El 3 de junio se celebra la festividad de los santos Carlos Lwanga y compañeros mártires de Uganda. 

Su historia tiene lugar bajo el reinado de Mwanga II, rey de Buganda (que ahora forma parte de Uganda), entre noviembre de 1885 y mediados de 1886. Carlos, al inicio practica las creencias del clan Ngabi, pero luego se siente muy atraído por las palabras del Evangelio pronunciadas y atestiguadas por los Misioneros de África, más conocidos como los “Padres Blancos”, fundados por el cardenal Lavigerie. De ese modo, el joven Lwanga se convirtió al cristianismo y, en 1885, fue llamado a la corte como Prefecto del Salón Real. Desde el principio, se convirtió en un punto de referencia para otros, especialmente para los recién convertidos, cuya fe apoyó y alentó.

Inicialmente, el Rey Mwanga – hombre de caráter terco y rebelde que incluso habìa frecuentado la escuela de los “Padres Blancos” – acogió con benevolencia a Carlos. Sin embargo, instigado por los hechiceros locales que vieron su poder comprometido por la fuerza del Evangelio, el rey comenzó una verdadera persecución contra los cristianos, sobre todo porque no cedieron a su disoluta voluntad. El 25 de mayo de 1886, Carlos Lwanga fue condenado a muerte, junto con otros. Al día siguiente, comenzaron las primeras ejecuciones.

Para aumentar el sufrimiento de los condenados, el soberano decide trasladarlos del Palacio Real de Munyonyo a Namugongo, lugar de ejecuciones: 27 millas separan ambos lugares, 27 millas que se convierten en un verdadero “Vía Crucis”. A lo largo del camino, Carlos y sus compañeros son objeto de violencia por parte de los soldados del rey que intentan, por todos los medios, hacerlos abjurar. En ocho días de caminata, muchos mueren atravesados por lanzas, colgados e incluso clavados a los árboles.

El 3 de junio, los sobrevivientes llegaron exhaustos a la colina de Namugongo, donde fueron quemados en la hoguera. Carlos Lwanga y sus compañeros, junto con algunos fieles anglicanos, son quemados vivos. Rezan hasta el final, sin quejarse, dando una prueba luminosa de su fecunda fe.

En 1920, Benedicto XV los proclamó beatos. Catorce años después, en 1934, Pío XI nombró a Carlos Lwanga “Patrón de la juventud del África cristiana”. Pablo VI canonizó a todo el grupo el 18 de octubre de 1964, durante el Concilio Vaticano II.