Facundo Fernández fue un mártir de la persecución religiosa que hubo justo antes del comienzo de la Guerra Civil, en los primeros días, y que entregó su vida por el Señor y que fue beatificado con otros ciento y pico mártires, en Almería. Lo que pasa es que una parte de lo que hoy es la Diócesis de Almería era entonces Diócesis de Granada. Él había sido sacerdote, cuando él era jovencito, de Torvizcón.
Tener las reliquias de un beato, de un santo, que ha pasado por nuestro pueblo, es una bendición y una fuente de intercesión. Podemos acogernos a él. Pedirle al Señor que esas reliquias nos protejan; que protejan a las familias del pueblo; que protejan a los niños; que protejan la vida de vuestra comunidad, que siga siendo bonita, que pueda seguir siendo humana con toda la belleza y a veces el drama que lleva la vida humana, pero que siga siendo humana. Que lo que hemos perdido muchas veces en este mundo de hoy es la humanidad. Que eso no lo perdáis. Y eso se lo podemos pedir al Señor siempre por la intercesión de sus santos. Y los santos más importantes son siempre los mártires. Siempre. Porque son los que han derramado su sangre. A lo mejor, tenían un poquito de mal genio, podían no tener otras cualidades, pero son testigos de que Cristo es lo más importante, lo único importante, en la vida, y que si pierde uno a Cristo, lo pierde todo; y que si no pierde uno a Cristo, lo tiene todo aunque pierda la vida, y eso no tiene precio.
Llenos de alegría vamos a celebrar esta Eucaristía juntos. He podido también estar también un ratito con vuestro alcalde, con algunas personas del pueblo. Me habéis escuchado sobre todo. Yo venía a escucharos, pero me habéis escuchado vosotros más que yo a vosotros, pero vamos ahora a darLe gracias al Señor y a pedir, a pedir por el pueblo, por todas las familias, por todos vosotros. Que podamos vivir una vida como el Señor quiere, que es una vida buena, bonita, feliz, en paz. No tiene precio eso. Y por la intercesión de D. Facundo y de todos nuestros santos, que son muchos. (…)
Estamos celebrando la Pascua. El anuncio de la Resurrección de Jesucristo, que es lo que anuncia la Iglesia, siempre, lo más importante…. El cristianismo no son cosas que nosotros hacemos por Dios; es el anuncio de una historia que Dios ha hecho con nosotros. Y la ha hecho a través de su Hijo Jesucristo, que se encarnó en las entrañas de la Virgen, compartió una vida como la nuestra, fue víctima también de las envidias, de los odios, del pecado de los hombres y hasta la muerte. Pero, hasta en su misma muerte, mostró la Victoria del amor de Dios. En lugar de vengarse de aquellos que le estaban matando, le pedía al Padre que los perdonara: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y luego, aquellos discípulos, que no podían creer sencillamente que alguien venciese a la muerte, tuvieron que toparse con él, de tal manera que, en contra de toda su cultura, en contra de todo lo que ellos se podían imaginar, o de todo lo que pensaban (porque en el mundo judío no se pensaba que una persona pudiese resucitar, pensaban que al final de los tiempos se produciría la resurrección de los muertos, y todos a la vez, tanto es así que al principio decían: “Pues, si Jesucristo ha resucitado, eso significa que la resurrección de los muertos va a tener lugar enseguida, el fin del mundo va a tener lugar enseguida”)…, afirmaron de Jesucristo algo que no se ha afirmado nunca de ningún otro ser humano: su victoria sobre la muerte, igual que en la cruz había mostrado su victoria sobre el pecado y sobre el mal.
Y es verdad que los seres humanos, fuera de aquellos discípulos, nunca vamos a poder “tocar” la Resurrección de Jesús. Tendríamos que estar fuera del mundo, tendríamos que estar en el sitio donde vive Dios. Que Dios no vive fuera del mundo, vive también dentro del mundo, pero tendríamos que tener los ojos de Dios para ver la Resurrección y esos no los tenemos.
