La «Passio» de estas dos vírgenes mártires fue escrita por san Eulogio de Córdoba, que las conoció en la cárcel. Flora, nacida en Córdoba de padre musulmán y madre cristiana, fue educada por ésta, después de la muerte de su marido, en la religión católica. Para evitar el constante choque con su hermano musulmán y para mejor dedicarse a la piedad y la penitencia, hacia el 845 se alejó de su casa, y fue a vivir con su hermana Baldegoto. Debido a esta fuga, delatada por su hermano, fueron detenidos algunos clérigos y fieles, y Flora regresó a su casa. Denunciada por su hermano al cadí (juez) bajo la acusación de apostasía, fue brutalmente golpeada. Cuando la soltaron volvió a escapar y permaneció oculta durante seis años en las cercanías de Martos (Jaén); entonces, encendida en deseo del martirio, regresó a Córdoba, donde en la basílica de San Acisclo conoció a María (llamada también indistintamente Marta), que se había criado en el monasterio de Santa María de Cuteclara, cerca de Córdoba, bajo la orientación de la viuda Artemia. Desde que fuera martirizado su hermano monje, el diácono Wallabonso, María había dejado el monasterio en busca del martirio.

Encontrándose así, Flora y María fueron ante el cadí a profesar públicamente su fe católica. Puestas en la cárcel, fueron visitadas por san Eulogio, que también estaba en la misma prisión, y, movido por la fortaleza y el sufrimiento de las dos vírgenes, en cuanto regresó a su celda comenzó a escribir para ellas ese ardiente tratado, el «Documentum Martyriale», que es la más noble apología y exhortación al martirio. Varias veces interrogadas y juzgadas por el cadí, perseveraron firmes en la fe, y por ello fueron decapitadas el 24 de noviembre del 851, durante la cruel persecución del emir Abd-e-Rahman II. Sus cuerpos, abandonados en el campo pero respetados por los mismos animales, fueron luego arrojados al río Guadalquivir, pero el cuerpo de María fue encontrado y enterrado por los cristianos en la iglesia del monasterio de Cuteclara. Las cabezas de las dos mártires fueron colocadas en la basílica de San Acisclo. San Eulogio, que atribuye a la intercesión de las dos vírgenes su puesta en libertad pocos días después, dio la noticia del martirio en dos cartas dirigidas a su amigo Álvaro Paulo y a la hermana de Flora, Baldegoto, y coloca su informe en su «Memoriale Sanctorum».