Homilía en la Eucaristía del domingo XV del Tiempo Ordinario y jubileo de los migrantes, por el arzobispo Mons. José María Gil Tamayo, el 13 de julio de 2025.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Querido don Manuel,

Delegado diocesano de Pastoral de las Migraciones,

Querido diácono y tenemos monaguillos extraordinarios. Como veis, también las vacaciones afectan al cuerpo de los monaguillos y hemos fichado unos monaguillos estupendos hoy. Gracias. Lo hacéis muy bien.

Queridos hermanos y hermanas, todos,

Queridos senegaleses,

Querida comunidad que os habéis dado cita en Granada,

Queridos hermanos y hermanas, que habéis venido a España buscando mejores condiciones de vida, buscando el porvenir para vosotros, para vuestros hijos. Sed bienvenidos. Y sed bienvenidos a esta Catedral, a esta Iglesia. Y sed bienvenidos a la comunidad católica que peregrina en España desde los tiempos apostólicos. Muchos venís de América Latina. Esas iglesias hermanas que profesan la misma fe sembrada por misioneros españoles.

Venís también a esta ciudad hoy, a esta Iglesia de la Reina Isabel. Venís también de África, de la gloriosa África que tiene los ejemplos de Agustín y Cipriano, de los santos africanos desde los inicios de la fe apostólica. Queridos hermanos y hermanas, hemos dicho al Señor en la oración colecta hemos pedido que con su luz ilumina a todos los hombres para que puedan encontrar la verdad, puedan salir del extravío.

Pero hemos pedido algo que yo quisiera que hoy fuésemos insistentes en su petición. Rechazar lo que es indigno del nombre de cristiano, y cumplir cuanto en él se significa. Vuelvo a repetir. Hemos pedido al Señor ser cristianos como Dios manda. Rechazar lo que es indigno de un cristiano y cumplir cuánto en él se significa. ¿Y qué significa cristiano? Cristiano es ser discípulo de Cristo, de nuestro Maestro.

Del que, la segunda lectura de hoy, San Pablo, en la carta a los Filipenses, lo proclama como el Señor, por quien y por para quien fueron creadas todas las cosas. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en Él. Es también cabeza de la Iglesia. Él, que con su cuerpo ha destruido el muro que nos separaba. Ya no hay distinción entre esclavos y libres, porque todos sois uno en Cristo Jesús, nos dice San Pablo.

Y por eso, queridos hermanos, dentro de un momento vamos a confesar nuestra fe y a confesar nuestra fe en la Iglesia. Y como Iglesia decimos que creemos en la Iglesia, que es una, que es santa y que es católica y apostólica. Y católica significa universal. Hombres y mujeres de todas las razas, de todos los pueblos, están llamados a la plenitud de la gracia.

Dios quiere, dice San Pablo, que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Luego, la fraternidad cristiana es una fraternidad universal. ¿Por eso la pregunta ¿Quién es mi prójimo? Que hoy nos trae el Evangelio, esa pregunta tiene una respuesta y se la da a Jesús precisamente a este doctor de la ley, a este letrado que le pregunta: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal?

Nos ha dicho antes el libro de Deuteronomio que el mandamiento de Dios está en nuestro corazón. No son un conjunto de leyes pesadas que tengamos que cumplir con una obligación sin más, sino que son la expresión amorosa de Dios que ha puesto su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, dice San Pablo.

Luego, está dentro de nosotros mismos esa ley, que tiene como principio básico hacer el bien y evitar el mal. Y que, oscurecida por el pecado, fue clarificada por la revelación divina y sobre todo llevada a su plenitud por Jesucristo, que es la Ley nueva. Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo.

Eso es lo que le dice a este doctor. Que si Jesús le dice bien, bien has contestado, haz tu eso. Pero este hombre, queriendo justificarse, pregunta ¿Y quién es mi prójimo? Ya empezamos. ¿Quién es mi prójimo? Ya empezamos con las divisiones, ya empezamos con las exclusiones y en pensar que los distintos no sirven. ¿Quién es mi prójimo? Esa pregunta inicial es el libro de Génesis de Dios a Caín ¿Dónde está tu hermano? No puede quedar sin respuesta en una humanidad dividida, en una humanidad enfrentada, en una humanidad crispada, en una humanidad egoísta.

