Crece durante el último cuarto del s. XII en el seno de una familia cristiana, siendo bautizado en Frómista. El joven Pedro Telmo se va a estudiar a Palencia, en medio de un ambiente de caballerías, trovadores y juglares. Telmo disfruta de ese ambiente y se dedica a una vida distendida de estudiante, como sobrino mimado del obispo.
A pesar del contraste de su vida, un tío suyo lo hace canónigo y pronto se convierte en deán. Un día de Navidad, cuando formaba parte de una cabalgata entre la admiración de los palentinos, su caballo resbaló en la nieve y él acabó enfangado entre las burlas de la muchedumbre.
Parece que aquello le llevó a una conversión y, decide dejar sus prebendas eclesiásticas para acudir al convento de Dominicos de Domingo de Guzmán en Palencia. Pronto se entrega a la oración, con disciplina, humildad y alegría. Se convierte en un buen predicador y visitador de enfermos.
En la guerra andaluza de Fernando el Santo, Pedro Telmo es capellán castrense predica la fe y la misericordia, alentando a las luchas de los caballeros. Las predicaciones son multitudinarias y con frecuencia son insuficientes los templos. Difunde ampliamente el Santo Rosario y tiene los primeros contactos con los marineros.
Córdoba será el lugar donde este Telmo ejercerá su ministerio como consejero y confesor del rey Fernando, además de atender a los ejércitos. Después acabará en Galicia, en la catedral de Tuy enseña lo que sabe, tiene cura de almas, resalta su oficio de padre de los pobres, dirige conciencias, socialmente influye poniendo los cimientos de lo que luego serán las cofradías y los gremios.
Subió a la Casa del Padre el 15 de abril de 1246. Por su ayuda y evangelización al gremio marino es considerado patrono de todos los marineros.