Queridísima Iglesia;
queridísimos hermanos:
Con un Evangelio como éste tendríamos que nunca más escandalizarnos de que pueda haber persecuciones o dificultades para vivir la vida cristiana en medio de un mundo que nos gustaría seguir pensando que todavía es cristiano, porque proviene de una larga historia cristiana. Pero hay que -yo creo- situarnos en la verdad y comprender que estamos en un mundo cuyas categorías fundamentales de la vida son paganas. Por lo tanto, nuestra misión se parece mucho a la de los primeros cristianos.
Yo, a veces, digo a alguien: “Si tú fueras la primera persona que ha llegado a una isla de la Polinesia, donde no ha habido nunca ningún cristiano y nadie lo conoce, ¿qué harías?”. “Pues, piensa que estamos así y haz lo mismo que harías en aquella circunstancia”. En realidad, eso es lo que significaba, sobre todo a medida que el Papa mismo iba profundizando en la expresión “nueva evangelización”. Comenzar como los primeros cristianos, que, cuando llegaron no tenían ni siquiera instituciones católicas. No tenían iglesias. No tenían nada más que su vida y sus personas para ofrecer. Es obvio que uno vive la vida de una manera diferente cuando la vive con esa actitud. Entonces, que no nos escandalice el ser perseguidos: está en el Evangelio. No sólo está en el Evangelio. En otra palabra en el Sermón de la Montaña dice el Señor: “Dichosos vosotros cuando os calumnien, os persigan y digan toda clase de mal de vosotros por Mi nombre. Alegraos y regocijaos, porque lo mismo hicieron con los profetas anteriores a vosotros”. Y no tenemos que temer porque la victoria, a pesar de los siete ángeles con las siete plagas que vienen en el Apocalipsis (…) termina en el canto de los elegidos que cantan al Señor: “Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios omnipotente. Justos y verdaderos tus caminos, oh Rey de los siglos”. Ese es nuestro horizonte. O mejor dicho, es el comienzo de nuestro horizonte, porque en los próximos días vamos a ir viendo cómo nuestro destino es la Jerusalén del Cielo, la ciudad preciosa, centro de los nuevos cielos y la nueva tierra que el Señor tiene preparado para los elegidos. Ese es nuestro horizonte.
Comenzamos con la explicación del Credo. “Creo en Dios”. Y luego, la estructura del Credo. Desde el principio, la primera fórmula de fe que los cristianos hicieron era muy sencilla: “Jesús es el Señor”. Y decir “Jesús es el Señor” era decir “yo soy cristiano”. Esa era, rastreando las fórmulas de fe, la que empleaban los primerísimos cristianos, diez o quince años después de la Pasión y Resurrección del Señor, porque ya San Pablo la cita por los años 50 o así, como una fórmula de fe conocida por la comunidad cristiana. Pero, inmediatamente y enseguida, la expresión de la fe era “Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo”. De hecho, en el Evangelio de San Mateo, al final, dice: “id y anunciad el Evangelio a todos los pueblos, proclamad el Evangelio a todos los pueblos y bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. La estructura del Credo es la de un Dios Trino y es bueno dar gracias a Dios de que es así, porque esa Trinidad no divide a Dios, no genera divisiones en Dios, porque Dios es amor. Esa Trinidad hace posible muchas cosas que damos por supuestas y que, sin embargo, no caemos en la cuenta de ellas. Un Dios que no fuera Comunión de amor no podría ser la fuente de la necesidad de amor que nos constituye como seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios. Como decía Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor, sin amor la vida se oscurece, se vuelve casi insoportable, por eso tiene necesidad de Jesucristo”. Por eso tenemos que acudir a Cristo, hasta con toda nuestra pecaminosidad, pero con todas nuestra cualidades y nuestras fuerzas, para poder ser nosotros mismos.
