Excelentísimo Teniente Coronel de la Comandancia de Granada de la Guardia Civil;
Mandos y miembros de la Guardia Civil;
Excelentísimas autoridades que nos acompañáis;
familiares de los guardias civiles;
hermanos y amigos todos, que celebramos juntos esta Eucaristía en el Día del Pilar:
Es un Día del Pilar especial. A nadie se nos oculta. Vivimos una situación obvia que a todos nos llena de preocupación, extraordinariamente difícil en la historia de nuestra patria, y en un mundo además inseguro. El Papa ha hablado varias veces de una guerra dispersa en distintos lugares del mundo, a veces de manera extraordinariamente violenta, y con el fenómeno del terrorismo siempre amenazante y siempre sembrando inseguridad, y haciendo más inestables nuestras sociedades. Y un momento así es un momento muy obvio para volcarnos todos a Dios.
Necesitamos la fuerza de Dios. Necesitamos acompañaros a vosotros, que tengáis la conciencia de que sois acompañados en el cumplimiento de vuestro deber y que sois acompañados por el pueblo y por los pastores de la Iglesia, de una manera clara, nítida.
El Santo Padre ha expresado con mucha claridad la posición de la Iglesia en el problema que todos tenemos en la cabeza, diciendo que la Iglesia no admite como bien una secesión y que la autodeterminación sólo está justificada en los casos de una ocupación colonialista, cosa que no se da en nuestra patria. Y por lo tanto, los bienes que corren peligro, los bienes de la unidad de un pueblo construido durante siglos, muchos siglos, de convivencia, no se pueden poner en peligro a la ligera. Están en peligro.
Tenemos que pedir por la unidad de España, por la unidad de las instituciones, por la fortaleza y la sabiduría de los gobernantes, para que el Señor nos conceda el don de la paz.
Leyendo obras de pensamiento de los dos últimos siglos cuántas veces se ha dicho “ésta es la guerra que terminará con todas las guerras”. Hay algo en el corazón del hombre que nos hace casi imposible evitar que surjan conflictos, en las familias, en los pueblos, entre vecinos, en los barrios, en las ciudades, incluso entre los países. Quizás hemos contribuido todos a esa complicidad de nuestra sociedad al hacer de la meta única de la vida, olvidándonos de Dios, el desarrollo económico, el bienestar económico. Esa búsqueda ansiosa de ese bienestar genera el dolor. Y ya hubo algún pensador que dijo hace varios siglos que genera una situación de guerra de todos contra todos. Esa situación es una situación verdaderamente difícil de sostener; difícil de sostener la convivencia cuando no hay nada moral, nada religioso que nos vincule.
Es verdad que en nuestra situación hay personas, hay sacerdotes, puede haber incluso obispos, que participan de una cierta mentalidad, y eso sólo pone de manifiesto lo débil que se ha hecho nuestra fe en nuestra conciencia. Pesa más la pertenencia a una nación o a un grupo que el hecho que todos somos hijos de Dios y estamos obligados como hijos de Dios a buscar modos de entendimiento, estamos obligados a no mentir con respecto a nuestra historia, estamos obligados a buscar el bien común de aquellas unidades que en la historia se han ido construyendo pacientemente, a veces con mucho dolor, a veces al precio de sangre, con una entrega sin límites de quienes nos han precedido. Esas uniones constituyen siempre un bien moral que es muy fácil destruir, pero que hace falta una fortaleza moral muy grande para mantener. Es muy fácil destruir un matrimonio, destruir una familia, y hace falta una fortaleza moral muy grande para mantener el matrimonio, para mantener la familia. De la misma manera, todas las escalas de la vida social.
Quienes estamos aquí somos creyentes. Le pedimos al Señor que nos dé lo que hemos pedido en la oración de la Misa de la Virgen del Pilar: que nos dé fortaleza en la fe, firmeza en la esperanza y constancia en el amor. Que os sostenga a vosotros en vuestra misión y que nos conceda, si es que todavía somos dignos de ello, a nuestra querida España el don inefable de la paz. Y si para eso tenemos que apelar a una sabiduría que a lo mejor hemos perdido, tenemos que recuperar pacientemente las virtudes necesarias para recuperar esa sabiduría, para contribuir siempre a la unión y nunca al odio. Quienes siembran el odio es el mal más grande que se puede sembrar en una sociedad. No tenemos que dejarnos llevar a ese mismo odio.
Defendemos un bien moral muy grande del que no tenemos ninguna vergüenza en defender y ese bien moral es la unidad de España. Yo sé que para eso hay que apelar a un vocabulario moral y a un vocabulario religioso que nos da mucha vergüenza acusar, pero eso es parte de nuestro problema. No tenemos que tener vergüenza. Cuando las personas llevan conviviendo muchos años tienen obligación unos para con otros. Cuando unos pueblos llevan conviviendo siglos, hay obligaciones muy graves de unos para con otros. Y cualquier ruptura significa un dolor. Pero no sólo por lo que significa dolor. Significa un mal. Es diabólico la búsqueda de la separación. El nombre del Diablo significa “el que separa” y la tarea del Diablo es separar.
Que sepamos mantener esa unión. Quiera Dios que con nuestros cuerpos, de nuestra inteligencia, de nuestra sabiduría, de nuestra prudencia, pero mantener esa unión. Todo lo contrario sería un camino terrible de violencia, y no sólo en el contexto de nuestro país, en un contexto mucho más amplio de Europa y con lo que Europa significa para el mundo.
Que el Señor nos dé la sabiduría y las virtudes morales necesarias para ejercer esa sabiduría. Que a vosotros os mantenga fieles a vuestra vocación. De alguna manera, delegamos en vosotros la tarea de sostener según el lema que tantas veces ha estado en vuestros pueblos, en la puerta de vuestros cuarteles. No deberíamos dejaros solos. Yo creo que todos los que formamos esta comunidad, los que formamos los pueblos de España, todos, todos deberíamos sosteneros en la defensa de un bien moral. No estamos hablando de un bien político, aunque algunos quisieran presentar como un bien político. Es un bien moral. Y es un bien de fe. Es un bien cristiano: los cristianos formamos parte de un mismo Cuerpo. No se comulga en Cristo diferente en Barcelona, en Sevilla o en Granada. El Cristo que comulgamos todos es el mismo, que nos hace a todos hijos de Dios y tenemos que volver a aprender a vivir como hijos de Dios, y a defender los bienes morales que es preciso defender, también con la fortaleza y la firmeza de quienes se saben hijos de Dios. Nuestra confianza está en Dios, que nos da también la firmeza para sostener y para defender lo que tenemos que defender.
Que el Señor os bendiga a todos; que cuide de vosotros; que cuide de vuestras familias; que cuide de todos vosotros.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
11 de octubre de 2017
Acuartelamiento en Granada de la Comandancia de la Guardia Civil