Comentario bíblico para la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

Celebramos hoy la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, sin lugar a dudas el mejor broche para culminar la Octava de la Navidad y empezar el nuevo año civil. De manos de la Madre hemos recibido al Niño Jesús, aquel que ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad. Es por ello que María será quien nos ayude a ver el año transcurrido con agradecimiento y el año que está por venir con esperanza.

La bendición de Dios

La liturgia de la palabra se abre hoy con este precioso fragmento del libro de los Números en el que Dios, a través de Moisés su siervo, encomienda a Aarón y sus hijos bendecir a los israelitas según la fórmula dictada por Él; es una manera muy sencilla pero llena de significado, ya que se pide a Dios colmar el anhelo de todo israelita, es decir, poder ver el rostro de Dios, y gracias a eso, poder recibir su paz, su luz y su favor. El salmista, por su parte, continúa ahondando en esta petición, queriendo que toda la asamblea a una sola voz pida al Señor “que tenga piedad y los bendiga” (cf. Sal 66, 2), que “canten de alegría las naciones” (Sal 66, 5) y “que todos los pueblos le alaben” (Sal 66, 6).

Nacidos de Mujer

En la segunda lectura tenemos hoy el único lugar donde el apóstol de los gentiles habla de la Madre de Jesús, y lo hace precisamente para subrayar que el Hijo de Dios es también verdaderamente hombre, y que es así, asumiendo nuestra naturaleza y nuestra existencia, cómo nos rescata de la ley y nos hace “hijos en el Hijo” (cf. Ef 1,5).

María conservaba todo en su corazón

El evangelio de Lucas por su parte nos ofrece hoy la escena en la que, terminada la adoración de los pastores y su partida de Belén, a los ocho días de nacer, los padres de Jesús llevan al Niño para que sea circuncidado e imponerle el nombre que les había dicho el ángel. En el mundo hebreo, el nombre indica aquello que se espera de la persona; Jesús significa “Dios salva”: comienza su obra con el primer derramamiento de sangre. Este momento apunta ya a su Pascua, pues del mismo modo en que es llevado ahora para ser circuncidado y aceptar aquella alianza mosaica, también será después llevado al Calvario como el Cordero para derramar su sangre, llevar a cabo la alianza definitiva, lavarnos del pecado y redimirnos. Ya tan pequeño pone de manifiesto la veracidad de su nombre y su misión. Mientras tanto “María conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 19), no entendía todo, pero sí confiaba totalmente.

La Palabra hoy

“En muchas ocasiones habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1, 1-2); esto es lo que celebramos durante toda la Navidad, que Dios no se ha conformado con enviarnos mensajeros, sino que ha querido enviar a su propio Hijo para revelarnos todo, para manifestarnos su amor total por el ser humano.

Y este maravilloso milagro ha sucedido gracias al “Sí” de María; a ella la llamamos “Madre de Dios”, que no es un simple título honorífico para condecorar a la Virgen, sino que es la garantía del alcance del misterio de la Encarnación. Si Jesús fuese solo Dios entonces su entrega y amor serían solo algo digno de admirar, algo que se nos queda lejano y distante; si solo fuese humano entonces el cristiano viviría en un triste moralismo. Pero ahora todo es distinto, Jesús es Dios verdadero y hombre verdadero, gracias a la unión que se ha dado en el seno de María, al admirable intercambio que se ha producido, nosotros podemos exultar de alegría.

En nuestra sociedad vivimos a menudo teniendo que hacer frente a las heridas producidas por el desprecio, la desconfianza, el abuso, la humillación… intentamos levantarnos y comenzar con nuestras fuerzas y volvemos a caer. Dios ha bajado a nuestro barro para tendernos la mano; el mismo Dios quiere recordarnos, a través de la maternidad de María, que sigue confiando en nosotros, que quiere colaborar, que desea mostrar la belleza de la unión de su gracia y nuestra voluntad.

También nosotros podemos vivir la maternidad y paternidad haciendo carne la Palabra recibida, y transmitirla como “una luz a los que viven en tinieblas y sombra de muerte” (Lc 1, 79). Es por ello que el evangelista Juan nos anima a levantar nuestra esperanza y descubrir en lo que nos ha convertido para vivir conforme a ello: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!; y seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (cf. 1 Jn 3,2). Mirémonos en Jesús como en un espejo para descubrir quiénes somos de verdad, y para ello dejémonos engendrar y cuidar por la Iglesia, de quien María es Madre y Modelo.

Moisés Fernández Martín, Pbro. diocesano.

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