¿Y quién es mi prójimo? Queridos hermanos, ahora en España vivimos un ambiente de crispación. Basta poner los telediarios, basta asomarse a una reunión, a una sesión del Parlamento. Vivimos esa desconfianza y esa crispación trasladada a la ciudadanía. Y esto no puede ser. Vivimos episodios de exclusión de los que vienen buscando mejores condiciones de vida. Hoy lo estamos viendo con enfrentamientos. Personas que no viven como Dios manda o que no respetan los derechos de los demás.

Los tienen todos los pueblos. La inmigración no es sinónimo de delincuencia. Nosotros hemos sido emigrantes. Yo me encuentro con sacerdotes de Granada cuyos padres o abuelos han tenido que emigrar a Alemania. Me encuentro con gente de Granada que ha tenido que emigrar a Cataluña, al País Vasco, a Valencia, a otras regiones. Yo soy hijo de emigrante en Alemania. Mi familia, todos, mis tíos, todos. Mi padre muere siendo emigrante.

Y no podemos cerrarnos. La inmigración trae una riqueza. Lógicamente hay que regular. Lógicamente, hay que evitar… Las mafias asesinas que se aprovechan de los desheredados de la tierra, para explotarlos. ¿Cuántas personas tienen que atravesar en condiciones que ponen en peligro su vida? ¿Cuántas personas han sucumbido en el cementerio del Mediterráneo del Atlántico? Queridos hermanos, ¿quién es nuestro prójimo?

Los inmigrantes son nuestro prójimo. Estos prójimos tienen muchos rostros, muchos rostros. La pobreza tiene muchos rostros. Desde los jóvenes que no encuentran una vivienda digna o los que no encuentran un trabajo estable y duradero. Duradero y digno. O los que viven en la soledad, o los que viven en la enfermedad, o los ancianos que viven marginados de sus propias familias.

La pobreza tiene muchos rostros, y quizás también a nuestro lado y sin quizá. Luego, queridos hermanos, no puede quedar Jesús sin la respuesta. El que tuvo misericordia, le contesta. Y Jesús, con el ejemplo del buen samaritano. San Agustín nos dice que el buen samaritano es Cristo. Él es el que se ha bajado. Él es el que ha venido del Padre para recogernos, para poner en nuestras heridas el vino del consuelo y de la esperanza, para salvarnos.

Él es el que ha cargado sobre sí con el pecado de la humanidad, con nuestro desvalimiento. Él es el que nos ha mostrado el amor más grande. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos. El mandamiento cristiano del amor al prójimo no es como a uno mismo. Es mucho más.

Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Luego, queridos inmigrantes, esta es vuestra Iglesia. Esta es vuestra nueva tierra. Estos son vuestros nuevos hermanos. Y esto tienen que calar. Tenemos que romper las barreras ideológicas de los prejuicios que no son cristianos. Que no son cristianos. Ciertamente, hay que poner medidas en los países de origen para que desaparezcan las injusticias y las guerras, para que desaparezcan las persecuciones religiosas en tantos escenarios.

Al sur del Sahara, en Asia, en Oriente Medio. Hay tantas guerras en las que hay tantas matanzas y sufrimientos como estamos contemplando en el Oriente Medio. Como estamos contemplando en una guerra abierta desde hace años en Ucrania. Nadie puede cerrarse. Son imposibles las fronteras ante el deseo del ser humano de libertad, de bienestar, de justicia y de paz.

Y los cristianos no podemos estar ausentes. Esta es nuestra batalla. Este es nuestro cometido. Esta es nuestra bandera. ¿Quién es mi prójimo? El próximo, ciertamente, pero también el lejano. Aquel al que ayuda el samaritano. También el extranjero. Porque todos somos uno en Cristo Jesús. Todos somos hermanos. Y es lo que vamos a confesar dentro de un momento, en la Iglesia, que es católica, que es universal.

No hay privilegios, no hay lugares destinados a unos cuantos que excluyen a los otros. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, Cristo de Dios, dice San Pablo. Pues, queridos hermanos, pidámosle a la Virgen, que también emigró con José y con el Niño a Egipto, que acoja y acompañe a quienes buscan mejores condiciones de vida, de libertad, de bienestar.

Pidamos al Señor que nos dé un corazón y que sepamos abrir nuestros ojos a quien es nuestro prójimo.

Así sea.

+ José María Gil Tamayo
Arzobispo de Granada
13 de julio de 2025
S.A.I Catedral de Granada

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