El 26 de mayo se celebra la festividad de San Felipe Neri, sacerdote, fundador de la congregación de los sacerdotes del oratorio. 

Cuando Felipe Neri llegó a Roma en 1534, fue como si se encendiese una luz en la oscuridad de la miseria que anidaba entre las glorias del Ara Pacis y los brillantes mármoles de los palacios de la nobleza. El centro de la ciudad mostraba la misma cara sucia que las periferias, y allí Felipe encontró una habitacioncita, en San Jerónimo en vía Julia.

De noche, Felipe se perdía en un diálogo tan íntimo con Dios que su habitación hubiese podido ser el atrio de una iglesia. Esto lo hizo “apasionado anunciador de la Palabra de Dios”, como recuerda el Papa Francisco en su mensaje con motivo del V centenario de su nacimiento. Este fue el secreto que hizo de él un “cincelador de almas”.

Todo ello fascinaba a quienes, conociendo a Felipe, querían imitarle. El “Oratorio” nació así, entre tugurios malolientes perfumados día tras día por una caridad hecha de carne, y no por un proyecto diseñado sobre el papel y realizado desde lo alto como una limosna dada con frialdad. Y Felipe mismo se convirtió en pastor en 1551, haciéndose sacerdote sin por ello cambiar su estilo de vida. Con el tiempo, en torno a él se forma la primera comunidad, la célula de la futura Congregación del Oratorio, que recibió la aprobación de Gregorio XIII en 1575.

Felipe Neri, el tercer Apóstol de Roma, subió al Cielo en las primeras horas del 26 de  mayo de 1595. El dinamismo de su amor nunca se apagó, y aún parece que repite: “No es tiempo de dormir, porque el Paraíso no se hizo para los vagos”.