Fecha de publicación: 19 de mayo de 2021

Verena Bütler nació en Auw, cantón de Aargau, Suiza, el 28 de mayo de 1848. Aprendió a amar a Dios así como a María con el rezo diario del rosario en familia junto a sus padres, los humildes campesinos Enrique y Catalina. Heredó el espíritu mariano de su madre, que solía peregrinar al santuario de «María Einsiedeln», pertenecía a la Orden tercera de San Francisco y socorría a los necesitados. Verena era permeable a todo ello. En esta etapa brotó su sensibilidad por las almas del Purgatorio.

Cursados los estudios primarios, y sin inclinación por la vía intelectual, optó por trabajar en el campo. La naturaleza entera le seducía porque de algún modo ya vislumbraba en ella la presencia de Dios. A los 18 años inició una experiencia en el convento de la Santa Cruz, de Menzingen. Regresó a su casa, reanudó el trabajo, continuó orando, haciendo apostolado y participando activamente en la parroquia; así mantuvo viva la llama de su vocación.

El 12 de noviembre de 1867, de acuerdo con el párroco que le aconsejó certeramente, ingresó en el monasterio de María Auxiliadora, en Altstätten, Suiza. Y el 4 de mayo de 1868 le impusieron el hábito franciscano. Tomó el nombre de María Bernarda del Sagrado Corazón de María. Al año siguiente emitió los votos. Viendo sus cualidades y profunda virtud, la designaron maestra de novicias y posteriormente superiora, cargo para el que fue reelegida sucesivamente en tres ocasiones.

El 19 de junio de 1888 Verena partió junto con seis religiosas a Le Havre, Francia; desde allí viajaron a Ecuador. Se encaminaba hacia su misión como fundadora de un nuevo Instituto: la congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.

El prelado las acogió encomendándoles Chone, una localidad de 13.000 habitantes en la que precisaban religiosas como ellas para encender su corazón. Se centraron en la educación mientras cultivaban otras vías apostólicas para dar a conocer a Cristo. También asistían a enfermos y auxiliaban a los pobres. La santa puso la base de esta incansable acción en los sólidos pilares de la oración, pobreza, obras de misericordia y fidelidad a la Iglesia. No fue una labor sencilla. Junto a la comunidad debió sortear dificultades climatológicas, económicas, sociales, muchas inseguridades, y hasta malentendidos con algunos miembros de la Iglesia. Hubo religiosas que abandonaron la fundación. Por si fuera poco, en 1895 se desató una enconada persecución contra la Iglesia, y la fundadora tuvo que huir junto a quince religiosas. Embarcaron hacia Colombia y en el trayecto recibieron la invitación de monseñor Eugenio Biffi, obispo de Cartagena, quien les anunciaba que las acogería en su diócesis. Llegaron a Cartagena de Indias en agosto de 1895.

Estuvo al frente de la congregación 32 años. Cesó por voluntad propia, pero continuó ayudando y sirviendo a sus hermanas. Fue un ejemplo de entereza y de paciencia. No alimentó recelos, perdonó, guardó silencio y nunca se defendió. Aludiendo a quienes le hicieron difícil vida y misión, decía: «Dios lo permitió. Él sabía para que debía servir, nadie tenía mala voluntad; no tenían conocimiento de la vida religiosa». Murió el 19 de mayo de 1924. Juan Pablo II la beatificó el 29 de octubre de 1995. Benedicto XVI la canonizó el 12 de octubre del año 2008.

En Cartagena de Nueva Granada, en Colombia, beata María Bernarda (Verena) Bütler, virgen, la cual, nacida en Suiza, fundó la Congregación de las Hermanas Misioneras Franciscanas de María Auxiliadora.

Verena Bütler nació en Auw, cantón de Aargau, Suiza, el 28 de mayo de 1848. Aprendió a amar a Dios así como a María con el rezo diario del rosario en familia junto a sus padres, los humildes campesinos Enrique y Catalina. Heredó el espíritu mariano de su madre, que solía peregrinar al santuario de «María Einsiedeln», pertenecía a la Orden tercera de San Francisco y socorría a los necesitados. Verena era permeable a todo ello. En esta etapa brotó su sensibilidad por las almas del Purgatorio.

Cursados los estudios primarios, y sin inclinación por la vía intelectual, optó por trabajar en el campo. La naturaleza entera le seducía porque de algún modo ya vislumbraba en ella la presencia de Dios. A los 18 años inició una experiencia en el convento de la Santa Cruz, de Menzingen. Regresó a su casa, reanudó el trabajo, continuó orando, haciendo apostolado y participando activamente en la parroquia; así mantuvo viva la llama de su vocación.

El 12 de noviembre de 1867, de acuerdo con el párroco que le aconsejó certeramente, ingresó en el monasterio de María Auxiliadora, en Altstätten, Suiza. Y el 4 de mayo de 1868 le impusieron el hábito franciscano. Tomó el nombre de María Bernarda del Sagrado Corazón de María. Al año siguiente emitió los votos. Viendo sus cualidades y profunda virtud, la designaron maestra de novicias y posteriormente superiora, cargo para el que fue reelegida sucesivamente en tres ocasiones.

El 19 de junio de 1888 Verena partió junto con seis religiosas a Le Havre, Francia; desde allí viajaron a Ecuador. Se encaminaba hacia su misión como fundadora de un nuevo Instituto: la congregación de Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora.

El prelado las acogió encomendándoles Chone, una localidad de 13.000 habitantes en la que precisaban religiosas como ellas para encender su corazón. Se centraron en la educación mientras cultivaban otras vías apostólicas para dar a conocer a Cristo. También asistían a enfermos y auxiliaban a los pobres. La santa puso la base de esta incansable acción en los sólidos pilares de la oración, pobreza, obras de misericordia y fidelidad a la Iglesia. No fue una labor sencilla. Junto a la comunidad debió sortear dificultades climatológicas, económicas, sociales, muchas inseguridades, y hasta malentendidos con algunos miembros de la Iglesia. Hubo religiosas que abandonaron la fundación. Por si fuera poco, en 1895 se desató una enconada persecución contra la Iglesia, y la fundadora tuvo que huir junto a quince religiosas. Embarcaron hacia Colombia y en el trayecto recibieron la invitación de monseñor Eugenio Biffi, obispo de Cartagena, quien les anunciaba que las acogería en su diócesis. Llegaron a Cartagena de Indias en agosto de 1895.

Estuvo al frente de la congregación 32 años. Cesó por voluntad propia, pero continuó ayudando y sirviendo a sus hermanas. Fue un ejemplo de entereza y de paciencia. No alimentó recelos, perdonó, guardó silencio y nunca se defendió. Aludiendo a quienes le hicieron difícil vida y misión, decía: «Dios lo permitió. Él sabía para que debía servir, nadie tenía mala voluntad; no tenían conocimiento de la vida religiosa». Murió el 19 de mayo de 1924. Juan Pablo II la beatificó el 29 de octubre de 1995. Benedicto XVI la canonizó el 12 de octubre del año 2008.