Fecha de publicación: 18 de febrero de 2021

Es muy distinto correr cuando uno corre para apagar un fuego o para no perder un autobús que está a punto de marcharse, o también en una competición para competir en un concurso o en unas olimpiadas, o en una copa del tipo que sea; que entrenarse para poder correr en este tiempo. Es un entrenamiento. Imaginaros el tiempo en el que aquellos que iban a recibir el Bautismo el día de Pascua –que entraban en una nueva vida el día de Pascua-, pues, sencillamente, se preparaban -diríamos- de una manera más intensa para vivir lo que luego iban a vivir como cristianos.

En ese sentido, la Cuaresma es un entrenamiento. Nosotros ya estamos bautizados. Muchos de nosotros cotidianamente recibimos al Señor en la Eucaristía. Y la Eucaristía es siempre una Pascua; es la condensación de todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación hasta el don del Espíritu Santo, hasta Pentecostés, en esa celebración –diríamos- misteriosa y comprimida que es la celebración eucarística de cada día. Pero nos viene bien entrenarnos, porque, en cuanto nos desentrenamos, perdemos forma y no sabemos cómo se nos pegan los hábitos del mundo, se nos pegan los hábitos y las costumbres que nosotros mismos generamos con nuestras pasiones, etc.

Entonces, es un tiempo precioso, pues, para empezar a vivir lo que quisiéramos vivir habitualmente que es vivir para el Señor. Y en eso, pues, vienen en ayuda las Lecturas de hoy también. Yo quiero, con respecto a la del Deuteronomio, que dice “pórtate bien y verás cómo te va bien”, que no la entendamos como la hemos entendido muchas veces, un poco reduciendo –por supuesto- esta verdad profunda que contiene. Es decir, que, si me porto bien y hago las cosas bien, me va a ir bien en las cosas de la vida. Por ejemplo, me porto muy bien, rezo más, y resulta que tengo un accidente, o me descubren una enfermedad y en seguida me vuelvo para el Señor “pero si me estaba portando bien, si estaba haciendo un esfuerzo”. Eso es negociar con Dios. Y eso es mentira. O sea, si uno aplica de esta manera esta Lectura de que si cumples los mandamientos de Dios te irá bien, aplicarla de ese modo es como lo de Pinocho de que cuando mientes te crece la nariz y los niños enseguida se dan cuenta de que mienten, no les crece la nariz, pues es mentira. Yo me porto bien, o trato de portarme bien y me suceden algunas desgracias, o humanamente hablando cosas que no corresponden a mis planes o que no serían vistas como buenas –por mi ni siquiera- o que son malas de hecho; me suceden y decimos “Señor, Tú no cumples tus promesas”.

Pero, sin embargo, en el fondo esto es una gran verdad. Yo creo que es una verdad que, además, podemos experimentar un poco cada día. Una sociedad (hablo ahora a nivel social, pero vale para cada uno de nosotros, igual porque nosotros somos parte hijos y en buena medida cómplices de la sociedad en la que vivimos la hacemos entre todos) que se aparta de Jesucristo y de todo aquello que ha hecho posible la vida de la Iglesia y la educación de la Iglesia, no necesariamente los colegios o las instituciones educativas de la Iglesia, porque quienes han educado a los hijos han sido normalmente los padres, y si los padres no educan, no hay colegio que eduque. Veréis, es el testimonio. Yo pienso siempre en una familia de antes en el siglo IV que todavía sin haber llegado al Bautismo enviaron a su hijo a estudiar a Atenas (desde la mitad de Turquía) con profesores paganos. Y el hijo también salió santo y es un Doctor de la Iglesia, y no les daba miedo, y no había aviones a ver el fin de semana a ver si “mi niño” se está portando bien o mal. Atenas estaba a 3.000 kilómetros de distancia de donde vivían, y lo mandaron por años, y tenían tal confianza en la fuerza del testimonio de fe que se vivía… El santo al que me refiero es San Basilio, uno de los grandes Doctores de la Iglesia.

Dios mío, nosotros si vivimos esta verdad y tenemos el testimonio todos los días, digo de ella. Una sociedad que se aparta de Jesucristo, unas vidas que se apartan de Jesucristo van a tener en la vida ordinaria las mismas cosas que tienen los paganos: si tengo que coger una enfermedad, si tengo que envejecer, pues envejezco. Si me equivoco en algo, y me tropiezo por la escalera, o tengo un accidente de otro tipo, pues lo voy a tener igual. Pero una vida con Cristo es una vida triunfadora, es una vida que se cumple. Una vida sin Cristo, como dice el Evangelio de hoy, “aunque tenga el mundo entero, de qué le sirve al hombre tener al mundo entero”.

¿Recordáis esa película clásica que habréis visto algunos muchas veces, que la consideran una de las mejores películas del cine? “Ciudadano Kane”. En esta película, donde no se menciona la palabra Dios para nada, es una ilustración perfecta y probablemente consciente por parte de su autor de que ‘de qué le vale a uno ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo, si arruina su vida, si destroza su vida’. La vida de ciudadano Kane, la vida de nuestra sociedad es una vida destrozada y que, además, no puede dejar de crecer en ese destrozo, sencillamente, porque queremos construir un mundo y una felicidad al margen de Dios.

Vamos a pedirLe al Señor que podamos vivir algo en este tiempo de entrenamiento. Que nuestras acciones empiecen en Cristo como en su fuente y tiendan a Cristo como a su fin. Y eso es un criterio de discriminación precioso y relativamente sencillo. ¿Por qué hago esto? Porque tengo que educar a mis hijos, porque tengo que hacer este trabajo para alimentar a mi familia, pero lo hago por Ti, Señor, porque el fundamento último de mi vida eres Tú. Y la plenitud de mi vida eres Tú. Y porque sé que la plenitud de mi vida eres Tú, quiero hacerlo también para Ti, como un regalo para Ti.

Que no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él que por nosotros murió y resucitó. Eso es el ideal, la meta, el anhelo, lo que un cristiano busca y lo que nosotros en este tiempo Le pedimos al Señor. Que Él nos ayude a buscar por encima de todo.

En este entrenamiento que es la Cuaresma, donde es un entrenamiento porque al Señor ya lo tenemos, lo que está en juego no es una competición, ni siquiera una medalla, una copa o así, a las que tanta importancia se da. Lo que está en juego es nuestra vida. Y nuestra vida con Cristo es una vida preciosa y floreciente. Y nuestra vida sin Cristo es una ruina.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

18 de febrero de 2021
Iglesia parroquial Sagrario-Catedral (Granada)

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