Porque Dios es amor, puede ser comunión de personas, en una comunión que no divide a Dios, que no hay tres dioses. Ni hay simplemente tres apariencias del Ser de Dios. No. Son tres Personas unidas en una Comunión que somos incapaces de representarnos, sin duda, pero que podemos imaginarnos vagamente porque nosotros sentimos muchas veces la necesidad de una comunión semejante. Los padres y los hijos, los hermanos, el esposo y la esposa, cuántas veces han soñado ser una voluntad y casi una sola cosa, y sin embargo, para nosotros, es imposible porque somos criaturas. Pero esa necesidad de unidad en el amor es una expresión de nuestro ser imagen de Dios. No podríamos serlo si Dios fuera una sola persona, si Dios fuera un individuo, como nos lo venimos imaginando después de la cultura de la Ilustración y de los deístas. Es el dios -si queréis- de la masonería y de los monoteísmos estrictos. Pero ese dios tendría también un problema. Y ese problema lo vivimos. Lo vivimos nosotros aunque estemos bautizados. Y es que siempre tendría la sospecha de un Dios que está solo, un Dios en el que no hay… puede haber sentimientos de misericordia, pero que no es Amor o que no es el Amor. Siempre estaría bajo la sospecha de haber creado el mundo porque estaba aburrido. Es decir, de ser Alguien, que, desde fuera del mundo, crea el mundo, las criaturas, los seres humanos, las plantas, todo porque en su soledad echaba de menos algo, o por entretenerse o por jugar, y entonces a Dios se le reprocha el mal. Sólo un Dios que es amor y que es comunión; sólo un Dios que es plenitud del amor, justamente en la Trinidad de su Ser, es capaz de crear por amor, no porque le falte nada.
Y es un Dios que no está fuera del mundo. En el Catecismo de la Iglesia cristiana, en la fe católica, siempre hemos creído y hemos dicho “¿dónde está Dios? Dios está en el Cielo, en la tierra y en todas partes”, porque todo lo que es, es participación en el Ser de Dios. La Creación no está fuera de Dios y Dios no está fuera de la Creación. Dios es infinitamente más grande que todos los cosmos y universos que somos capaces de imaginarnos, y fijaros que la astronomía moderna nos hace capaces de imaginarnos y de saber cosas que no somos siquiera capaces de imaginar. ¿Quién se puede imaginar lo que significan miles de millones de años luz que hacen a las estrellas distantes de nosotros? No podemos representarnos esas magnitudes. Pues, todas esas magnitudes son una gota de polvo en la mano del Señor.
Dios es parte de la Creación. Mejor dicho, la Creación participa en el Ser de Dios. Dios está en la Creación, es infinitamente más grande que la Creación y es Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Porque, aunque atribuimos la Creación del mundo al Padre, el Hijo está en la Creación. “Todo ha sido creado por Él y para Él, y todo tiene en Él su consistencia”. Y quien aleteaba y quien incubaba la Creación desde el Génesis, el Espíritu de Dios, se cernía sobre las aguas. Y la Encarnación misma del Espíritu de Dios… Dios no actúa nunca fuera de Sí mismo. Si es que la palabra “fuera” se puede aplicar a Dios. Dios no hace nada si no lo hacen las tres Personas. Si os releéis el relato de la Anunciación a la Virgen, os daréis cuenta de que ahí está el Padre, que está el Hijo y que está el Espíritu Santo.
Quedémonos con esto: es esencial a la fe cristiana la Trinidad de Dios. Es esencial a la fe cristiana que nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y sólo porque Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, podemos decir que Dios es Amor. Podría decir con San Juan: “Dios es Amor”. Y sólo porque Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, nuestro amor y nuestra necesidad de amar y de ser amados es el signo último de nuestra participación en Dios. Y por lo tanto, tiene que ser un Dios que sea Amor, pero no hay amor si no hay multiplicidad de Personas. Eso tiene consecuencias enormes. La multiplicidad no es un mal como lo era para cualquiera que no haya conocido al Dios de Jesucristo. Como una decadencia. La unidad y la multiplicidad no están reñidas cuando el amor es lo que ciñe; lo que ciñe la diversidad en una unidad que es igual de original.
Que el Señor nos deje en estos días asomarnos a ese Misterio del Dios Trino, con humildad, pero pidiéndoLe que nos ayude a comprender que no es una banalidad, que no es una curiosidad, que no es algo accidental a nuestra fe; que es el corazón mismo de nuestra fe. Por eso, cuando se nos sella como pertenecientes a Dios, cuando bautizamos o cuando somos bautizados, se nos bautiza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Os tengo que pedir perdón y excusas por ponerme a hablar de cosas que están muy por encima de lo que soy capaz de expresar, sin duda ninguna. Pedid que sea para vuestro provecho. Y sin embargo, son de las cosas de las que verdaderamente más importa hablar y de las que muy pocas veces hablamos los sacerdotes. Lo hago con toda conciencia, pero soy consciente, muy consciente, de la desproporción entre la capacidad de mi pensamiento y de mi palabra, y aquello de lo que hablo. Probablemente sólo la oración y sólo la donación permite asomarse a la belleza, pero que es una belleza que es para nosotros; que el Señor nos ha querido mostrar, pero tened misericordia con la pobreza de mis palabras.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
25 de noviembre de 2020
Iglesia parroquial Sagrario Catedral