Muy queridos hijos (os llamo hijos con toda conciencia, porque la paternidad tiene que ver con comunicar la vida, y lo que yo voy a hacer esta tarde a través de los gestos de mis pobres manos es comunicaros la vida. No cualquier vida. Es la vida de Dios, que es un tesoro tan grande, tan grande, que sin él esta vida que hemos recibido de nuestros padres, y que es la vida temporal, no siempre es bonita y no siempre damos gracias por ella. Y sobre todo, muchos de vosotros sois muy jóvenes, pero, a medida que pasa el tiempo, si uno no tiene la certeza a la que nos abre el encuentro con Jesucristo, y la certeza de ser hijos de Dios, se va perdiendo esa alegría de vivir y el corazón como que se encoje, se envejece, tenemos que sonreír falsamente, tenemos que volvernos cínicos, tenemos que esperar a que se prolongue a base de cremas o a base de dietas, como una especie de juventud lo más larga posible, pero con la certeza de que eso no es nunca real).
En la noche de Pascua, que es la noche grande de los cristianos, donde celebramos la Resurrección de Jesucristo; en el pregón de la Pascua, que es un texto precioso de los primeros siglos cristianos, se dice: “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?”. El cristianismo es la alegría y la celebración y la presencia renovada constantemente de ese rescate que tiene como fundamento el amor infinito de Dios que Jesucristo nos da. Ser cristiano no es asumir una serie de reglas y hacer una serie de cosas por Dios. Y sin embargo, muchas veces, se nos presenta así (…). Ser cristiano no es las cosas que nosotros hacemos por Dios. (…). El motivo para ser cristiano es lo que Dios hace por nosotros. Y Dios nos ha creado. Jesucristo nos ha creado. En la Carta a los Colosenses, dice San Pablo: “Todo ha sido hecho por Él y para Él, y todo tiene en Él su consistencia”: las montañas, las galaxias, los mares, los ríos, la belleza de un rostro humano, que es lo más bello que hay en la Creación, y lo más profundo y lo más misterioso que hay en la Creación, porque somos imagen y semejanza de Dios. Eso es don de Dios y de un Dios que nos ama; y que nos ama con un amor infinito, y que Jesucristo nos descubre: que todo en la vida es gracia, que Dios nos ha creado por amor, no porque estuviera aburrido, no porque nos necesitara, no porque nosotros podamos darle algo a Él. Es mucha pretensión pensar que nosotros podemos hacer algo por Dios. Nos hace a nosotros muy importantes, pero mentira. Es como si nosotros fuéramos Dios y Dios es alguien al que le damos una limosna, como se la damos a un pordiosero, porque, además, cuando pensamos así, siempre es muy poquito lo que le damos: siempre damos lo que nos sobra, pero no está en el centro de nuestro corazón y de nuestra vida. No. Ser cristiano es haber experimentado lo que Dios hace por nosotros y celebrarlo, celebrarlo juntos.
(…)
Cuando pensamos que el cristianismo son las cosas que nosotros hacemos por Dios pensamos que los que no tienen fe son más libres que nosotros, porque no tienen esas reglas de madrugar los domingos para ir a misa, de rezar por las noches y otras cosas que podríamos decir y que todos conocéis. Y entonces, pensamos que son más libres que nosotros. Mentira. El Señor nos ha liberado del poder de la suerte, del poder de la casualidad, del poder de la miseria, de tener que vivir hambreando el afecto de los demás, de vivir en un permanente chantaje afectivo en las relaciones humanas. Nos ha liberado para poder querer de verdad, libremente y hasta el fondo. Y para poder querer a todas las personas, unas de una manera, otras de otra: no se quiere lo mismo a todos los hermanos que a una persona que apenas conoces, no se quieren lo mismo unos esposos que unos amigos, no se quieren lo mismo unos compañeros de trabajo. Pero, en principio, con un corazón abierto a querer a todo el mundo, de acuerdo con la relación que tenemos con ellos y sin límite, como nosotros mismos somos queridos.
El mandamiento con el que el Señor resumió al final todo el recado que venía a traernos de parte de su Padre era sencillamente éste: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. ¿Y cómo nos ama el Se¿Y cñomompañeros de tñor? Con un amor infinito. ¿Cómo te ama a ti, Nuria, Rocío… -ojalá pudiera repetir todos los nombres-, cómo nos ama el Señor? Cada uno con un amor infinito y no porque no nos conozca. (…) El Señor nos conoce; nos conoce mejor que nosotros y nos quiere con un amor infinito. Nos ha dado su vida en la Cruz a todos (…): “Esta se mi Sangre, que se derrama por vosotros y por muchos (por la multitud), para el perdón de los pecados”. Nos da su vida, su vida entera, la vida del Hijo de Dios, en una Alianza. En esa misma noche dijo: “Ésta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna”, por lo tanto una Alianza para siempre.
El amor del Señor es para siempre. (…) Sólo bebiendo de esa fuente de amor infinito, el amor de un hombre y una mujer pueden participar de esa infinitud de algún modo y ser vividos como una participación en la vida de Dios. Y entonces, un matrimonio tiene dificultades (…), pero siempre hay un amor más grande a cuya fuente se puede volver y a renovar el corazón. El cristianismo -me gustaría grabarlo a fuego- no es lo que nosotros hacemos por Dios, que nunca vale nada. El cristianismo es la certeza de que Dios hace todo por nosotros. Sobre todo, hace amarnos, querernos, querernos siempre, querernos sin límites, querernos sin condiciones. Y la alegría que brota de esa experiencia es la alegría que uno puede tener que percibir, la que uno tendría que percibir en la cara de un cristiano, y en la cara de un pueblo que vive de ese modo, que se relaciona de ese modo, que en su trato humano no se relaciona como en el mundo de la cultura en el que estamos, que es una cultura de desconocidos, es una cultura de personas distantes, de personas protegidas siempre con la protección de datos y con muchas otras protecciones, y casi siempre unas relaciones tan falsas como un anuncio de crema dentífrica. Y sin embargo, serían unas relaciones familiares, unas relaciones cercanas, unas relaciones verdaderamente familia, de mano tendida, como de hermanos.