¿Qué es lo que vemos? Vemos la historia que ha nacido de aquel Hecho que no podemos tocar. Igual que vemos los frutos que han nacido de otra cosa que no hemos visto, que es la Creación. La Creación del mundo no la hemos visto nadie. Pero tocamos a todas horas sus efectos, los frutos que ha producido, desde el aire que respiramos hasta las estrellas que contemplamos, y que ahora se pueden medir las distancias y sabemos que algunas están a años luz, o miles de millones de años luz, y distancias inmensas, inimaginables para la pequeñez de nuestra imaginación, aunque podamos poner los números. Pero que ha creado algo infinitamente más rico que las estrellas que es nuestro propio corazón, nuestra propia alma, nuestra persona, nuestra vida. Lo mismo: la Creación no la hemos visto, pero estamos dentro de la Creación, vemos sus efectos todos los días y sabemos que nosotros no nos hemos dado la vida nosotros mismos; que la hemos recibido; que ese anhelo de ser felices que hay en nuestro corazón, ese anhelo de vivir bien, de ser como hermanos, de querernos, no nos lo hemos puesto nosotros, ni lo hemos fabricado nosotros, ni sabemos además cómo cumplirlo. Eso nos hace descubrir que somos un regalo que Alguien nos ha hecho y ese Alguien, en Jesucristo, sabemos que es Alguien que nos quiere y podemos dar gracias por ese don.
Igual pasa con la Resurrección. Nosotros no hemos tocado a Jesucristo Resucitado y sí lo hemos tocado de alguna manera, porque vemos los frutos, los frutos de santidad. Me diréis: “La Iglesia, somos todos muy mediocres, somos muy pobres, no somos santos, somos pecadores…”. Sí, pero en la Iglesia no dejan de florecer santos. Yo no llevo tantos años en la vida y os aseguro que he visto a muchos, muchos santos a lo largo de mi vida. Hombres y mujeres sencillos, que nunca serán beatificados o canonizados, pero el suelo por el que pisan yo besaría, porque eran personas de las que no era digno el mundo por el amor que desbordaban, por la fe que desbordaban por todos los poros de su cuerpo. Muchos hombres y mujeres, de muchas clases sociales diferentes, de muchos estilos de vida diferentes, de todos los estados de vida: padres de familia, madres de familia, abuelos, ancianos, niños, jóvenes. Me he encontrado tantos santos a lo largo de mi vida que tendría que arrancarme los ojos para decir “la Iglesia es santa”. ¿Es santa porque los que la componemos somos santos? No. Es santa porque el Señor está en ella. Cristo Resucitado, vivo, está en ella, y no deja de estar nunca. Y siempre hay santos alrededor. Yo no lo soy, nosotros no lo somos a lo mejor, quizás, pero al lado nuestro siempre hay santos, y abundan, sobreabundan, muchos más de los que nos creemos. Gracias a eso el mundo conserva una especie de “reserva” de amor y de “reserva” de humanidad, porque hay esos santos, y no deja de haberlos.
La Primera Lectura de hoy era justo la historia de los Hechos de los Apóstoles, que siguen a los Evangelios porque es verdad que la historia de la Iglesia es el cumplimiento de los Evangelios, y entonces nos cuenta que pertenecemos a una historia preciosa. Esa historia que comenzó con los apóstoles, justo la mañana de Pascua, el Día de la Resurrección, después de cuando las mujeres, que fueron las primeras apóstoles, se encontraron con el sepulcro vacío y vieron a los ángeles, les dijeron que Cristo había resucitado, que no lo buscaran allí, que lo encontrarían en Galilea, pues aquella historia empezó en la mañana de Pascua y no ha terminado. Muchas veces, hemos hecho los cristianos todo lo posible por acabarla, por los escándalos que damos, por lo torpes que somos, por lo mezquinos y lo malo cristianos que somos a veces y parece que la Iglesia se va a acabar, y renace. Y renace una y otra vez, y salen nuevos santos y no paran de salir.
