera de engañarse, que es una manera de huir de uno mismo y de la realidad. Y que así no hay una verdadera alegría posible, una verdadera felicidad posible.

De hecho, no es infrecuente que chicos o chicas de vuestra edad digan que la felicidad no existe, que es una imaginación. Eso lo dice quien no la ha encontrado. En todo caso, la religión consiste en esa búsqueda del hombre, de su propia felicidad y del propio significado de la vida. Y en un no conformarse con los significados de “todo a cien”, que a veces se nos ofrecen, a todas horas. La publicidad no para de ofrecernos felicidad y a base de comprar cosas.

Pero no, no es eso lo que busca nuestro corazón, no es eso lo que anhela de verdad nuestro corazón. La religión es inextirpable del corazón humano. Para eso tendríamos que dejar de desear ser felices. Y eso no se puede arrancar de nuestro corazón. Y eso es la búsqueda religiosa.

Fijaros, el cristianismo es otra cosa. El cristianismo no consiste en esa búsqueda; no consiste ni siquiera que en esa búsqueda ha aparecido Jesús y nos enseña a buscar bien porque nos enseña a portarnos bien, ser buenos. No. El cristianismo es un movimiento no diferente, porque detrás de esa búsqueda está también…. el mismo san Agustín que decía que nuestro corazón está inquieto, decía “no me buscarías si no me hubieras encontrado”. Dios está en el origen de nuestro deseo de ser felices. Dios está desde el principio en todo lo que somos, en todo lo que hacemos, porque es Dios quien nos ha creado, nos crea y nos sostiene en este mismo momento, en la vida, en el ser. Que hace a vuestros oídos oír y a mi corazón hablaros. Quien nos hace respirar, que lata nuestro corazón, que nos emocionemos ante determinadas personas, gestos, o hechos que suceden en la vida. Quien nos hace llorar y reír. Quien nos da la capacidad de llorar y de reír. La Creación es la primera gracia. Y el Señor, que nos ha creado, también está en esa búsqueda de todo ser humano hacia Dios.

Pero el cristianismo no consiste en que busquemos a Dios, deseemos ser buenos, portarnos bien. El cristianismo consiste en un movimiento distinto: que Dios ha querido acercarse a nosotros y eso el Evangelio de hoy lo dice con toda claridad y crudeza. “Como el Padre me ha amado, así os he amado Yo”. No es el cristianismo una lista de preceptos morales y de normas, no es una lista de creencias tampoco. Es un Acontecimiento, que tiene lugar en la historia, que ha sido preparado mucho tiempo para que cuando el Hijo de Dios viniera a compartir nuestro destino humano, incluidas las mentiras, traiciones, hipocresía, todo lo que caracteriza la vida de los hombres; cuando el Hijo de Dios quiso venir a compartir nuestro destino, pudiéramos entender lo que estaba pasando. Y esa preparación duró casi 2000 años, desde Abraham, hasta Jesús, la Virgen. No es poco. Los hombres somos duros para aprender las cosas importantes.

Cristo ha venido no a enseñarnos a ser buenos y ser buenos. Sabemos, casi siempre, en qué consiste, nuestro propio corazón nos lo dice un montón de veces. Vino para hacernos partícipes de Su vida divina, vino para amarnos. Y vino, el Evangelio de hoy lo dice: “Yo he venido para que Mi alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría llegue a plenitud”. ¡Dios santo! O sea que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, ha asumido la condición de esclavo, ha venido treinta años entre bárbaros para que nosotros le diésemos una de las muertes más crueles que han inventado los hombres y para dejar sembrada en esta tierra la vida divina con el don de Su Espíritu Santo, dejar sembrado Su amor por nosotros. Ha venido para hacer una alianza de amor con nosotros, que es la referencia verdadera, en realidad, del matrimonio y del amor esponsal. No hablan hoy los políticos de eso, cuando en las campañas, ni unos partidos ni otros, a todos les daba vergüenza hablar del matrimonio, pero sin matrimonio no hay una sociedad próspera de ninguna manera. El matrimonio no es una cuestión de atracción entre un hombre y una mujer, que eso es una cosa que se da en todas las especies animales, la atracción. Es una donación única que tiene como modelo el amor infinito de Dios; que tiene como referencia el amor infinito de Dios y que se aprende, ¿sabéis donde?, en la Misa. ¿Sabéis donde se aprende a querer así? En la Misa, en la Eucaristía, donde el Hijo de Dios rompe una vez más Su Cuerpo y entrega Su Cuerpo y Su Sangre para que Su Esposa, que es la Iglesia, viva gracias a ese amor.

