¡Feliz Navidad a todos!
Parece una palabra vacía. Y de hecho muchas personas la cambian porque tal vez consideran que una frase así no tiene ningún sentido, cuando a lo mejor las circunstancias de la vida son difíciles o son duras, o sencillamente cuando el cansancio nos puede y, entonces, parece que todo el montaje de fiestas de estos días es artificial. Sin embargo, si comprendiéramos lo que celebramos un poquito, la Navidad no cambia aparentemente nada en nuestras vidas.
Seguimos viviendo expuestos a un accidente, expuestos a una enfermedad, nuestra condición mortal no cambia, envejecemos. Nuestras heridas provocadas por el pecado y por los roces de unos con otros… nada de eso desaparece. Y sin embargo, la Navidad es un gran abrazo de Dios al hombre.
Que el Hijo de Dios se haya hecho carne lo cambia todo, porque cambia nuestro corazón. Cambia, en realidad, la realidad del mundo, porque nos desvela y nos abre el horizonte en eso que es amor, y en mi pobreza, en mi dolor, en las circunstancias duras que me hacen afrontar una enfermedad de alzhéimer, o que me hacen afrontar la vejez o la muerte, hay una luz que nada es capaz de apagar porque nada es más poderoso que el amor de Dios.
Por eso, cuando yo os digo feliz Navidad os estoy deseando que podáis tener la experiencia de lo que realmente cambia el mundo, de lo que realmente cambia la mirada sobre la vida y la experiencia entera de la vida; lo que significa amar, lo que significa nacer, lo que significa morir, lo que significa ver un amanecer o lo que significa pedir perdón. Todo ello está cambiando radicalmente, y desde el fondo, por el amor infinito de Dios.
La Navidad es el abrazo de Dios a nuestra pobreza. Y ese abrazo hace arrancar la única sonrisa que no es ficticia, que nace desde el fondo del corazón y lo abarca todo.
¡Feliz Navidad de nuevo!
+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada
Granada, 22 de diciembre de 2016