Capilla Real

La elección de Granada como lugar de enterramiento de los Reyes Católicos nos da una idea de la importancia del papel previsto para la ciudad en la configuración del nuevo reino. Sobre todo si consideramos que también el emperador Carlos V eligió la ciudad para construir el panteón real de la monarquía española y que otros importantes personajes como el Gran Capitán optaron por Granada para descansar eternamente.

Es bien sabido que Felipe II, sus razones tendría, nos libró de la dudosa suerte de convertir Granada en un cementerio ilustre, construyendo su propio panteón en El Escorial y alejando la Corte de una ciudad que no acababa de entender.
El problema del rey con la ciudad o de ésta con el rey, seguía siendo el mismo que se planteó recién conquistada: la integración en la nueva monarquía de una sociedad formada por un complejo mundo de religiones, culturas y costumbres diferentes. Un problema peculiar al de sus antecesores se habían enfrentado con acciones de todo tipo.

Una de las más importantes sería la de desarrollar un amplio programa de construcciones que “cristianizara” el tejido urbano de la ciudad musulmana. Así la ciudad se irá llenando de iglesias, conventos o edificios civiles que irán dibujando un plano adecuado a la nueva mentalidad más occidental y, sobre todo, más cristiana de los nuevos granadinos.

El núcleo que se inicia con la construcción de la Capilla Real y que continúa con la Lonja de mercaderes, la catedral y, ya mucho más tarde, el Sagrario, es un ejemplo claro de este uso cristiano de espacio urbano. Sin embargo, el proyecto no dejaba de constituir una apuesta arriesgada.

Construir una capilla como sepulcro de los monarcas que acababan de conquistar la ciudad podría entenderse de varias formas, sobre todo, si su construcción se hacía junto a los aledaños de la mezquita mayor, junto a la Madraza, lugar de estudio del Corán y de la ley Islámica. ¿Por qué elegir Granada, la menos cristiana de las ciudades castellanas, como sepulcro de la reina más cristiana de Castilla?
La decisión, sin duda, es de la propia reina, que en principio elige la Alhambra como lugar de sepultura, pero también deja claro en su testamento su deseo de reposar eternamente junto al rey allí donde éste fuera enterrado.
Lo cierto es que en el año 1504 se comienza a diseñar la Capilla Real, un espacio que, como otros del siglo XVI en la ciudad, se convierte, por su impacto visual y simbólico, en un emblema de la política de la monarquía hacia Granada que curiosamente se construye en gótico cuando ya hacía tiempo que, en Castilla se había usado el renacimiento con notable éxito, incluso por los mismos reyes.

El edificio, además, nace con una contradicción difícilmente salvable: el lugar de privilegio de la capilla debe ser lógicamente el que ocupan los magníficos sepulcros de los reyes, obra de Doménico Fancelli, pero tampoco era lógico que estos ocuparan un lugar más importante que el altar mayor. Para solucionar este problema, se distorsiona el espacio colocando los sepulcros frente al altar mayor y haciendo accesible la cripta subterránea que así se convierte en foco principal de atención del visitante.

Otro artilugio, que modifica el espacio recortándolo y haciéndolo aún más recogido, es la espléndida rejería del maestro Bartolomé. Si el interior de la capilla es complejo, el exterior es casi incomprensible debido a su relación con la catedral, a la que se encuentra adosada. No podemos olvidar que la auténtica portada de la capilla real es la que en la actualidad, da al interior de la catedral, conectada visualmente con la capilla mayor e hipotecando sin duda aspectos claves de la construcción. De hecho, al visitar la catedral, es aconsejable hacerlo en primer lugar desde su exterior.

Contemplando con detenimiento esa especie de magnífico retablo barroco o telón teatral que es su fachada principal para, después ir rodeándola hacia la torre del campanario, la puerta de San Jerónimo, la del Perón y el extraordinario cuerpo que la rotonda genera ya en su zona posterior. Así podremos descubrir, entre otras cosas, cómo la plaza que se sitúa frente a la fachada rebaja su altura en relación al resto del conjunto poniendo de manifiesto la importancia que en el XVII se concede a la arquitectura como escenografía teatral en el permanente espectáculo cívico-religioso de la ciudad barroca. También cómo los diferentes edificios que componen el rompecabezas se van uniendo en un interesante rompecabezas. El interior de la catedral tampoco es tan simple como parece y, aunque se ha avanzado notablemente en la investigación, el inicio de las obras y sus primeras cimentaciones debidas al maestro Egas, siguen siendo un oscuro mundo de hipótesis la verdad es que el trabajo importante lo realiza más tarde Diego de Siloé, el gran inspirador del renacimiento en Granada junto a Lorenzo Vázquez y no está claro hasta qué punto lo que había hecho antes su predecesor gótico, alteró o determinó el desarrollo posterior de las obras. Lo primero que nos llama la atención en el interior es el descomunal tamaño de las columnas que configuran las cinco naves de la planta. Y hay quien dice que son así por la necesidad de cubrir un espacio que, al nacer con una concepción gótica, reproduciría las grandes superficies de las iglesias de peregrinación, justificando de paso, con este argumento, la existencia del deambulatorio que podría poseer un carácter procesional.

Otra hipótesis más convincente nos conduce a pensar que el objetivo de Siloé no era aprovechar lo que Egas había hecho, sino construir un espacio absolutamente renacentista, a la romana como se decía en la época. De un lado, una planta basílica de cinco naves, un simple cajón rectangular que en sus formas nos evoca las humildes construcciones del primer cristianismo, el de la vieja basílica de San Pedro construida en madera.

Por otro lado, un espacio circular centralizado, una rotonda de gran tradición romana y usada sobre todo en edificios conmemorativos de carácter sepulcral y que aquí forma el altar mayor. En definitiva, junto al panteón de los reyes, el emperador quiso construir otro panteón familiar más acorde con los nuevos tiempos desde la línea matriz de la monarquía quedase eternamente vinculada en la muerte. Esto explicaría su cercanía con la antigua puerta principal de la capilla Real y con la puerta del Perdón que se abre en el otro extremo. Así, el transepto se convierte en una especie de paseo conmemorativo desde el exterior de la catedral hasta la capilla Real. En definitiva nos encontramos ante dos monumentos funerarios aunque sólo haya sido utilizada como tal la Capilla Real.

La construcción de la fachada por Alonso Cano en 1667, ya en pleno periodo barroco, termina de proporcionar su personalidad específica al conjunto en el que la mezcla de estilos funciona con notable armonía. Para la fachada, Cano se olvida de los símbolos funerarios y, a modo de telón teatral o de enorme retablo, la organiza en tres espectaculares arcos con casetones que recuerdan los de la capilla mayor e, incluso, los arcos de triunfo romanos. Algunas imágenes, pocas, porque la fachada no deja nunca de ser humilde en su decoración, manifiestan la advocación mariana de la catedral. Entre ellas, el tondo central dedicado a la Encarnación y el enorme jarrón de azucenas, símbolo de la puertaza de la Virgen. La Asunción y la Visitación, tampoco se olvidan en las portadas laterales.