El 22 de noviembre se celebra la festividad de santa Cecilia, virgen y mártir.
El testimonio de la joven Cecilia se suma al de otras tantas mujeres cristianas que muestran cómo la condición de la mujer, su estatus, había cambiado radicalmente por medio de la fe en Cristo.
Huérfana desde pequeña, Cecilia fue educada en la fe por el Papa Urbano y bautizada a los trece años. La historia de esta santa, como la de muchas otras mujeres romanas que conocemos, es la de una de esas jóvenes que se casa por conveniencia y le habla a su marido de su voto de virginidad secreto a Dios.
Su marido, un patricio de nombre Valeriano, es cautivado por el testimonio de su mujer y abraza la fe, bautizándose poco después por el Papa Urbano I en Roma.
Valeriano y su hermano, que abrazó la fe con él, fueron arrestados, torturados y asesinados a manos del prefecto Turcio Almachio por su conversión a la fe. Acto seguido le vino el turno a Cecilia, que fue juzgada y finalmente decapitada tras multitud de torturas.
Toda su vida la recoge el documento “Passio Sanctae Caeciliae”. Una pieza del misal medieval dice que “… mientras los órganos sonaban, ella cantaba en su corazón solamente al Señor”. De esta cita empezó a hilarse su relación con la música. Una relación que ha ido extendiéndose y arraigando en la cultura hasta el día de hoy.