Comentario del evangelio del 16 de febrero de 2025, VI Domingo del Tiempo Ordinario.

¿Cardos o árboles frondosos?

La primera lectura de hoy pertenece al libro del profeta Jeremías. De una manera muy clara y sin divagar compara la insensatez de quien confía en sus solas fuerzas con la aridez de “un cardo en la estepa” (Jr 17, 6), y del mismo modo la sensatez de quien confía en el Señor con “un árbol plantado junto al agua” (Jr 17, 8). Ambas imágenes, que funcionan por contraposición, son calificadas con palabras fuertes: el primer sujeto será maldito mientras que el segundo es bendecido.

Jeremías tiene una misión muy complicada, pues tiene que llevar la Palabra de Dios al pueblo que se halla en el destierro; este pueblo sabe que su exilio ha sido provocado por la infidelidad a la alianza con Dios, por tanto, el profeta no quiere perderse en palabras que oculten la verdad, sino que les habla con mucha claridad y ejemplos concretos. De este modo podrán entender rápidamente y cambiar de actitud.

Por su parte el salmo viene a reafirmar este mensaje y lo hace en positivo, por eso la liturgia nos hará repetir “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor” (Sal 40, 4), para motivar al oyente y presentarle la belleza de ser fiel al Señor.

Triste vida si la vida no es eterna

Por su parte san Pablo continúa hablando a los corintios acerca de la resurrección; la semana pasada exponía la maravilla de poder anunciar el evangelio y les proclamaba el kerigma; ahora subraya la certeza de nuestra íntima unión con Cristo, la cual hace posible que nosotros resucitemos con Él. Dios es fiel, y si ha resucitado a su Hijo, y a nosotros nos ha prometido también la resurrección, entonces sí que podemos confiar en que esta palabra se cumplirá.

El cielo es el mundo del revés

En el evangelio dominical la Iglesia nos ofrece hoy una de las páginas más bellas de la Biblia y a la vez más directas: las bienaventuranzas. Este famoso fragmento forma parte de un texto más extenso, que continuaremos escuchando en los próximos domingos, el llamado “sermón de la llanura”, ya que tiene lugar al bajar de la montaña Jesús con sus discípulos, después de haberse retirado para orar y haber elegido a los doce apóstoles.

Después de estos dos momentos importantes de oración y elección, Jesús habla a la muchedumbre que le esperaba y le deja claro quiénes serán bendecidos y quiénes no; Jesús es muy claro y no se anda por las ramas, como dirá en el evangelio de Mateo “el que no está conmigo, está en mi contra” (Mt 12, 30); y ¿por qué hacemos esta afirmación? Pues porque Jesús siempre se identifica con los últimos y los descartados, y son precisamente estos (pobres, hambrientos, llorosos, perseguidos) “quienes han puesto su confianza en el Señor” (cf. Jr 17, 7), los que son conscientes de que sólo en Él está la esperanza y la solución que necesitan.

Por el contrario, los ricos, los saciados, los jocosos y aquellos que solo se preocupan de su fama serán excluidos porque ya han tenido aquí su recompensa, “han elegido buscar el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor” (cf. Jr 17, 5), han visto ya colmadas sus vanas esperanzas y por tanto han demostrado no aspirar a nada más.

La Palabra hoy

Verdaderamente las bienaventuranzas no dejan a nadie indiferente, ni en la época de Jesús ni a lo largo de la historia de la humanidad hasta nuestros días. En muchas ocasiones se ha hecho una lectura un tanto ideologizada de este pasaje, como si Jesús buscase la pobreza y el sufrimiento como un fin en sí mismo; nada más lejos de la realidad, puesto que en la Escritura vemos en muchas ocasiones cómo la abundancia es signo de la bendición de Dios e incluso nos dirá san Pablo que “nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Los cristianos amamos a Jesús, el cual se ha hecho pobre, ha experimentado el hambre y la sed, ha llorado, ha sido perseguido; de esta manera, todos aquellos que viven sus mismas circunstancias se configuran de una manera particular con Cristo y por tanto pueden esperar también en su palabra, en las promesas del Reino.

Normalmente les es difícil acoger el anuncio de Jesús a aquellos que están llenos de sí mismos, saciados y satisfechos de todo, quienes piensan que no necesitan nada ni a nadie, que se bastan solos para alcanzar la felicidad, quienes basan todo en su voluntad y sus estrategias; es por esto que Jesús elogia a aquellos que no tienen nada, que están vacíos, que por no tener no se tienen ni a ellos mismos, porque estos sí tienen espacio para acoger lo que Dios les tiene preparado, sí tienen tiempo para estar con Él, sí tienen docilidad para seguir lo que se les propone.

Estas cuatro bienaventuranzas de Lucas tienen sus cuatro antítesis, las cuales nos recuerdan también al Magníficat, donde ya María proclamaba con acierto el modo que tiene Dios de actuar: “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 51b-53). María ha sido desde el primer momento la perfecta discípula, porque ha elegido poner toda su confianza en Dios, ha recorrido una peregrinación en la fe pasando por la pobreza, el llanto, y un sinfín de contrariedades más, como su Hijo, para estar definitivamente con Él y poder auxiliarnos a nosotros también con su maternal intercesión. Una vez más vemos en ella cómo se cumple aquello de “bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá (Lc 1, 45).

Moisés Fernández Martín, presbítero diocesano.

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