Todos tenemos la experiencia de que el amor nos hace el día bonito. Te encuentras por la mañana con alguien que sabes que te quiere y le alegra la cara el verte y el día se alegra. Y al revés, te encuentras con alguien que, a lo mejor, esperas que te sonrisa, que te diga algo, te das cuenta que huye de ti, que no lo importa nada tu vida, y nos ponemos tristes. Es el amor infinito de Jesucristo el que nos permite vivir contentos. Pero es que Cristo ha venido para que podamos vivir contentos. Podéis creerme o no creerme, me da igual en un cierto sentido, pero es lo que dice el Evangelio, lo dice el Señor en la Última Cena, la última noche. También dijo: “Yo no he venido para juzgar al mundo”. Dios ha enviado a Su Hijo al mundo para que se salve por Él, se salve gracias a ese amor que Él nos comunica, que nos ha entregado en la cruz y del cual ya participamos por el Bautismo. El Bautismo es un primer sí para esa Alianza nueva y eterna que el Señor ha hecho en su Pasión con nosotros, que se renueva cada día en la Misa y en la Eucaristía.

La Confirmación no es algo que nosotros hacemos, no es para aprender a seguir a Jesús. Es para decirLe que sí al amor infinito que Dios tiene por nosotros. Porque la Confirmación no es algo que hacéis vosotros. Es algo que el Señor hace por vosotros. Los Sacramentos de la Iglesia son todas acciones de Cristo para nuestro bien y las únicas acciones de Cristo son Su amor, porque Dios es Amor y lo único que sabe hacer es amar. Y de hecho, (…) que le queramos con todas nuestras fuerzas y que nos queramos unos a otros lo mejor que sepamos. Pero, ¿qué es lo que hace posible eso? La experiencia de Su amor por nosotros.

La experiencia del amor infinito de Dios es lo único que nos hace ser buenos. Acoger ese amor. Y yo os digo que lo que sucede esta tarde es que es el Señor quien confirma en una edad en la que podéis daros cuenta lo que significa ser amados con un amor infinito, fiel, incondicional, sin reservas, sin fisuras, sin un plazo de tiempo. Eso lo entendéis ahora. Y por eso –diríamos- este segundo sello, que es el nombre antiguo que ha tenido siempre la Confirmación, lo ha retrasado la Iglesia a un momento en el que podemos darnos cuenta de lo que eso significa: que el Señor ratifica hoy, conociendo vuestras capacidades, límites, defectos, la historia de vuestros pecados, las heridas que lleváis dentro, muchas o pocas, os conoce mejor que vosotros mismos, mejor que os conocen vuestros padres, conoce a vuestros padres mejor que vuestros padres se conocen a sí mismos. Conociéndonos hasta el fondo y sin reservas, el Señor repite una frase que ya había dicho antes de la Creación del mundo para cada uno de vosotros. Para cada uno, Jesús ha dicho “Yo te quiero”. Dios no tiene marcha atrás. Si Dios dice eso, te quiere desde siempre y para siempre. Y hoy lo dice y se vuelve a dar a vosotros. Eso es la Confirmación.

El recibir ese don, si caemos en la cuenta de lo que es, ensancha nuestro corazón, y claro que nos ayuda a seguir a Jesús. Pero la Confirmación no es un compromiso de seguir a Jesús. En absoluto. Eso es una herejía que se llama “pelagianismo” y que el Papa no para de denunciar. No. El cristianismo es lo que el Señor hace por nosotros. Si no, estaríamos como los paganos: buscando a Dios y tratando de tenerle contento, y eso es lo que hacían los que no han conocido a Dios en Jesucristo.

