Magdalena se deriva de “Magdala”, población situada sobre la orilla occidental del mar de Galilea, al norte de la ciudad de Tiberíades, o de expresión del Talmud que significa “rizar pelo de mujer”, en referencia a las adúlteras.
Dice Benedicto XVI que la historia de María de Magdala “recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte”.
La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio y también de las más enigmáticas. Se debate si la mujer que relatan varios pasajes del Evangelio es una o tres mujeres:
La pecadora que unge los pies del Señor, (Lc., VII, 37-50), la la posesa liberada por Jesús, que se integró a las mujeres que le asistían (Lc. VIII; Jn XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección y María de Betania, la hermana de Lázaro y Marta. (Lc., X, 38-42).
La liturgia romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno) identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. La liturgia griega, siguiendo a los Padres griegos, sin embargo, las reconocen como tres mujeres distintas. La cuestión sigue abierta.
El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado.María Magdalena, con la otra María, fue de las primeras en ir al sepulcro el domingo de Resurrección: “Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro” (Mateo 28:1) Iban con los perfumes para embalsamarlo… Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor
María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo resucitado. Jesús la llamó: “¡María!” Y ella, al volverse, exclamó: “¡Maestro!” Y Jesús añadió: “No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20:17)
El hijo de Dios quiso enseñarnos el alcance de su amor y de su poder redentor santificando a una pecadora, adentrándola en su infinita misericordia y enviándola a anunciar la resurrección a los Apóstoles. María Magdalena no se dejó paralizar ni por sus pecados del pasado ni por las opiniones humanas. Guardó en su corazón esa mirada del Señor y alcanzó la meta. Aquella de quién Jesús dijo que se adelantó para “ungir su cuerpo para la sepultura”, no puede ahora ungir su cadáver porque ha Resucitado. Aquella que sospechaba que alguien se había llevado el cuerpo del Señor, fue la primera en ver su cuerpo glorioso.
Esta mujer mirada con ese amor por el Señor, rescatada de su pecado, no dejó de sentirse continuamente perdonada por Él. Es una testigo privilegiada de la gran misericordia del Señor. Nos recuerda cómo Él todo lo puede y que “al que mucho se le perdona, mucho ama”.