Fecha de publicación: 24 de septiembre de 2022

Querido Francisco, queridos Jorge e Israel;

Hace apenas quince días, al mismo tiempo que celebraba sus bodas de plata como párroco de esta parroquia de la Encarnación, D. Eduardo, (veinticinco años son muchos en la vida de una persona, es un cuarto de siglo; sin embargo, en la vida de la Iglesia es poco. Las personas pasamos y es normal). Somos conscientes, desde que tenemos uso de razón, de que nuestra condición humana es una condición mortal aquí abajo, y quienes conocemos a Jesucristo sabemos que la muerte no es lo último sobre nosotros, sino que la muerte nos abre el camino hacia la vida eterna, hacia los brazos misericordiosos y abiertos del Señor.

Hoy inaugura D. Francisco su ministerio como párroco, y Jorge e Israel le van a ayudar en ese ministerio. Los tres, estoy seguro, van a dar un testimonio muy bonito de comunión, y esa comunión -que el Señor nos pide a todos, pero pide particularmente a Jesús, a sus apóstoles- es algo que Dios bendice siempre, es algo que cuando lo pedimos, Dios nos lo concede siempre, porque es el modo de vida de Dios. Nosotros creemos en un Dios que es comunión de personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la humanidad echamos de menos la comunión porque vamos a nuestros intereses y, cuando vamos a nuestros intereses nos alejamos unos de otros, nos separamos unos de otros, nos dividimos enseguida, entramos en conflicto unos con otros. A veces entramos en verdaderas guerras unos con otros y no voy a hacer referencia a la guerra que todos tenemos en mente, porque es la más sonada, la más trágica en estos momentos, pero no es la única que hay en el mundo. La mayor parte de las guerras y de los conflictos, hasta en los matrimonios y hasta en las familias, nacen de la avaricia, del amor al dinero.

El domingo pasado, en una parábola que normalmente no se entiende con facilidad, hablaba del “dinero de iniquidad” y, en realidad, la traducción es muy literal porque la Iglesia no toca nada del texto original griego de los Evangelios, pero lo que eso viene a equivaler en nuestro español de uso sería “el maldito dinero”. Decía, “utilizad el maldito dinero de tal modo que podáis tener amigos cuando llegue la hora de que os reciban en las moradas eternas”. En el Evangelio de hoy no dice si Lázaro era bueno o malo, tampoco dice si el hombre rico que banqueteaba era bueno o malo, pero vivía sometido al “maldito dinero”. Y el maldito dinero al cual damos todos culto en el mundo en el que vivimos -hasta tal punto que se dice que un país va bien si el PIB crece-… yo sé que estamos en un momento muy delicado económicamente, pero también sé que la causa principal de ese momento es que cuando el dinero se pone por encima de todo eso, el mundo se desestabiliza, los países entran en conflicto. Si la gente se mata, si los hermanos se separan por ocho olivos y las familias se rompen por ocho olivos, decidme a mí cuando lo que entra en juego son miles de kilovatios o millones de toneladas de petróleo, de gas o de agua. Algunas de las últimas guerras que hemos vivido, eso no lo dicen normalmente los medios, pero eran guerras por el agua, porque el agua está empezando a escasear. El agua potable, el agua de beber que Dios nos ha dado está empezando a escasear en muchas zonas del mundo. Quiera Dios que la sequía que estamos nosotros mismos padeciendo no sea una sequía duradera ni larga. Tenemos que pedirle a Dios la lluvia. Hay que pedírsela, porque no somos los dueños del mundo. Nos hemos creído los dueños del mundo, hemos utilizado el mundo como un modo de sacar dinero, de explotar. Se habla de explotar, de explotar la tierra. Explotar la tierra es una forma de abuso. Siempre que se explota a alguien es una forma de abuso y si se explotan cosas que Dios ha hecho para todos, también estamos abusando de algo que no nos pertenece, que Dios nos ha dado para que lo administremos con bondad y con misericordia.

En esta humanidad atomizada y dividida sobre todo por el amor al dinero, la Iglesia tiene que ser la señal, el sacramento, de una humanidad nueva, que no es una humanidad heroica. Si es que todos anhelamos ser amados. Si es que todos estamos hechos para el amor. Si es que todos quisiéramos ser tratados como hermanos y no como desconocidos, no como extraños, no como extranjeros en ningún lugar de la tierra. Nuestro corazón está hecho para la fraternidad, está hecho para el cariño, está hecho para la bondad, para la ayuda mutua, aunque no lo sepamos construir una y otra vez, nos dividimos, nos separamos los unos y ahí es donde entra el Señor, y cuando está el Señor presente, surge.

