En 1936 era un joven jovial y alegre, titulado en bachillerato. Al concluir el servicio militar se inscribió en la Acción Católica. Se sentía orgulloso de llevar la insignia prendida en la solapa de su chaqueta. El joven piadoso se convirtió en apóstol: daba catequesis a los pequeños y sesiones de formación a los jóvenes. Fue nombrado Presidente de los Jóvenes de Acción Católica.
Ayudó la Santa Misa a su párroco, Pedro Ruiz de Valdivia, en la festividad de Santiago Apóstol y se sintió fortalecido espiritualmente frente a la situación antirreligiosa que se respiraba en el pueblo. El 27 lo buscaron en su casa y cuando preguntó qué querían de él, le contestaron: ¿no eres tú el presidente de Acción Católica?; sí, lo soy –respondió él- si es por eso, vámonos. Permaneció en la cárcel hasta el día 30, día en que murió en la carretera de Alhama a Loja, junto con los compañeros a los que animó con estas palabras: Muramos tranquilos, somos católicos y nuestro único delito es serlo. Vamos a ser mártires de Cristo. Viva Cristo Rey. Tenía 23 años.
Tenemos un mártir en el cielo, es la noticia que la madre del Siervo de Dios recibe de sus hijas. Así presentan a la madre la más terrible noticia con palabras iluminadas por la fe y la esperanza cristianas. Y esta es la reacción de la madre: Que la sangre de mi hijo, tan inocente, sirva para la conversión de los que le han matado. También hay en esta familia una admirable muestra de amor cristiano. María y Virginia, hermanas del Siervo de Dios, habían llevado la comida a su hermano durante los días que estuvo en la cárcel. Seis meses después cambió la situación en Alhama. Una mujer que estuvo de acuerdo con la muerte de los mártires está ahora en la misma prisión. Se entera la madre del Siervo de Dios y envía a su hija María a la cárcel con comida para ella. Cuando la reclusa ve quién es la que la socorre exclama: Ahora sí creo que existe Dios.
Los restos del Siervo de Dios fueron trasladados al Valle de los Caídos.