Comentario bíblico del evangelio del 6 de abril de 2025.

Llegamos al quinto domingo de Cuaresma. La llegada de la Semana Santa es inminente, y, por tanto, la Luz Pascual ya se vislumbra como final del camino cuaresmal; no obstante, antes hemos de entrar en un momento crucial, la Pasión y Muerte de Jesús.

Llega algo nuevo

En la primera lectura, el profeta Isaías recuerda al Pueblo de Israel la prodigiosa liberación de la esclavitud de Egipto, pero no para ensimismarse, sino para anunciarles que aquello no fue algo que haya quedado en el olvido, sino que ahora, nuevamente, el Señor los va a liberar del destierro en el que viven: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43, 18). A este pueblo que se encuentra en el exilio, abatido al encontrarse lejos de su patria, lejos del Templo, dispersados y oprimidos, no se le anuncia solo el retorno, sino además una vuelta triunfante: “abriré un camino en el desierto, corrientes en el yermo. Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa” (Is 43, 19-20).

Es a la luz de este anuncio donde podemos entender bien el salmo que cantamos en esta liturgia dominical: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.” (Sal 125, 3) El salmista convierte en oración aquel momento vivido y resume la experiencia: “cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion, nos parecía soñar…hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». Recoge, Señor, a nuestros cautivos como los torrentes del Negueb. Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” (cf. Sal 125).

Está delante de ti, ¿no lo ves?

En la segunda lectura, Pablo habla a la comunidad de Filipos y, así como anunciaba el profeta Isaías, los anima a no vivir en el pasado y poner nuestra mirada aquí y ahora, en Cristo resucitado, en quien todo adquiere significado y por quien todo merece la vida. Pablo es consciente de que aún queda camino por recorrer, “yo no pienso haber conseguido el premio” (Flp 3, 13), pero tiene muy claro que no va a dejar caer esa gracia en saco roto, pues sabe bien el objetivo que persigue: “solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.” (Flp 3, 13-14).

Por su Amor lo conoceremos

El Evangelio de Juan nos ofrece hoy un episodio precioso en el que Jesús, dejando de lado las preguntas capciosas de los fariseos y escribas, ofrece el perdón a una mujer sorprendida en adulterio. Una vez más la misericordia de Dios, manifestada en Jesucristo, se abre paso entre aquellos que asfixian al Espíritu por la observancia rígida y vacía de la Ley.

La Palabra hoy

Las palabras de Isaías deben ser para todos nosotros un estímulo a vivir con esperanza firme las promesas del Señor, que es fiel. Este anuncio que hace el profeta es una invitación a no vivir anclados en el pasado, a no tener miedo de los que está por suceder, ya que los designios de Dios son de salvación y por ello podemos confiar. Dios no nos pide vivir en un museo anhelando un pasado glorioso e idealizado, sino que nos coloca en una fértil dehesa donde plantar, apacentar y construir algo nuevo, su Reino. San Pablo ha hecho experiencia de esto y por eso no quiere privilegios adquiridos por cuestión de su raza, ni halagos por sus cualidades, ni prestigio por su carrera, sino que lo considera todo basura. Lo único que Pablo desea es alcanzar a Cristo como él mismo ha sido alcanzado por su Señor.

En el Evangelio podemos comprobar hoy que verdaderamente es posible dejar todo atrás y empezar algo nuevo con Jesús, que es quien verdaderamente hace posible este cambio en nosotros. El evangelista nos dice que Jesús había pasado la noche en el Monte de los Olivos, y no es de extrañar que gran parte de la noche la hubiese pasado en oración, como era costumbre en Él; al amanecer fue al Templo y enseñaba a la gente. ¿Qué enseñaba? Pues seguramente les instruía acerca del amor de su Padre y los secretos del Reino. Ya sabemos que Jesús prefiere enseñar con su ejemplo más que con las palabras, y por ello, con la adúltera se presenta la ocasión propicia para mostrarles ese amor incondicional de Dios, como dice el salmista: “si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto” (Sal 129, 3-4).

Jesús no falsea la realidad, sabe que el pecado de aquella mujer es cierto, pero también conoce los pecados de todos aquellos que la rodean y que quieren ajusticiarla, encontrándose ellos mismos en una situación similar. Es por ello que lanza aquella famosa frase: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Jesús se encuentra nuevamente entre la espada y la pared al plantearle aquella situación. Sin embargo, Él no se deja embaucar, sabe que el problema esencial no es la transgresión o no de la Ley, sino que más bien, la cuestión gira en torno al juicio, que pertenece solo a Dios, y la vida o muerte de una persona. Cómo no recordar aquí aquellas palabras del profeta Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva.” (Ez 33, 11). De este modo, Jesús dirá con ternura y firmeza a aquella mujer: “tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.” (Jn 8, 11), es decir, la acoge con su misericordia, pero le advierte de que esté atenta en lo porvenir, que cuide del don recibido y viva en consonancia con él.

Pero, ¿es posible vivir sin pecar? “Para Dios nada hay imposible” (Lc 1, 37); ciertamente todos somos pecadores y solo Cristo nos puede liberar de esa condición, pero el Evangelio de hoy ofrece una pista de cómo podemos empezar a vivir conforme a nuestra condición de Hijos de Dios. La escena comienza con aquella multitud que acusa a la mujer ante Jesús, pero cuando todo termina aquella quedó sola con el Maestro; este es el camino para dejar de lado el pecado en nuestra vida: estar ante Jesús, cultivando esta intimidad con Él, buscando permanecer unidos a Él. María, nuestra madre, es la mejor maestra en esta búsqueda de la unión con Cristo; que ella nos ayude a meditar en nuestro corazón sus palabras para hacerlas carne en nuestra vida.

Moisés Fernández Martín presbítero diocesano.

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