Maria Domenica nace en una numerosa familia de campesinos. Dotada de una fuerza física no común, desde chiquilla trabaja en los campos con su padre Giuseppe. En familia se forma en un profundo sentido de Dios, en una laboriosidad incansable y en aquel sentido práctico y profundidad de juicio que manifestó después también como Superiora. En 1885 se inscribe en la Asociación de las Hijas de la Inmaculada cultivando una profunda espiritualidad apostólica.
En 1860, también el pueblo de Mornese es golpeado por el tifus. Su confesor Don Domenico Pestarino le sugiere ir a curar algunos parientes necesitados de asistencia. María acepta, aun consciente del riesgo ser contagiada, y de hecho cae enferma. Recuperada la salud, se ve obligada a dejar el trabajo agrícola no sólo por la pérdida de la fortaleza física de que antes había gozado, sino también porque surge en ella una clara intuición que considera una llamada de Dios. Se dedica así a la educación de las chicas del pueblo abriendo un taller de costura, un oratorio festivo y después una casa para las niñas sin familia. Implica en su proyecto a la amiga Petronila y aprende el oficio de sastra para enseñar a las chicas pobres no sólo a coser, sino sobre todo a conocer y amar a Dios. Después, en una visión misteriosa ve un gran edificio con muchas chiquillas que corren en el patio, y siente una voz: “A ti te las confío”.
Acoge entonces a las primeras huerfanitas de las cuales se cuida con ternura de madre, ayudada en esta misión por algunas otras jóvenes pertenecientes como ella a las Hijas de la Inmaculada.
En 1864 Don Bosco desde Turín llega a Mornese con sus jóvenes con ocasión de una salida otoñal y, encontrándose con Don Pestarino convertido en Salesiano el año anterior, advierte la exigencia de secundar su deseo de abrir un colegio para las muchachas del pueblo y de los alrededores. En esta ocasión Maria Domenica percibe que se encuentra frente a un santo y dice: “Don Bosco es un santo, y yo lo siento”.
El Papa Pio IX anima a Don Bosco, que desde años ha cultivado en su corazón el proyecto de fundar un Instituto femenino, a hacer para las chicas aquello que él está realizando para los muchachos. Con la sabia colaboración de Don Pestarino, escoge entre las Hijas de la Inmaculada las primeras piedras fundamentales del futuro Instituto. Ellas habitarán en el colegio apenas construido en Mornese, que será la casa de la nueva fundación.
El 5 de agosto de 1872 las primeras once jóvenes emitieron la profesión religiosa en manos del obispo de Acqui, Mons. Giuseppe Sciadra, en presencia de don Bosco. El Instituto llamado Hijas de María Auxiliadora crece rápidamente y sor Maria Mazzarello como Superiora se muestra hábil formadora y maestra de vida espiritual. Entre ella y don Bosco hay una sintonía profunda a nivel carismático: Maria Domenica tiene una gran capacidad educativa, el don de la alegría serena y pacificadora, y el arte de implicar a otras jóvenes en el compromiso de dedicarse a la promoción de la mujer para que pueda ser en la familia, en la Iglesia y en la sociedad, buena cristiana y honrada ciudadana.
En el 1887, compartiendo el ardor misionero de los hermanos Salesianos, las primeras seis FMA partieron para las misiones y fundaron la primera comunidad en Uruguay, a la cual seguirían después de un año las casas de Argentina.