D. Francisco me quería contar una historia bonita de su parroquia en La Chana, que es una historia que es como un milagro. Yo creo que cualquier sacerdote podemos contar historias semejantes, quizás iguales. La situación es muy parecida a como cuando empezó el cristianismo, por eso los Papas hablan a veces de “nueva evangelización”. Cuando empezó el cristianismo, en aquel Imperio romano tan grande, pues la gente estaba muy perdida y los ricos vivían también muy bien. Eso pasaba hasta en Israel y era una nación chiquitita, y el mundo estaba lleno de pobres. Nuestro mundo precisamente en la medida en que facilita una economía orientada exclusivamente a que aumente la riqueza dentro del país, la riqueza de una región o la riqueza de un pueblo, nos deshumaniza. Se llena de familias que no llegan a fin de mes, se llena de familias necesitadas, se llena de personas que no tienen lo necesario para vivir mientras nos gastamos un montón de cosas que son innecesarias. Se nos invita constantemente a consumir. Se dice que vivimos, con mucha razón a veces, en una sociedad de consumo, pero los que somos consumidos somos nosotros, es nuestra humanidad la que se consume cuando sólo vivimos para el consumo.

Me diréis, ¿y esto que tiene que ver con los curas que vienen? Jesucristo vino a inaugurar esa humanidad posible, que es una humanidad de hermanos. No vino a ser un convento pequeño donde estemos alrededor de una mesa camilla y nos sintamos muy a gusto. Vino a cambiar nuestra desesperanza en afecto, en amor de hermanos, en comunión. Vino a hacer posible una comunión entre hombres y mujeres. San Pablo decía: “Ya no hay esclavo ni libre, ya no hay judío ni gentil, ya no hay griego o bárbaro, ya no hay hombre ni mujer, porque todos somos uno en Cristo Jesús”. Con eso reconocía algo que no se reconocía para nada en el mundo antiguo, desde la dignidad de la mujer hasta la dignidad del esclavo. Uno de los primeros papas fue un esclavo, con lo cual los cristianos no hicieron manifestaciones, pero al elegir como sucesor de Pedro a un esclavo, rompía los esquemas de aquel mundo, mostrando que la caridad es lo más importante y una caridad concreta, adecuada no a lo que yo pienso que brilla, sino a las necesidades de aquel que se cruza en el camino de mi vecino, de mi hermano, de mi prójimo.

Un pueblo como Santa Fe -donde yo sé que muchos viviesen en Granada, o trabajáis en Granada y pasáis el día en Granada-, tiene unas dimensiones donde esa humanidad puede ser perfectamente bella, visible, donde no haya nadie que pase necesidad. ¿Por qué? Porque no lo consentimos los demás. Porque no le vamos a dejar solo a nadie; porque no vamos a permitir que nadie tenga que envejecer y morir solo, por ejemplo. Cosa que pasa todos los días en todas las grandes ciudades del mundo. Parroquia significa, en su origen, “Cristo junto a las casas”. Entonces, vuestra misión, que es anunciar el Evangelio, es perdonar y acoger con misericordia a todos los que vengan a vosotros. Es alimentarles con el Cuerpo y la Sangre de Cristo de forma que Cristo pueda vivir en el corazón y en la vida de los actos de las personas. Junto a las casas. Aquí podéis hacerlo, podéis vivirlo.

Mañana empieza un tiempo precioso en un momento en que tenemos necesidad de Dios. Todos nos damos cuenta de que tenemos necesidad de Dios; que nos hemos creído que éramos superhombres. Viendo los incendios de las últimas semanas, uno se da cuenta de que hay personas que han perdido casi todo lo que tenían. Yo celebré la Eucaristía y las personas cantaban en la Eucaristía y demostraban en su fe en que, efectivamente, no somos los dueños de nuestra vida, le pedían al Señor fortaleza y esperanza para hacer frente a la situación. Nos unimos también a ellos, porque no hemos tenido incendios aquí, tuvimos terremotos en su momento, pero siempre, siempre hay algo que nos hace caer en la cuenta de que tenemos necesidad del Señor. Sean enfermedades, tentaciones, dificultades que tenemos en la vida de un tipo de otro, más las morales: más la falta de cariño que la falta de medios, de dinero. Es más pobre el que no tiene cariño. Muchos de vosotros, por la edad de algunos, seguro que visteis Falcon Crest, una de las primeras series de la televisión. Aquella gente tenía de todo, pero yo no he visto en mi vida a gente más infeliz. Tenían todo, sólo les faltaba lo más necesario en la vida, que es un poco de afecto y un poco de amor unos por otros.

Vuestra presencia aquí es presencia del amor de Cristo; amor de Cristo concreto a todas las personas, sin hacer ningún tipo de discriminación, y especialmente a los más necesitados y a los más pobres.

Que el Señor os bendiga en esa misión.

+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada

24 de septiembre de 2022
Santa Fe (Granada)

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