(…) Jesús nos hace libres. Libres de nuestros propios apetitos, de nuestros propios instintos, libres del afecto de los demás, libres de las circunstancias del mundo. La Iglesia es un pueblo de hombres y mujeres libres, (…) no es la democracia la que nos regala la libertad. En un campo de concentración, si una persona es libre, viven libres, aunque estén en un campo de concentración. (…) No se es libre por no estar en la cárcel, se es libre porque uno participa en la vida de amor de Dios. Esa verdad nos hace libres.
¿Qué tiene que ver esto con la Confirmación? Muchísimo, porque decía: el Señor ha hecho una Alianza de amor con cada uno de vosotros en la Cruz, conmigo también. Y nosotros hemos empezado a participar de esa Alianza el día que nos bautizamos, pero éramos muy chiquititos. Cuando nos bautizamos no podíamos enterarnos de nada, y en la Iglesia se ha separado este “segundo sello” que es la Confirmación, esta especie de repetición de la Alianza que Dios hace. Es Dios quien confirma. “Me voy a confirmar mañana” está bien dicho en plan familiar, pero no es verdad. Quien confirma, quien nos confirma es Jesucristo, que confirma la Alianza de amor que hizo con cada de vosotros en la cruz. Es decir, que os dice “te quiero”, que es lo que el Señor hace con nosotros siempre, y lo dice públicamente, y lo hace formalmente a través de los gestos de la Confirmación. Lo que el Señor dice es “Te quiero”. Y cuando el Señor dice “Te quiero” es para siempre. Nunca dice “te quiero si te vas a portar bien, si te vas a portar mal voy a dejar de quererte, me voy a aburrir de ti y me voy a cansar de ti, y te voy a despedir”. En el Antiguo Testamento hay varias historias de eso, donde el Señor dice: “Que me he hartado de vosotros (…) y porque no entendéis lo que os quiero”, y luego el Señor se arrepiente siempre de eso. Y luego dice: “No puedo, no puedo”, “ven, te seduciré de nuevo, te atraeré a Mi, para que conozcas de nuevo el amor de tu Señor”.
Los Sacramentos son siempre un regalo que Dios nos hace, y Dios no nos regala cosas: se nos regala Él mismo. Nos regala su amor, pero su amor el Él. No es una cosa que Él tiene, no es un sentimiento que Él tiene, como el nuestro. Dios es Amor. Dios es el Amor. Entonces, cuando Él se nos regala, cuando Él se nos da, lo que nos hace es comunicar su vida. Entonces, en la Confirmación, lo que el Señor os comunica es su Espíritu Santo, pero su Espíritu Santo significa Su Vida santa, Su Vida de Hijo de Dios, su relación con el Padre, su amor y su obediencia al Padre; esa vida inmortal y eterna que es la vida de Dios, del Hijo de Dios. Eso es lo que el Señor nos da.
(…) Todos nuestros gestos y nuestras comunicaciones pasan por nuestros gestos más pequeños. (…) Los gestos de la Comunión como los de la Confirmación son un gesto bien pequeño. Y sin embargo, en la Comunión, el Señor se nos da. En la Confirmación, el Hijo de Dios confirma su amor infinito por cada uno de nosotros. Por lo tanto, no despreciéis la pequeñez de los gestos. También una sonrisa, una mano tendida, un guiño son gestos muy pequeños y por ellos pueden pasar cosas muy grandes si son verdaderos. En los gestos humanos, no siempre son verdaderos nuestros gestos. Tampoco las sonrisas, tampoco los guiños, y tampoco los besos o las caricias. Pero Dios no sabe mentir. Por lo tanto, si Dios dice “te quiero”, es para siempre.
Y a lo mejor, vosotros os olvidáis de Él, pero estad seguros que Dios no se olvidará jamás de vosotros. Que no os abandonará jamás. Eso no quiere decir que te vaya a ir bien en la vida y que vayas a sacar unas notas estupendas sin dar ni clavo en todo el año, o que no vayas a tener enfermedades. No. Dios no cambia el curso de las cosas, pero Dios estará con vosotros. Y lo que más necesitamos no es salud, ni que nos vaya bien en la vida y nos salgan bien las cosas y tengamos unas grandes notas y que tengamos mucho éxito en la vida, primero porque no sabemos eso, qué es tener éxito en la vida. Lo más importante es que no nos faltes Tú, Señor. Que nos pase lo que nos pase y tengamos las circunstancias que tengamos, vivamos lo que vivamos, incluso delante de la muerte, poder tener la certeza de que Tú estás con nosotros, de que Tu Amor nos acompaña y Tú no nos vas a soltar de Tu Mano, no nos vas a soltar de Tus entrañas, no nos vas a dejar solos jamás. Y eso, os aseguro que vale más que la vida, porque la vida sin eso vale muy poquito al final.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
31 de mayo de 2019
S.I Catedral de Granada