El 1 de junio se celebra la festividad de San Justino, filósofo y mártir. 

Empezó siendo pagano, este hombre de mente aguda y alma aún más afilada. En la Samaria del primer siglo después de Cristo, Justino crece nutriéndose de filosofía.

Porque ‘la visión de Dios’ es para Justino el fin de la filosofía. Pero ¿cuál corriente más que otras tiene capacidad para acercarla? El samaritano de Flavia Neápolis, su ciudad natal, llama a la puerta de los estoicos, peripatéticos, pitagóricos. Nadie sabe ofrecerle ese zenit tan ambicionado. El corazón de Justino se anima un poco cuando conoce a un pensador platónico. «Los conocimientos de las realidades incorpóreas y la contemplación de las ideas animaba mi mente…», escribió, decidiendo proseguir esta búsqueda lejos de la muchedumbre de la ciudad.

En el lugar apartado que eligió – descrito en su «Diálogo con Trifón» – encuentra a un anciano, con el cual discute sobre su idea de Dios. Sin embargo, el esfuerzo para llegar a la definición perfecta se choca con el escollo de una consideración: si un filósofo, observa el anciano, nunca ha visto ni oído a Dios, ¿cómo puede elaborar por sí solo un pensamiento sobre Él? El diálogo se traslada ahora a los Profetas: ellos en los siglos habían hablado de Dios y profetizado en su nombre sobre la venida del Hijo al mundo. Es el hito. Justino se convierte al cristianismo y hacia el año 130, en Éfeso, recibe el Bautismo.

Algún tiempo después, Justino llega a Roma donde abre una escuela filosófica y se vuelve un infatigable anunciador de Cristo para los estudiosos paganos. Escribe y habla del Dios que por fin había conocido, utilizando las categorías y el lenguaje de los filósofos. Sobre todo, emplea el ingenio y la destreza dialéctica para defender a los cristianos perseguidos, como demuestran sus dos Apologías. Justino ataca sobre todo a los que se dedicaban a ser calumniadores, pero para él es fatal la confrontación en público con el filósofo Crescente,  furioso anticristiano apoyado por el poder. Justino es encarcelado, irónicamente como ‘ateo’, es decir como subversivo, enemigo del Estado. Es decapitado con otros seis compañeros hacia el año 165, bajo Marco Aurelio.