Fecha de publicación: 30 de mayo de 2021

Toda una mujer fuerte de la Edad Media, nació en el año 1412 en Donremy, una pequeña aldea situada en la frontera entre Francia y Lorena. Creció en una familia campesina cristiana. Antes de que su vida cambiase, sabemos que era una niña analfabeta que recogía flores para llevárselas cada sábado a la Virgen. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado.

Por sus propias palabras sabemos que la vida religiosa de Juana madura como experiencia mística a partir de la edad de 13 años. A través de la “voz” del arcángel san Miguel, Juana percibe que el Señor la llama a intensificar su vida cristiana y también a comprometerse en primera persona por la liberación de su pueblo. Su respuesta inmediata, su “sí”, es el voto de virginidad, con un nuevo compromiso en la vida sacramental y en la oración: participación diaria en la Misa, Confesión y Comunión frecuentes, largos momentos de oración silenciosa ante el Crucifijo o la imagen de la Virgen. La compasión y el compromiso de la joven campesina francesa frente al sufrimiento de su pueblo se hacen más intensos por su relación mística con Dios. Uno de los aspectos más originales de la santidad de esta joven es precisamente este vínculo entre experiencia mística y misión política. Después de los años de vida oculta y de maduración interior sigue el bienio breve, pero intenso, de su vida pública: un año de acción y un año de pasión.

A comienzos del año 1429, Juana inicia su obra de liberación. Los numerosos testimonios nos muestran a esta joven de sólo 17 años como una persona muy fuerte y decidida, capaz de convencer a hombres inseguros y desmoralizados. Superando todos los obstáculos, se encuentra con el Delfín de Francia, el futuro rey Carlos VII, que en Poitiers la somete a un examen por parte de algunos teólogos de la universidad. Su juicio es positivo: no ven en ella nada malo, sólo a una buena cristiana.

El 22 de marzo de 1429, Juana dicta una importante carta al rey de Inglaterra y a sus hombres que asedian la ciudad de Orleans. Su propuesta es una paz verdadera en la justicia entre los dos pueblos cristianos, a la luz de los nombres de Jesús y de María, pero es rechazada, y Juana debe luchar por la liberación de la ciudad, que acontece el 8 de mayo. El otro momento culminante de su acción política es la coronación del rey Carlos VII en Reims, el 17 de julio de 1429. Durante un año entero, Juana vive con los soldados, llevando a cabo entre ellos una auténtica misión de evangelización. Son numerosos sus testimonios acerca de la bondad de Juana, de su valentía y de su extraordinaria pureza. Todos la llaman y ella misma se define “la doncella”, es decir, la virgen.

La pasión de Juana comienza el 23 de mayo de 1430, cuando cae prisionera en manos de sus enemigos. El 23 de diciembre la llevan a la ciudad de Rouen. Allí tiene lugar el largo y dramático Proceso de condena, que se inicia en febrero de 1431 y acaba el 30 de mayo con la hoguera. Es un proceso grande y solemne, presidido por dos jueces eclesiásticos, el obispo Pierre Cauchon y el inquisidor Jean le Maistre, pero en realidad enteramente dirigido por un nutrido grupo de teólogos de la célebre Universidad de París, que participan en el proceso como asesores. Son eclesiásticos franceses, que al haber hecho una opción política opuesta a la de Juana, a priori tienen un juicio negativo sobre su persona y sobre su misión.

Este proceso es una página desconcertante de la historia de la santidad y también una página iluminadora sobre el misterio de la Iglesia que, según las palabras del concilio Vaticano II, es “a la vez santa y siempre necesitada de purificación” (Lumen gentium, 8). Es el encuentro dramático entre esta santa y sus jueces, que son eclesiásticos. Acusan y juzgan a Juana, a quien llegan a condenar como hereje y mandan a la muerte terrible de la hoguera. A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y el beato Duns Scoto, de quienes hablé en algunas catequesis, estos jueces son teólogos carentes de la caridad y la humildad para ver en esta joven la acción de Dios. Vienen a la mente las palabras de Jesús según las cuales los misterios de Dios son revelados a quien tiene el corazón de los pequeños, mientras que permanecen ocultos a los sabios e inteligentes que no tienen humildad (cf. Lc 10, 21). Así, los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma: no sabían que estaban condenando a una santa.

El tribunal rechaza, el 24 de mayo, la apelación de Juana al juicio del Papa. La mañana del 30 de mayo, recibe por última vez la santa Comunión en la cárcel e inmediatamente la llevan al suplicio en la plaza del antiguo mercado. Pide a uno de los sacerdotes que sostenga delante de la hoguera una cruz de procesión. Así muere mirando a Jesús crucificado y pronunciando varias veces y en voz alta el Nombre de Jesús.

Cerca de 25 años más tarde, el Proceso de nulidad, iniciado bajo la autoridad del Papa Calixto III, se concluye con una solemne sentencia que declara nula la condena. Este largo proceso, que recogió las declaraciones de los testigos y los juicios de muchos teólogos, todos favorables a Juana, pone de relieve su inocencia y la perfecta fidelidad a la Iglesia. En 1920 Juana de Arco fue canonizada por el Papa Benedicto XV.