Homilía en el día de la Santa Trinidad, de manos del arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, celebrada en la S.A.I Catedral el 15 de junio de 2025.

Sacerdotes concelebrantes,

Diácono,

Seminaristas,

Querido presidente de las Federaciones de Hermandades y Cofradías de Andalucía, Queridos hermanos y hermanas,

Como os decía al comienzo y se nos anunciaba también en la monición de entrada, estamos celebrando el Domingo de Dios, el Domingo de la Santísima Trinidad. En que dirigimos nuestra mirada a Aquel que es inaccesible, a aquel que no podemos comprender y abarcar, aquel es infinito infinito a Dios de nuestro Señor Jesucristo.

Pero esa mirada a Dios, hacerla precisamente en nuestro tiempo de descreimiento, en nuestro tiempo de secularismo, en nuestro tiempo en que parece que hablar de Dios está como mal visto, en que Dios se ha convertido de facto, de hecho, en un sin papeles en que molestan los símbolos religiosos, en que parece que vivir en la sociedad y tener un protagonismo en el espacio público… Parece que sólo es posible cuando se vive en una neutralidad religiosa, mejor dicho, en un agnosticismo, en un vacío de trascendencia. Cuando en la sociedad nuestra, precisamente, Dios ha sido relegado al ámbito de lo privado o al interior de las conciencias, o cuando no, al interior de los templos, como si estuviera casi prohibido manifestarse desde la propia convicción religiosa, al menos la cristiana, con otras se es especialmente tolerante.

Cuando esto ocurre, qué gran oportunidad, qué gran sentido tiene que en un domingo del año cristiano en que recorremos el misterio de Cristo, miremos el misterio de Dios, del que nace precisamente y desde el que adquiere su origen el misterio de Cristo.

Dios nos ha hablado de muchas maneras, como decía San Pablo en el discurso del areópago, en Él nos movemos, existimos y somos. Como recordaba el Concilio Vaticano primero, poniendo esa confianza en la razón humana, puedes llegar al conocimiento de Dios a través de las cosas creadas. El hombre está hecho para la trascendencia. El hombre no se limita a tener cosas o buscar medios de vida con los que subsistir.

El ser humano, en toda su historia, ha buscado trascender la muerte. Ha preguntado por el sentido de su vida, ¿de dónde somos, de dónde venimos? ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia, a dónde vamos? El ser humano se ha dado cuenta a lo largo de la historia, en su pensamiento, en diversas culturas, con diversas manifestaciones, de que no se puede quedar reducido de tejas para abajo en un materialismo craso, cerrado.

Y esto ha hecho que ese oscurecimiento de Dios, que se produjo por el pecado, ese conocimiento natural de Dios, el pecado, lo puede llevar, lo llevó, de hecho, al error. Pero queda esa tendencia, ese deseo de infinitud, de plenitud, de trascendencia, de espiritualidad en el ser humano. No basta tener cosas, no basta tener medios de vida, no basta subsistir, sino que es necesario tener la razón por la que vivir.

Y Dios, en su infinita misericordia se manifestó en pueblo, fue llevando rasgos de su revelación al conocimiento de Dios. Primero, en esa inmensidad infinita de Dios, de Dios uno, de Dios único, del Dios de Israel. Y le fue mostrando al pueblo de Israel, liberándolo de los politeísmos, liberándolo de afecciones sobre la divinidad que le llevaban al error, llevándolo al conocimiento de la inmensidad de la grandeza, de la trascendencia de Dios.

Dios elige ese pueblo y hace un pacto con Él. El pueblo de Israel va descubriendo y lo vemos a través de la Sagrada Escritura, como nos ha mostrado la primera lectura del libro de la literatura sapiencial. La sabiduría, va tomando y va mostrando cómo ese Dios es creador de todo, pero es el Dios de Israel, el Dios que lo ha salvado de la esclavitud de Egipto.

Le manda profetas, le rigen los patriarcas, pero llega un momento en que es Dios mismo, como nos dice la carta a los Hebreos. Dios habló antiguamente a nuestros padres de muchas maneras por los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por su Hijo. Y es Jesucristo el que nos muestra el verdadero rostro de Dios, porque Él es Dios con nosotros, el Emmanuel.

Cuando Felipe le pregunta a Jesús: Muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le dice: Felipe, tanto tiempo con nosotros y aún no me conoces. El que me ha visto a mí ha visto al Padre. Jesús es el rostro de Dios. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. Nos ha mostrado que Dios es un Padre, que Dios es amor, que Dios es misericordia, que Dios nos ama tanto que ha entregado a su Hijo por nosotros.

Y esta es la revelación del Dios cristiano, que nos lo revela Jesucristo, que nos revela el Verbo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Hijo de Dios que se ha encarnado, se hizo carne y habitó entre nosotros. Y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo de Dios, nos dice San Juan en el prólogo de Juan Calvino. Y este Dios manifestado en Jesucristo, este Dios que es Padre, que se nos ha mostrado en su Hijo. Dios como Él. Se nos ha mandado el Espíritu Santo, para que podamos acceder al misterio de Dios, para que podamos vivir como Dios nos manda, para que podamos, en definitiva, no solo acceder al misterio de Dios, sino participar, precisamente, de nuestra condición divina. Esa condición divina es la que nos ha obtenido Jesucristo. Jesucristo nos ha dado un espíritu… A través… Dios nos ha dado un espíritu, no de temor, no de esclavitud para recaer en el temor, sino de hijos. Por tanto, nos dice San Pablo, Ya no somos esclavos, sino hijos. Y ese hijo… herederos, coherederos con Cristo. San Pedro, en su primera carta llega a decir que somos “domestici Dei”, familiares de Dios.

Luego, somos hijos de Dios, los cuales no han nacido de la carne ni de la sangre, sino de Dios han nacido, dice San Juan, también en su prólogo. Luego, queridos hermanos, esta es la revelación del misterio de Dios, ese Dios que es incomprensible. San Agustín decía “Si yo te comprendiera. ¡Dios mío, qué pequeño serías!” Ese Dios que se descubre y se muestra a los sencillos.

Jesús, nos dice el Evangelio alzando la voz, dijo “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se la has revelado a los sencillos”. Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Y nos lo revela a través de su Espíritu.

El Espíritu Santo que confesamos que Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria. Pues todo esto es el misterio del Dios cristiano. Es un Dios que es amor. El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus Caritas es, nos recuerda esa confesión de la primera carta Apóstol San Juan. Nosotros hemos conocido el amor de Dios y hemos creído en Él, y nos define a Dios diciendo Dios es amor. Y esta es la naturaleza que presentamos de Dios. Dios es amor. San Juan de Ávila, que predicó en esta iglesia. San Juan de Ávila, que predicó tanto en Granada, que vivió en el Palacio Episcopal, que fue ante quien se convirtió San Juan de Dios.

San Juan de Ávila define a Dios diciendo: Dios que es amor, el Padre, predica amor, Jesucristo, el Verbo, y envía amor, el Espíritu Santo. Fijaros que manera más sencilla, más elocuente y más grande de decirnos cómo es Dios. Dios que es amor, predica amor y envía amor.

Que María, Madre de Dios y Madre nuestra, la Madre de Jesús, la que nos aceptó como hijos en la cruz, nos ayude a adentrarnos en el misterio de Dios, del Todopoderoso, que hizo obras grandes en ella, porque miró su humildad.

¡Qué razón tiene nuestro Señor! Que Dios se muestra a los sencillos y humildes de corazón. Ojalá así a nosotros.  

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
15 de junio de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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