Fecha de publicación: 26 de octubre de 2022

Sensible a la situación de injusticia, Paco no estaba tranquilo estando sentado en su casa. Desde la parroquia de su barrio, en el Zaidín, había oído hablar de las primeras movilizaciones que se hicieron para ayudar a los ucranianos al comenzar la guerra con Rusia.

Fue de los primeros en apuntarse a la lista de voluntarios y no tardó en personarse en el seminario mayor, centro de operaciones del programa de “Ayuda a Ucrania” impulsado desde el arzobispado de Granada. “Allí empezamos a organizar la organización del conjunto de los voluntarios. Hemos llegado a tener más de cien voluntarios en un solo turno”, cuenta.

No sobraban los voluntarios, pues el material de ayuda que llegó durante la pasada primavera fue tal que hubo de colocarse muy ordenadamente dentro del seminario. Después de ese envío de ayuda llegaron las primeras familias de ucranianos, a las que Paco recuerda con su gesto serio y su orgullo a la hora de querer valerse por ellos mismos.

“El papel del voluntariado siempre ha sido gratificante”, concluye. “Yo estaba ahí en medio como una pieza de encaje entre dos partes: de parte de los donantes he recibido su generosidad y de los receptores, su agradecimiento. Es verdaderamente una satisfacción muy grande”.

“HAN SIDO LAS MEJORES VACACIONES DE MI VIDA”

Camino de la compra con su carrito estaba Maricruz cuando se topó con el ropero solidario para los ucranianos, habilitado por el arzobispado en la calle Pedro Antonio de Alarcón. No tardó mucho en pararse, preguntando si necesitaban voluntarios. Era verano y, con varios voluntarios yéndose de vacaciones, lo cierto es que hacían falta manos para ocuparse de organizar el ropero. “Al final en el mes de agosto nos quedamos solamente dos. Estuvimos codo a codo trabajando y, al final, mi compañera me dijo que ayudando en el ropero había pasado las mejores vacaciones de su vida”, nos dice con emoción.

Esta ama de casa nos explica que siempre ha desempeñado con mucho agrado la tarea de voluntaria. Lo hace con mucho ingenio, sirviéndose del traductor de Google para poder comunicarse con los ucranianas que acuden a probarse ropa. “La verdad es que yo hablo con ellas, nos reímos, el rato que vienen aquí creo que se olvidan por completo su problema tan grande”.

Maricruz dedica su tiempo con especial cuidando, llegando al ropero incluso una hora antes de la apertura para “ir organizando cosillas”. Ella misma se sorprende de la generosidad de la gente que dona bolsos e incluso bisutería, que ella aparta con cariño para cada ucraniana que va conociendo, a medida que va sabiendo de sus gustos y estilo.

Después de estos meses de dedicación, ella sigue ofreciéndose para ordenar todo lo que llega al ropero y recibir a las nuevas familias de ucranianos que siguen llegando a la diócesis. Una labor por la que dar verdaderamente gracias.

Ignacio Álvarez
Secretariado de Medios de Comunicación