Fecha de publicación: 21 de diciembre de 2020

Queridos amigos, a las puertas de la Navidad, me dirijo a vosotros, creyentes y no creyentes, hombres y mujeres de todas las edades:

Quisiera deciros lo mismo que dice la Navidad. Pero quisiera decíroslos con palabras humanas, como fruto de una experiencia, que es lo que cambia realmente la vida humana.

Sé que vivimos momentos extraordinariamente difíciles. Pero justo porque vivimos esos momentos, porque la situación del mundo y de nuestro entorno nos parece que se tambalea en muchos sentidos, necesitamos poder celebrar el Nacimiento de Cristo. Porque ese Acontecimiento es realmente una especie de fuente de vida nueva en la historia. No simplemente recordamos algo que sucedió hace dos mil años y que es tierno y bonito, y que nos da la posibilidad de juntarnos, más o menos, en la familia o con los amigos y de celebrar unas cuantas fiestas.

Es un Acontecimiento que afecta a lo más íntimo de nuestras estructura de seres humanos y a todas las dimensiones de nuestra humanidad. Es algo que ha cambiado la historia. Pero que permanece vivo, de tal manera que si nos abrimos a ese Acontecimiento; si nos abrimos a la Persona de Jesucristo, que ha querido imitarnos en nuestra humanidad, se nos hace posible vivir esa humanidad con una plenitud que nada de este mundo es capaz de darnos.

Cristo viene a iluminar y a ensanchar nuestra razón y nuestra inteligencia. Nuestra inteligencia de las cosas que –diríamos- la razón comprendida como una medida puramente humana no es capaz de darnos el sentido de nuestra vida: quiénes somos, para qué estamos aquí, cuál es el horizonte del amor que vivimos o de los amores que conocemos, cuál es el horizonte del mal, que también experimentamos; si ese mal es la última palabra; si la muerte tiene la última palabra en nuestra vida. No. No la tiene, porque Cristo ha nacido.

Y porque Cristo ha nacido y ha vencido a la muerte, nosotros sabemos que nuestro horizonte de vida es la eternidad de Dios. Y entonces, el gesto más pequeño de amor: una sonrisa, una caricia, una mirada que mira al ser humano con el que te cruzas por la calle como un hermano; todo eso participa de un amor infinito, que es la fuente de la belleza de las estrellas y de la belleza de una puesta de sol, y de la belleza de un gesto humano bueno, tierno, capaz de conmover el corazón. Y por lo tanto, tiene un horizonte infinito, se despliega de una manera infinita. Y el dolor y las lágrimas de nuestra separación, cuando perdemos a un ser querido, también nos hablan de ese amor, y por lo tanto, tampoco tienen la tragedia de quien considera la muerte como algo último y definitivo. No. Los cristianos llamamos a la muerte “dormición” y los cementerios significan “dormitorios”. La muerte no tiene la última palabra sobre nosotros, porque Cristo ha nacido. Tu amor vale la pena porque Cristo ha nacido. El sufrimiento que tienes porque alguien no te quiere lo suficiente tiene un sentido, deja de ser un absurdo, porque Cristo ha nacido. Y entonces, uno puede decir “feliz Navidad” sin que sea una mentira trágica o una palabra consoladora o una especie de opio para consolarnos en medio de tanto dolor.

Cristo ha nacido y nuestra vida está llena de sentido. Y el horizonte de nuestra vida es el amor infinito de Dios y la vida eterna.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

Diciembre 2020, Granada

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