Mis queridos hijos, vais a recibir la Confirmación. Recibidla con corazón sencillo y abierto. Dejad que ese don que es la vida divina, que es Dios que es Amor, que Se da y Se da siempre de nuevo en vuestra vida y ratifica su Alianza de amor eterno con cada uno de vosotros, Su Promesa de acompañaros a lo largo de la vida en todas las circunstancias de vuestra vida. ¿Qué ratifica eso? Que florezca en vosotros; que lo acojáis con sencillez.

Sólo me queda una cosa por pediros y es que no despreciéis la pequeñez de los gestos. Dios se ha adaptado a nuestra pequeñez, para acompañarnos a lo largo de la historia. Pasa como con la Eucaristía. En apariencia no es más que un poco de pan y un poco de vino, pero la Presencia del Señor hace que ese trozo de pan y ese trozo de vino se conviertan en Su Cuerpo y Su Sangre. De la misma manera, vosotros sois, cada uno con su nombre, historia y familia, y sin embargo, el Señor está en vosotros, está con vosotros. No os va a dejar, no va a dejar de quereros, aunque vosotros os olvidaseis de Él, aunque le dierais la espalda, Él nunca os la va a dar, porque Dios (gracias a Dios) no es como nosotros. También los seres humanos nos damos unos a otros con gestos muy pequeños. Qué gesto más pequeño es una sonrisa, qué pequeño, y cuánto puede hacer en la vida una sonrisa. Cuántas cosas pueden cambiar en la vida por una sonrisa que sucedió una tarde, hace años… y al revés, cuánto dolor puede haber en la vida porque un día que tú esperabas que se acordaran de que era tu cumpleaños alguien no se acordó. Cuánta alegría y cuánto amor puede pasar por un beso. Al revés, también puede pasar mucha mentira. Todos recordáis un beso traicionero muy famoso, ¿no? Judas traicionó al Señor mediante un beso que le había dicho él a los fariseos: “Aquel a quién yo bese, ese es, cogedlo”. Por lo tanto, los gestos humanos, todos ellos, una apretón de manos, una sonrisa, una caricia, un beso, todos pueden ser verdaderos o pueden ser falsos.

Probablemente la tarea de la educación, más que aprender matemáticas, informática, inglés, es aprender a distinguir los gestos humanos verdaderos de los falsos, porque en eso sí que se juega mucho, muchísimo, en nuestra vida. Eso no se da en ningún curso, pero eso es una dimensión central de cualquier educación seria. Los seres humanos tenemos gestos falsos, besos falsos, declaraciones de amor falsas, caricias falsas, y otros que son verdaderos. Pero cuando el Señor dice “te quiero”, Dios no miente, lo dice desde siempre y para siempre, suceda lo que suceda. Y no lo dice con trampa.

El amor no tiene más objeto que la alegría. Un amor verdadero no tiene más objeto que la alegría de quien se sabe amado. Y si tiene otro objeto, pues tiene mezcla, no es un amor lo suficientemente verdadero, limpio y puro, va mezclado con interés del tipo que sea. Dios no tiene ningún interés en nosotros. No hay nada que le podamos dar a Él que Él necesite. Somos nosotros los que tenemos una necesidad irreprimible de Su amor.

Queridos hijos, hablo con el corazón en la mano, sé el mundo en el que os toca vivir y deseo que podáis edificar vuestra vida en esa roca que es Jesucristo, y eso os ayudará a vivirla de una manera extraordinariamente bella. Que es el designio de Dios para cada uno de vosotros. Que sea una vida extraordinariamente bella. Una vida por la que podáis dar verdaderamente gracias a Dios por el verdadero motivo por el que debemos dárselas, porque Él está con nosotros todos los días.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

6 de mayo de 2021
S.I Catedral de Granada

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