Nosotros pensamos como que la Iglesia hoy está como disminuyendo, ¿no? Si os preguntase en qué país del mundo pensáis que la Iglesia crece más, no os lo podríais imaginar: Vietnam. (…) Hace dos años, en Vietnam, 135.000 personas adultas pedían el Bautismo. Y es un país donde está prohibido el cristianismo. (…) Y el segundo país del mundo donde el cristianismo crece es China. (…)
Esas cosas no salen en la tele. Yo os las cuento para que veáis que la historia que comenzó con aquellos apóstoles a los que metieron en la cárcel y les dijeron “os hemos prohibido hablar de Jesús” y dijeron “sí, pero nosotros no hacemos caso a los hombres, hacemos caso a Dios”, y siguieron hablando de Jesús… Y de esa historia hemos nacido nosotros y estamos aquí, dos mil años después. Y habrá momentos más bonitos de la vida de la Iglesia, como la época de Santa Teresa, en la que parece que los santos florecían como coliflores, puede volver a pasar hoy, y puede volver a pasar en Torvizcón, porque el Señor es muy imaginativo y muy creador, como está pasando en Vietnam. Otro país donde ha crecido el cristianismo. Ya son un 10% de la población los cristianos de Corea del Sur. El país que más visita la Catedral de Granada después de los españoles son los coreanos del sur. Yo ya voy por la calle y viene un grupito de coreanos, y siempre hay unos poquitos que se salen de la fila y se inclinan y me piden que les bendiga. El 10% en Corea del Sur. Fueron países donde ha habido muchos mártires, y el Señor bendice.
Pero la Iglesia no para de crecer. No os creáis que es todo lo que nos da la impresión la televisión que pasa. No. Pasan otras cosas en el mundo y muy buenas. Y esas cosas que pasan a veces no nos enteramos de que pasan.
Que no tengáis miedo. Que confiéis en el Señor. Que el Señor no nos abandona y que, a la hora de mirar el futuro, hay que cuidar de ese futuro y cuidar lo mejor que sepamos, y de eso es de lo que hablábamos antes cuando hablábamos de la agricultura a personas que me han dicho “si todo eso que ha dicho usted que ha conocido, lo estamos viviendo vosotros”. Eso es lo que quiero: que cuidéis de lo que vivís; que le echéis imaginación; que los niños puedan descubrir que se puede vivir (a lo mejor no se hace uno millonario, pero es que para ser feliz es preciso no ser millonario). Lo que hay que hacer es poder vivir en paz y eso es lo que Le pedimos al Señor: “Señor, líbranos de toda perturbación y consérvanos en Tu paz”. Eso es lo que Le pedimos.
Pero que hay que cuidar de los pueblos, que hay que cuidar que los jóvenes no se marchen, que hay que alimentar vocaciones a la agricultura, ¡claro que sí! Y que eso tenemos que hacerlo también los curas, ¡claro que tenemos que hacerlo! Y sostener a los niños y enseñarles a disfrutar de comerse unos tomates que han plantado. Y quien dice unos tomates dice una vid o unos espárragos. Pero hay que sostener, porque lo otro es perder, y Dios no quiere que perdamos. Cambiar la vida de los pueblos por la vida mucho más esclava de las ciudades es perder. Y yo sé que me han enseñado nada más entrar en Torvizcón, “mire, esa casa está vacía, esa otra casa está vacía, esa otra casa está vacía…”. Hay que pedirLe al Señor que sepamos transmitirles a los niños o que vengan niños…, y que va a ser necesario porque va a ser la única forma de vivir humanamente. Volver a los pueblos. Cuidar que haya personas y que haya una economía… (…)
Y hay que fomentar todo aquello que podamos producir nosotros, cuidar nosotros con el cariño nuestro, y alimentar nosotros directamente a quienes podamos alimentar. Y eso forma parte de nuestra tradición cristiana: cuidar de los pueblos es un deber cristiano. Y ahí nos tenemos que mojar los sacerdotes también.
A la hora de darles las catequesis a los niños hay que enseñarles que tenemos una Madre en el Cielo que es la Virgen, pero que esa Madre en el Cielo nos enseña a cuidar de nuestro pueblo, también hay que enseñárselo; y que cuidar de nuestro pueblo puede significar el tener la responsabilidad de no marcharnos porque la vida en la ciudad parece más fácil (luego es mucho más dura y más esclava, más triste y mucho menos humana)… entonces, tenemos todos que pedirLe al Señor que nos ayude a cuidar de esa humanidad.
Y se lo pedimos hoy de una manera especial, ya que tenemos aquí a un mártir, por intercesión del mártir, que sirvió como sacerdote a este pueblo. Es un mártir que ha pasado por nuestras vidas, que ha pasado por nuestro pueblo. Le pedimos que nos ayude a sostener y a cuidar la vida, la preciosa vida humana que tiene cualquier pueblo de tradición cristiana en sí mismo.
Que así sea para vosotros. Que la Virgen nuestra Madre nos ayude también en esa misma dirección.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Parroquia de Torvizcón
5 de mayo de 2019