El 12 de abril celebramos la festividad de San José Moscati, médico de Nápoles. 

José Moscati, que como santo goza de una gran devoción en Nápoles, nació en realidad en Benevento en 1880 e incluso tenía orígenes de Avellino. Hijo y nieto de magistrados, su vida profesional parecía estar ya muy orientada en tal dirección, pero ninguno se imaginaba que su gran fe lo llevaría por derroteros diferentes…

En 1892, cuando José era un adolescente, su hermano se lesionó al caerse de su caballo y como resultado del accidente comenzó a sufrir de epilepsia. Tal vez por efecto de haber tomado conciencia de la brevedad de la vida humana desde tan temprana edad, cuando fue golpeado por el sufrimiento, o quizás debido a la continua visión de los enfermos desde la ventana de la casa de su padre con vistas al Hospital de los Incurables, José se sintió inclinado a preferir la Facultad de Medicina a la de Derecho. En ese momento la medicina y la ciencia en general eran un terreno fértil para el materialismo, pero José se las arregló para mantenerlo a distancia, alimentando su fe con la Eucaristía diaria.

José se graduó brillantemente y era un médico prometedor: ya a los 30 años se hizo famoso por sus diagnósticos inmediatos y precisos, que son casi milagrosos considerando los escasos medios de la época. A quienes se lo reconocen les responde que es gracias a la oración, porque Dios es el creador de la vida, mientras que los médicos sólo pueden ser sus colaboradores indignos. Con esta conciencia va a trabajar todos los días, tanto al Hospital de los Incurables donde será nombrado médico jefe en 1925.

Además de dedicarse al cuidado de los enfermos, José es también un excelente investigador que experimenta con nuevas técnicas y nuevos fármacos, como la insulina, que se utiliza en el tratamiento de la diabetes desde 1922. Era tan hábil en las autopsias que en 1925 se le confió la dirección del Instituto de Anatomía Patológica. No es raro verle hacer la señal de la cruz antes de operar un cadáver, por el respeto que se debe al cuerpo de una persona que fue amada por Dios.

El 12 de abril de 1927, mientras reposaba en su sillón – que luego se convirtió en una venerada reliquia-, murió de un ataque al corazón a la edad de 47 años. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1987 al final del Sínodo de Obispos sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia.