Homilía en el domingo XIII del Tiempo Ordinario, por arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, el 29 de junio de 2025.

Queridos sacerdotes concelebrantes,

Querido diácono,

Queridos hermanos y hermanas que os habéis dado cita en esta celebración eucarística. Ya en el verano de lleno, con el calor agobiante, pero acudiendo a esta cita con el Señor en nuestra Iglesia Catedral.

Hoy, en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Ellos dos hacen la cabeza de la Iglesia de Roma, que nos preside en la caridad a todas las iglesias.

Acabamos de escuchar las palabras de Dios y tenemos, como veis, dos representaciones. Tenemos a Pedro y a Pablo abriendo en este presbiterio, en esta bella capilla central de nuestra Iglesia Catedral. El apostolado que va repartiéndose por cada una de las columnas, Pedro y Pablo. Pedro, hemos escuchado, confiesa a Jesucristo Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo. “En verdad te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pedro es el que, inspirado por Dios, confiesa a Jesucristo como el Hijo de Dios hecho hombre. Y en esa fe se fundamenta la Iglesia. La Iglesia, decíamos en el Catecismo de pequeños, es la congregación de todos los fieles cristianos, los que creemos en Jesucristo como el Hijo de Dios, hecho hombre.

Esa fe es lo esencial del cristianismo. Esa fe es la que da sentido a la vida de todos los cristianos a lo largo de los siglos. Y la testimonian los evangelizadores, los apóstoles, y la testimonia sobre todo los mártires, como son el propio Pedro y Pablo. Pedro, que conoce a Jesús de mano de su hermano Andrés, que le lleva a Jesús.

Pedro, el pescador de Galilea, al que Jesús escoge como el primero de sus apóstoles. Pedro, el que vas por delante muchas veces con sus buenas intenciones, pero no le siguen sus obras. Pedro, el que niega a Cristo tres veces y otras tres veces, le confiesa su amor, como nos relata al final del evangelio de Juan. “Tú sabes, Señor, que te amo, apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.

Pedro, constituido cabeza de la iglesia, que peregrina en la tierra. Pedro, el primero de los apóstoles, que anuncia a Jesucristo, como lo relatan los Hechos de los Apóstoles después de Pentecostés, con una valentía antes desconocida en el propio apóstol, que se acobarda ante la criada del sumo sacerdote. Pero ya no hay quien lo pare a Pedro, y ya no hay quien lo pare hasta dar su vida.

Crucificado como su maestro en la colina vaticana. Pedro, el que ama a Jesús y se entrega por él. Y el que hace con la ayuda y la inspiración del Espíritu, el que guarda la unidad de la Iglesia. Hoy es un día para pedir por el sucesor de Pedro especialmente, para pedir por el Papa. Para pedir para que el Señor le fortalezca, le conserve, le de esa fortaleza apostólica.

El Espíritu Santo le ilumine en el gobierno de la Iglesia al Papa León, en estos momentos difíciles. Para que congregue en la unidad a todos los que creemos en Cristo. Que Pedro, su antecesor, confesó como el Hijo de Dios vivo y cuya fe fundamenta la existencia de la propia Iglesia.

Es más, hoy esa oración tiene que ser muy intensa de todos los cristianos, por el Papa. Con nuestro cariño, pero al mismo tiempo con nuestro seguimiento de su enseñanza. Él nos va hablando en nombre del Señor para las circunstancias en las que vivimos. Él tiene que tener esa iluminación y esa fortaleza, y así la confesamos los cristianos. Ahora el Papa León, antes el Papa Francisco, el Papa Benedicto, el Papa Juan Pablo y los que el Señor quiera hacer sucesores de Pedro en el futuro. Tienen que obtener de los cristianos nuestro cariño, pero sobre todo nuestra adhesión de fe y nuestra obediencia.

La colecta de hoy es precisamente para ayudar al Papa. Pero hoy también celebramos a este apóstol inseparable, el que es el Apóstol por antonomasia. El apóstol Pablo, el gran defensor de la fe, el gran evangelizador, el que lleva el nombre de Jesucristo, a Cristo crucificado. El que dice de “Ay de mí, si no evangelizare”. El que extiende el Evangelio por el mundo conocido entonces. Anunciando Jesucristo, pasando todos las dificultades y contrariedades, pero no dejando esa fe en Jesucristo anunciada.

Ese Pablo que no conoció directamente a Jesús hasta que fue derribado del caballo camino de Damasco. Ese Pablo que perseguía a los cristianos, que perseguía a Cristo, en definitiva, pero que después de encontrarse con Él, se convierte en el gran apóstol. Ese Pablo que nos ha dejado las cartas suyas a las iglesias en el Nuevo Testamento. Ese Pablo que anuncia Jesucristo con todas sus fuerzas, tiene que ser para nosotros otra lección. La lección de ser evangelizadores, de ser quienes anunciemos a Jesucristo a nuestros hermanos.

No podemos ser cristianos pasivos que solo vivimos la fe en la intimidad o si queréis, en el interior de los templos, o todavía más, en el interior de las conciencias. Y acomplejados no la manifestamos a nuestro mundo que tiene necesidad de Dios, que tiene necesidad de Cristo. Ese Cristo del que Pablo decía “me amó y se entregó por mí”.

Ese Cristo que decía Pablo de sí mismo “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí.” Ese Cristo, el que dice San Pablo “Mi vivir es Cristo”. Ojalá nosotros tengamos esa pasión de Pablo, ese amor de Pedro. A pesar de nosotros, como ellos son unos pobres pecadores como el pescador de Galilea, como el perseguidor Pablo, Saulo de Tarso, de los cristianos.

Pero a pesar de los pesares, de nuestra debilidad, Cristo no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Él nos ha dicho que no tienen necesidad de médicos los sanos, sino los enfermos. Él se ha fiado de nosotros, porque nuestra fuerza, la fuerza de Dios, en definitiva, se basa en nuestra debilidad. Y nosotros, como ellos, como Pedro y Pablo, tenemos que amar profundamente a Jesucristo, creer en Él con todo nuestro ser y al mismo tiempo darlo a conocer.

No podemos guardarnos a Cristo. Tenemos que dar a Cristo a los demás con nuestro ejemplo, con nuestro cariño, con nuestro testimonio, pero también con nuestras palabras, con nuestro consejo, con nuestro apostolado. En los ámbitos donde Dios nos ha puesto en la vida familiar, en la vida del trabajo, en la vida social, en el deporte. Es decir, se tiene que notar que seamos cristianos, pero no porque llevemos una bandera, no porque vistamos de una manera o de otra, sino porque convencemos con nuestra fe y con nuestro testimonio, con nuestro amor al prójimo.

En esto conocerán que sois mis discípulos. El que me confiese delante de los hombres, dice Jesús, Yo le confesaré delante de mi Padre del cielo. Por tanto, queridos amigos, en esta fiesta en que pedimos especialmente por el Papa León, en que amamos la apostolicidad de la Iglesia, que confesaremos el Credo… En este día, en esta fiesta, vivamos nosotros nuestra adhesión a la doctrina de los apóstoles, nuestra fe en Jesucristo, nuestro amor en Él y al mismo tiempo, nuestros deseos de anunciarlo en nuestro mundo.

Que la Santísima Virgen, Reina de los Apóstoles, nos ayude, nos fortalezca a nosotros también para anunciar a Jesucristo con alegría en el mundo que nos ha tocado vivir.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
29 de junio de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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