Nació en Turingia, hija de la estirpe de los barones de Hackeborn. En esa época tardomedieval, el que un barón autorizase a dos de sus hijas para que ingresen en un convento, en vez de buscar alianzas familiares, ya era un signo de desprendimiento evidente.
Así fue con una de ellas, la joven Matilde, que fue seducida por la vida conventual y acabó entregando su vida a Dios de manera incomparable. Fue una de esas mujeres fuertes que tuvo la gracia de alumbrar una época de gran fecundidad en su comunidad cisterciense. Su hermana Gertrudis era la abadesa.
Se decía que tenía una bellísima voz, tanto que se le apodó “ruiseñor de Dios”, y una inteligencia excepcional. Orientada por su hermana, se convirtió en una gran formadora. Supo llegar al corazón de las personas que pusieron bajo su responsabilidad, y las condujo sabiamente a los pies de Cristo dando pruebas fehacientes de su ardor apostólico.
Además su intimidad con el Señor le llevó a desarrollar una vida mística que alentó la vida espiritual de la comunidad. Estas experiencias sobrenaturales, transidas por el dolor que padeció en varias de sus largas y dolorosas enfermedades, están recogidas en el Libro de la gracia especial junto a otra hermana de comunidad.
El último tramo de su vida fue especialmente difícil y estuvo muy unida místicamente a la Pasión del Señor. Murió tal día como hoy, un 19 de noviembre de 1299.